COMENTARIO A UN EPÍGRAFE
(Fragmento de un texto del
artista uruguayo Luis Camnitzer, que fue colocado como Epígrafe, para encabezar
el documento de Política Nacional de Artes de la Visualidad, dic. 2017)
Hoy día he aprendido que la misión del artista debiera ser
la de analizar la cultura circundante para identificar “que es lo que le
falta”. Está muy buena esa: el artista
como identificador de las fallas de la cultura.
Si fuera docente “de la Chile” diría, “cultura de la falla”.
Pero solo soy un modesto lector de un documento de política nacional para las artes de la visualidad, que
en una primera aproximación ya puede
percibir como se viene la mano: el artista deberá identificar la falla del
Estado respecto de si mismo; digo, del artista. En el sentido que el Estado no la sociedad lo han reconocido como un profesional de la
identificación de falla. Imagínense
ustedes que aparezca un diplomado universitario nuevo, que se llamara Diploma
de Identificación de Falla, como adjunto a un Magister de Artes Visuales en
alguna universidad “acreditada”..
Junto a esta nueva profesión tendría que estar señalada una
ampliación de la falla, ya que un segundo aspecto de la misión sería identificar los problemas que habría que
resolver para mejorar las condiciones sociales.
En la misión, entonces, la “falta” (falla) estaría separada de los
“problemas”. Lo que puede querer decir
que la primera es ontológica, mientras la segunda, fáctica. Lo cual define de inmediato una misión de doble régimen: en
lo simbólico, el artista señala (indica) lo que (hace la) falta; y en lo
práctico, decide qué es lo que hay que hacer como reverso de una política
social.
En verdad, no está nada de mal como propuesta inicializante
en un documento de “política”. Recuerdo
siempre con mucha gratitud cuando Patricio Marchant hacía referencia al retablo
de Issenheim. Después, había que pensar
en el dedo índice de Juan el Bautista señalando el cuerpo lívido de
Cristo.
Mal que les pese a
algunas personas, la historia del arte se ha secularizado a tal punto que hoy
día el carácter indicativo del dedo de San Juan no apunta a Jesús, sino que
señala la sociedad terrenal, digamos,
con sus realidades dramáticas.
Habría algo de marxista en todo esto: el artista ya no
estaría para indicar el cuerpo de Cristo, sino para identificar las llagas de
lo real. En el terreno de nombrar
realidades, la misión del artista superaría toda expectativa. Solo que en el Estado chileno, esta misión no
habría sido suficientemente reconocida.
Lo que importa, a título
reparatorio, es que el artista sea celebrado como un buen ciudadano. En verdad,
a todos nos correspondería semejante exigencia. La buena ciudadanía sería una
construcción en que cada profesión parecería determinar sus parámetros
distintivos, conducentes a producir condiciones para una buena vida, en el
sentido que Paula Honorato le da a su noción de “bien común”, para sostener la
“versión oficial” del MNBA.
Ahora bien: el artista poseería ciertas ventajas, unos parámetros,
unas habilidades que lo harían distinguirse de otros oficios, sosteniendo una preeminencia que definiría
los límites de su acción.
En la actualidad, ya es de sentido común institucional
afirmar que el artista es reconocido como tal por otros artistas, en el seno de
unos límites que solo pueden estar garantizados por éstos, y por los poderes
públicos que sostienen dichos
límites. Según esto, el artista no debiera abandonar el terreno que le
corresponde y desde el cual adquiere legitimidad para “indicar” el lugar de la
“falta”(falla).
A partir del marco previamente señalado, y abandonando el
modo condicional, ser un buen ciudadano implica no traspasar los límites dentro
de los cuáles el artista “hace (solo) lo que puede hacer”.
Semejante admisión de la modestia del impacto de su acción
define la esterilidad de su permanencia dentro de los límites en los que debe
ser reconocido.
¿De qué modo podrá indicar la “falta” (falla) si no excede
las condiciones de su acción? Es aquí donde aparece la sinonimia entre Estado y
buena ciudadanía, puesta en contradicción con el éxito del mercado. Lo curioso es que al exponer semejante antagonismo,
la misión del artista se somete al reconocimiento del primero en desmedro del segundo. Ahora, lo que deja leer entrelíneas el fragmento es que en este
sometimiento se verifica la posición política del artista. Es decir, ser artista es tener, desde ya, una
posición política, (pero) como artista. Plegarse, en suma, al Estado, que garantiza la
posición desde la cual el artista señala “lo que hace (la) falta”. ¿Y si no,
cómo podría ser? Por ese motivo se
redacta un documento sobre “política”; para fijan los rangos de uso de un léxico cuya
eficacia ha sido “maquinada” por la redaccionalidad de un Departamento de
Estudios que opera como vigilante semiótico.
Lo anterior es un comentario al epígrafe que inspira la Política Nacional de Artes de la
Visualidad. Lo curioso del uso de este
fragmento de un texto del artista uruguayo Luis Camnitzer, cuya fuente no se
revela, es que comienza como incitación a la realización de una acción indicativa, para
finalmente rebajar su espacio de acción al ejercicio de unas habilidades cuya ejecución debe ser garantizada por el Estado.
Lo cual, para
encabezar el cometido de una política resulta, a lo menos sorprendente, ya que habilita una posición en contra del mercado, cuando en el documento
destina una gran cantidad de argumentos en favor de la participación de los privados y del propio mercado en el
éxito de la misma política. El epígrafe,
entonces, cumple la tarea de señalar en la presentación del documento, lo que
se debe entender como subordinación del mercado a los imperativos de una
política nacional.
Pero es preciso regresar a las primeras líneas del epígrafe
y preguntarse de qué manera se puede asegurar la misión del artista como
indicador de “lo que hace falta”. Sin
embargo, la petición de buena ciudadanía
artística proclamada como condición, no es solo
puesta en tela de juicio por el
mercado, sino por el Estado que califica la tolerancia de su indicación.
Entonces, lo más razonable hubiese sido que los redactores no señalaran en epígrafe alguno el reconocimiento de su
impotencia estratégica.
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