Hace un tiempo, Dittborn expuso unos dibujos en
D21. Hubo gente que se empeñó en decir que “regresaba” al dibujo. Grave error.
Dittborn jamás ha dejado de dibujar. Lo cual querría decir que ha trabajado en
paralelo, “todo lo demás”. O bien, que todo lo demás no es más que una
expansión del dibujo que nunca ha dejado de practicar. Ambas cosas. La noción
de lo demás se convierte en la condición misma de los efectos anticipativos de
todo lo que estaba antes de ser “de más”. Lo que faltaba, necesariamente, como
umbral de obra, era determinar las condiciones de paso del trazo a la reproductibilidad.
La impresividad estaba precedida por la
inscriptividad del trazo. Es el trazo el que ha hecho posible la reproducción
del impreso, en la construcción de tramas. Por esa razón, en una de sus
primeras obras de edición, aparece un mostrario de tramas. ¿No es en la edición
de “dos textos de Nelly Richard y Ronald Kay sobre 9 dibujos de Dittborn”? Ahí
está la precedencia. Sin embargo, a la colección Carlo Solari/Paula del Sol
acaban de ingresar los dibujos de tinta china realizados por Dittborn en 1972 y
1973. Pude conocer unos dibujos de la misma época y comprender el alcance que
pueden tener hoy día en la colección de Pedro Montes cuando hice la exposición
de una selección en el MAVI, en el 2015. Unos dibujos que anticipaban los de la
exposición “De Brueghel a Goya”, que expuso en 1974.
Conocí los textos anteriormente mencionados
cuando en 1980 trabajaba como dibujante técnico en una empresa de proyectos
eléctricos y manejaba las artes de la tinta china y del trazado de un modo que
me permitía una complicidad técnico-afectiva con esos dibujos de Dittborn, que mimaban la factura de tramas con que se
reproducía la imagen de las placas de aguafuerte, en las que se hacía los
retratos en la época anterior a la aparición de la imprenta. No dejaba de ser
esa relación, digamos, ancestral. Dittborn era un hombre que provenía del
grabado. Es decir, pongamos las cosas en su lugar: las tramas dibujadas por
Dittborn y que dan origen a los dibujos de “delachilenapintura, historia”
proceden del arte de la calcografía. Lo que pasa es que el catálogo de esa
exposición es más significativo que la propia exposición. ¿Será posible? Es
como si hubiese una cesura en el seno de la obra. La foto de la pose del pintor
que da pie a la broma fisiognómica, en la que un señor de traje hace de pintor
de caballete -¿con qué ropa?- , desplazando el lugar representacional de la
sátira, en portada, deja que los 9 dibujos hagan el trabajo pesado. Pero eso
poco tiene que ver con los textos de “Del espacio de acá” (1979-1980).
Pero él mismo Dittborn contribuyó a confundir
las cosas mediante la sobre-benjaminización de su propio trabajo. ¿Habrá sido Dittborn? ¿Se ha pensado cual
hubiera sido el destino de la obra de Dittborn sin la escritura de Ronald
Kay? En algunas ocasiones, en uno de sus
regresos, Ronald Kay repetía de manera un poco indelicada que la obra de
Dittborn no le interesaba sino como demostración de sus propias teorías. Por no decir, “ilustración”.
Podríamos plantear exactamente la misma pregunta
sobre la escritura de Richard respecto de la facturación de la obra de Leppe. No interesa levantar preguntas, sino
problemas, para dibujar una problemática interrogativa sobre la condición del
saber de la técnica y de la materialidad de las imágenes. La puesta en
circulación del texto que todos ya saben acelera la fuga hacia una nueva
interpretabilidad, más conveniente, de la obra, ya que Leppe ya estaba siendo
“arropado” con un léxico de referencia hiper-semiótica, a partir de un cuerpo
hipo-surrealistizado.
Lo cierto es que la problemática resulta
totalmente legítima y no avanzaré más allá en el asunto. Solo diré que en el
caso de Dittborn, si ya ponía en estado de demostración la explicación
posterior de Kay, entonces anticipaba su benjaminización, porque siendo
apegados a la lógica de las determinaciones, bastaba con poseer dos
conocimientos para trabajar sobre la obra de Dittborn, sin atentar contra su
autonomía; a saber, la calcografía y la fisiognómica.
Valga sostener que ya en los textos de viejos
historiadores está esa idea de conectar los lapsus y los “mots d´esprit” con la
expansión de imágenes satíricas. Pero hay, sin duda, un corte abismal entre el
texto de Kay sobre los 9 dibujos y lo que escribe y reúne después para la
exposición en el CAYC de Buenos Aires. Donde incluye textos que había escrito
antes de su encuentro con Dittborn. Que no se olvide ese detalle. Hay una
mención especial a través de la que quisiera decir “este texto es el capítulo
de una obra en curso que ya comencé hace mucho tiempo atrás y que precede
ontológicamente aquello con lo que la haré calzar”.
Dicho sea de paso, quienes hemos practicado el
dibujo técnico sabemos que la tinta china forma una costra que se borra con la
ayuda de una hoja de afeitar. De ahí, a comprender el atributo serial del
procedimiento de la letraset hay solo
un paso. Dittborn me diría una vez que el off-set vendría a ser una letraset
infinitamente rápida. De ese modo, el
oficio del traspaso lento se ubicaba en el otro extremo de la experiencia
material de la transferencia. Lo cual facilitaba bastante las cosas, al
conectar esa transferencia de letra como si fuera una costra, con la
experiencia de la transferencia analítica propiamente tal, que implicaba
detenerse en la cuestión del color de la sangre coagulada: caput mortuum rot. Esa es la
razón por la que sostengo que para regresar al Dittborn de los comienzos, se
hace necesario des-benjaminizar la aproximación y someterla a consideraciones “empíricas”
propias de la historia de las imágenes, en sus determinaciones tecnológicas. Es
decir, hay que hacer el trabajo de rigor en el estudio de las filiaciones
materiales de las imágenes y no sucumbir a la sobre-metaforización que las escrituras canónicas han instalado como condición de “lectura
correcta” de la historia.
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