El desarrollo de cada punto es ejemplar por la simpleza de
los argumentos y la extensión en el contexto de la columna. Todo apunta a
sostener la tesis de la esquizofrenia que caracteriza la acción de los partidos
comunista en el mundo.
Antes de proseguir con el análisis de la lectura, es preciso introducir una cuña inquisitiva a
Genero Arriagada. Conociendo la
esquizofrenia de los comunistas, ¿por qué la DC aceptó hace cuatro años formar parte de una alianza que los incluye?
Es muy probable que las debilidades estructurales de su partido no le hubiesen
permitido sustraerse de una alianza que no ha hecho más que desdibujar la percepción de su “identidad”.
Según lo anterior, la polémica se entendería como una
ocasión de la DC para redibujar las líneas de su tolerancia ideológica; no así
programática, porque en el terreno de la centro izquierda no hay 36 soluciones
y todos los programas se parecen, ya que existe un paquete de reformas
portadoras de un sentido común político que no hace mayor diferencia entre PC y
DC.
Sin embargo, lo que Genaro Arriagada no reconoce es la
necesidad implícita que la DC -y la
Concertación- tenía del voto de los comunistas,
para definir el resultado de las elecciones presidenciales. Primero, los
comunistas llevaban un candidato testimonial y luego revertían su votación al
candidato menos malo para ellos, pero que sin embargo impediría el triunfo de
la derecha. Hasta ahí, todo bien. Lo que
hacía falta, respecto de la Nueva Mayoría, era reconocer de manera práctica el
aporte electoral de los comunistas, que al final, podían esgrimir el apelativo
de garantes implícitos del triunfo.
Frente a esta columna de Genaro Arriagada, no puedo dejar de
recordar otra columna suya, en un medio financiado, probablemente, por la
Konrad Adenauer, a comienzos de los años ochenta. Es aquí
que aparece la importancia de la segunda
parte de la columna de El Mercurio, puesto que se conecta con la columna escrita
en los ochenta. Pero esta última estaba
escrita en un momento en que ni la propia izquierda asumía su autocrítica, porque el objetivo fundamental era otro. Bajo la excusa de la necesaria unidad contra
el tirano, justificaba y promovía el silencio sobre todo aquello que pudiera
perturbar sus fines.
En los ochenta, la lectura de la columna de Genero Arriagada
me produjo una profunda decepción. No por lo el cuestionamiento que hacía de la
estructura autoritaria –por decir lo menos-
de la izquierda, sino porque
ésta última jamás había
formulado su autocrítica al respecto. Lo
único que la ocupaba era un tibio balance de sus errores tácticos y estratégicos durante el gobierno
de la UP.
Entendamos que el texto de Genero Arriagada buscaba establecer
bases académicas para cubrir el horizonte de responsabilidades y justificar la alianza de la DC con el Partido Nacional para legitimar el
derrocamiento de Allende. Es lo que el
Correa-de-siempre calificó en su momento de “matrimonio sin libreta”.
Regresando a la polémica de hoy, no se entiende quien padece de esquizofrenia, si la DC o el PC. Lo que queda meridianamente claro es que la
DC experimenta el mayor goce en poder
extorsionar simbólicamente a la izquierda no comunista por intermedio de la
Iglesia, que termina defendiendo a quienes fueron responsables de haber
legitimado la “necesidad” de interrumpir a Allende. Entendamos que entre interrumpir y el golpe
mismo hay un matiz, que no funcionó en la ficción de Frei Montalva, ya que tuvo
que dejar en la Escuela Militar el auto del Senado. El poder no le sería
remitido, como esperaba, en su calidad de presidente de la mencionada entidad.
La ausencia de autocrítica
de la izquierda era previsible,
ya que concordaba con la negación
de la izquierda-des/marxistizada-más-ocupada-en-asegurar-su-financiamiento. Hay que mencionar que los intelectuales
sustitutos se lavan las manos y no a abordan la caracterización de los
socialismos reales y el daño provocado mediante el retoque de la historia por
la vía del control discursivo a través del dispositivo autoritario denominado partido. Y luego, ONG. Los comunistas, digámoslo así, no tenía ni a
la Ford ni a la Konrad de su parte. Solo
podían acudir a su hermano mayor, puesto
en severa dificultad después de la caída del
muro de Berlín.
Curiosa vuelta de la historia: el muro se desmorona en 1989. En verdad, ya había comenzado muchos años
antes. Pero “coincide” con el triunfo
del NO. Podríamos decir que la
singularidad chilena anticipa la caída. Todo el mundo entenderá que es para la risa
hacer semejante relación. La izquierda,
en esa fecha, todavía no asume su complicidad con los “socialismos
reales”. Su nivel de victimización se lo
impide. En ello va su sobrevivencia.
Mientras la DC desplazó a la izquierda en el liderato del
“regreso regresivo” a la democracia, casi treinta años después, el PC aparece como el sujeto que “todos” esperaban que los
militares hubiesen aniquilado, y ocupa unos cargos en un gobierno, desde los
cuáles va a legitimar todo residuo simbólico que opera en la
actualidad como un “après-coup” psicoanalítico de la Unidad Popular. ¿Qué tal?
Esto es lo que la DC ya no ha soportado más y por eso a través de la pluma corrida y escurridiza de Genaro
Arriagada, plantea retro/traer al PC a su momento militar como
prueba de su incompetencia democrática. Y para ello, hace una lectura muy conveniente
del libro de una mujer política y
éticamente irreprochable, que le proporciona argumentos –desde la izquierda- en
favor de lo que quiere demostrar.
En esta perspectiva, una actitud consecuente de Genaro
Arriagada sería interponer una demanda,
por las responsabilidades penales que se pueden deducir de la
responsabilidad política de los dirigentes comunistas en la construcción de su
aparato militar, que en virtud de una determinada lectura de la fase, enviaron
a la muerte a una cantidad apreciable de jóvenes militantes.
Sin embargo, la DC
hizo lo contrario. Pactó con quienes hoy demoniza, quizás con razón. Pero
atendiendo a la historia comparada, la
DC no tuvo que recurrir a un brazo armado, porque contó, en algún momento, con
que ese rol lo cumplían las FFAA. Solo
que no era el brazo armado de su conveniencia. De ese modo,
recurrió al otro brazo,
teológicamente fundamentado, la Iglesia, para recuperar la decibilidad de la democracia.
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