martes, 7 de marzo de 2017

EL DESTINO DEL ARTE CHILENO (2)

El destino es un poder sobrenatural que guía la vida humana hacia un fin no escogido de forma necesaria. Eso ya lo sabemos. Cuando hablo de destino para el arte chileno, reemplazo la palabra destino por estructura, para terminar diciendo que el arte en cuestión es “actuado” por ella; un arte en el que los artistas no son “sujetos”, como (se lo) creen.

Ni siquiera haré el esfuerzo para validar el juego de las instancias  destinadas a salvar una infraestructura que no es tal.  El deprimente es el mensaje y no el mensajero.   Tan solo soy portador de una mirada que se ha edificado sobre una apreciable información calificada acerca del funcionamiento del sistema local de arte.

A través del twitter me han preguntado cómo se determina el éxito del arte chileno.

Es muy simple: en relación a la cercanía de las coordenadas que define el mainstream.   La decisionalidad del  arte mundial depende de las operaciones de un triángulo eminente formado por dos o tres museos, dos o tres galeristas, y dos o tres coleccionistas.  ¿Acaso estamos en la cercanía  de dicho triángulo?  El poder está en un lugar que el arte chileno no logra identificar. 

Sin embargo, es un error hablar de arte chileno. El arte chileno no existe.  Tenemos que remitirnos a aceptar una convención institucional  para reconocer su existencia, como si fuera una entidad homogénea.   Si se define el éxito como acceso a los circuitos decisionales, entonces no nos estamos refiriendo al arte chileno, sino tan solo a un reducido número de artistas y operadores que aspiran a ser reconocidos en el mainstream. El arte chileno es mucho más vasto y complejo y no se define en función del éxito de su acceso a esos circuitos.

Existe un arte chileno que no pertenece a ningún circuito. Existe un arte de provincia que se debate entre el pre-modernismo, el tardo-modernismo y una contemporaneidad desfasada. Ese es un arte chileno  que  recibe la cuota de apoyo que le ha sido asignada en los fondos concursables, para  reproducir sus prácticas y prolongar el modo de existencia de un sistema local que seguirá existiendo, no solo lejos del mainstream, sino más lejos aún de los grupos de artistas que se han puesto en carrera. 

La apertura de un centro nacional de arte contemporáneo es un premio al esfuerzo de quienes, con recursos del Estado, esperan obtener una posición de privilegio en esta carrera. Sin embargo, la apuesta revela su enorme ineficacia, ya que para montar una plataforma de aceleración de carrera y de colocación internacional, no se debe hacer exposiciones compensatorias, sino apostar a experiencias que intercepten la mirada de los  grandes operadores internacionales.  No es el caso. Las dos primeras exposiciones solo son revisiones de listas de cursos ya acabados, donde se agrega la vitrina de ejecuciones de programas del CNCA. Es decir, NADA DE ESO CONTRIBUYE A LA ACELERACIÓN DE CARRERA Y A LA RECOLOCACIÓN DE ARTISTAS CHILENOS EN LOS CIRCUITOS INTERNACIONALES DE PRIMERA LÍNEA.

Camilo Yáñez creyó que porque invitaba a Ivo Mesquita, Cuauhtemoc Medina y Ticio Escobar, tenía todo resuelto.  Las garantizaciones extranjeras operan de manera un poco más complejas.  La política chilena de colocación internacional de los amigos de Camilo Yáñez no puede ser tan ingenua. A menos que sepamos que ha sido invitado a algún evento, en retribución por servicios  prestados.

El hecho es que el destino del arte chileno no depende del éxito de funcionamiento de esta sala de exhibiciones ubicada en Cerrillos y que se le ha denominado Centro Nacional de Arte Contemporáneo.  Porque si fuera por eso, debiéramos preguntar por el programa de desarrollo que lo justificaría.  Y no solo eso: hablemos de su funcionamiento efectivo. 

Curadores de provincia y escultores han reclamado por las cuotas, sin poner en cuestión el fundamento del centro. Reproducen la posición de un arribismo básico que tampoco sanciona ficción de éxito alguno.  Hay artistas de provincia que consideran que es un éxito exponer en Santiago.  Están muy equivocados. Hay críticos y críticas locales que exigen tener una porción de sala para exhibir el modelo metropolitano fallido que replican. Están más que equivocados.

La realidad del arte chileno, en la combinatoria básica de su reproducción, entre residuos pre-modernos, ruinas tardo-modernas y desfases contemporáneos, funciona de otra manera, elaborando su exclusión como enclaves anómalos, montando experiencias autónomas de aceleración de información y estableciendo relaciones directas con realidades similares, ya sea en países limítrofes como en otras zonas del mismo país.

Entonces, el destino del arte chileno se puede pensar en relación a estas dos realidades; por un lado, los carreristas; por otro lado, los excluidos del carrerismo, los olvidados del sistema, los ninguneados por los programas de “traslado”, etc.

Y como he sostenido, el carrerismo está quebrado; no tiene destino alguno.  Entonces, lo que les queda a los artistas metropolitanos es “hacerse pasar por” artistas de provincia, para arrebatarles, todavía, la única excusa que a éstos les va quedando.  

Sin embargo, la situación está cada día más compleja, porque a partir del desarrollo de una hipótesis sobre la viabilidad de las gestiones autónomas de arte contemporáneo, se ha desarrollado en provincia una masa crítica incipiente, pero masa crítica al fin, que ha logrado diseñar y poner en prácticas experiencias de inscripción adecuada, en Valparaíso, Concepción, Iquique y Antofagasta, que son dignas de ser relevadas como indicios de una realidad que el carrerismo santiaguino no conoce y no está dispuesto a dejar pasar.

La trampa es que el santiaguino recursivo ofrece cupos para exponer. No hay que rechazar la oferta.  Hay que combinar todas las formas de lucha.  Pero queda claro que las iniciativas de autonomía definen otra criteriología para reconocer el éxito de una formación artística compleja. 

Por ejemplo, podemos sostener la hipótesis de que puede existir  funcionamiento exitoso de una articulación de prácticas artísticas combinadas y desiguales, sostenida por el reconocimiento de una comunidad determinada, en cuyo imaginario se inscribe la trazabilidad de una memoria local.  Este es el destino del arte chileno que me importa.    




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