Múltiples obligaciones me han conducido a leer documentos de
política en cultura. Partí con un documento sobre política nacional. Luego,
sobre políticas sectoriales. Entre esas,
un sector cautivó mi atención: los museos. Entonces, leí el documento
que se titulaba “política nacional de museos”, publicado en el 2015. Busqué ese
año cual había sido su recepción y constaté que le habían dado duro; es decir,
lo que en Chile se considera duro en la crítica, que no pasó a ser más que dos
posiciones desde lugares condicionados
por un interés no satisfecho. Pero nadie puso en duda el documento en su propia
estructura narrativa. Tampoco lo voy a
hacer yo en esta ocasión, porque al
final hago un trabajo de un cierto rigor y quedo como un lector que saca conclusiones extremistas.
Sin embargo he descubierto la manera de “pasar piola”,
haciendo referencia analítica a documentos en los que he encontrado algunas
ideas que superan con creces la pretensión del documento sobre museos; que de
hecho, está firmado por Angel Cabezas y Alan Trampe. Bueno: una cosa hay que decir, a lo menos, y
es que se hagan responsables de lo que escriben.
Justamente, debo
señalar que en contraposición, he descubierto un ensayo-documento en que
sus autores se hacen responsables de lo que escribe. Y eso es preciso saludarlo
como un aporte al debate sobre la configuración de los imaginarios en que se
diluye el Estado-Nación. Me refiero a “El museo mestizo (Fundamentación
Museologica y Disciplinar para el Cambio de Guión)” escrito por Rolando Báez,
Leonardo Mellado, Hugo Rueda y Gabriela Villar, bajo la rúbrica del Museo
Histórico Nacional y que acaba de ser colgado en la página www.museohistoriconacional.cl
Lo sorprendente de este documento-ensayo es que su punto de
partida es la “ética de los museos”, que fundamentan luego de un pormenorizado
recorrido por la literatura española y latinoamericana, pasando por García
Canclini y Barbero, sin dejar de colocar en el horizonte de retaguardia a Michel
de Certeau, para terminar proponiendo la noción operativa de “museo mestizo”
desde la cual abordan la batalla de los guiones y reconstruyen las zonas de
fricción que a partir del reconocimiento de ciertas objetualidades,
sintomatizan el debate sobre “identidades flexibles”.
Confieso que desde hace un tiempo me habían interesado por
los guiones de las exposiciones producidas por el equipo curatorial del Museo Histórico Nacional, donde se hacía
evidente que invertían de otro modo las obras
pictóricas; es decir, de un modo que los hacía, de todos modos,
rearticular la historia de la pintura chilena, en el reverso de su
ilustratividad. Solo hago manifiesto en
el día de hoy, la utilidad de la lectura de este ensayo-documento en la
perspectiva de re/pensar el manejo de colecciones de pintura en museos que no
son explícitamente de “bellas artes”, pero que bajo otras condiciones de
exhibición, a pesar de sí, se presentan como
las obras pictóricas que son y
que suscitan una lectura que está fuera de las expectativas del guión
museológico.
Lo anterior quiere decir que la pintura siempre se nos
presenta como un suplemento en la
historia de la sensibilidad, en
un momento determinado. Por eso mismo,
lo que busco son indicios que me permitan reivindicar la “densidad visual” que
en sentido estricto podemos reconocer en el guión de un museo histórico, en sus
relaciones con un imaginario local.
Cierto: esa visualidad está inscrita en sus objetos y en sus
pinturas. En el modo como negociemos
dicha inscripción vamos a recuperar los índices de pictoricidad y de
objetualidad estrictamente “visual” de
las piezas consideradas; al punto que vamos a encontrar en las colecciones de
estos museos, que no son de arte, necesariamente, pero que están en regiones,
una plataforma implícita que apunta a otra cosa.
No pude más que recordar la densidad de los objetos del
Museo Hualpén, en relación a la banalidad de la objetualidad de tanta
producción de arte joven, para quienes la “encontrabilidad” de las cosas parece
una rutina académica.
Pocas personas conocen el Museo Hualpén. Hace ya más de diez
años que escribo columnas sobre este museo y la historia de su mentor, el
notable empresario penquista de comienzos del siglo XX, don Pedro del Río
Zañartu. De modo que quedamos con dos tareas: la primera es hablar del
documento-ensayo que los curadores del Museo Histórico Nacional han publicado y
que exponen una “política nacional implícita” de museos; mientras que la
segunda es la demostración de cómo es posible convertir a un museo (en
regiones) en un acelerador del imaginario local.
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