El destino es un poder sobrenatural que guía la vida humana
hacia un fin no escogido de forma necesaria. Eso ya lo sabemos. Cuando hablo de
destino para el arte chileno, reemplazo la palabra destino por estructura, para
terminar diciendo que el arte en cuestión es “actuado” por ella; un arte en el
que los artistas no son “sujetos”, como (se lo) creen.
Ni siquiera haré el esfuerzo para validar el juego de las
instancias destinadas a salvar una
infraestructura que no es tal. El
deprimente es el mensaje y no el mensajero. Tan
solo soy portador de una mirada que se ha edificado sobre una apreciable
información calificada acerca del funcionamiento del sistema local de arte.
A través del twitter me han preguntado cómo se determina el
éxito del arte chileno.
Es muy simple: en relación a la cercanía de las coordenadas
que define el mainstream. La
decisionalidad del arte mundial depende
de las operaciones de un triángulo eminente formado por dos o tres museos, dos
o tres galeristas, y dos o tres coleccionistas.
¿Acaso estamos en la cercanía de
dicho triángulo? El poder está en un
lugar que el arte chileno no logra identificar.
Sin embargo, es un error hablar de arte chileno. El arte
chileno no existe. Tenemos que remitirnos
a aceptar una convención institucional
para reconocer su existencia, como si fuera una entidad homogénea. Si se define el éxito como acceso a los
circuitos decisionales, entonces no nos estamos refiriendo al arte chileno,
sino tan solo a un reducido número de artistas y operadores que aspiran a ser
reconocidos en el mainstream. El arte
chileno es mucho más vasto y complejo y no se define en función del éxito de su
acceso a esos circuitos.
Existe un arte chileno que no pertenece a ningún circuito.
Existe un arte de provincia que se debate entre el pre-modernismo, el
tardo-modernismo y una contemporaneidad desfasada. Ese es un arte chileno que
recibe la cuota de apoyo que le ha sido asignada en los fondos
concursables, para reproducir sus prácticas
y prolongar el modo de existencia de un sistema local que seguirá existiendo,
no solo lejos del mainstream, sino
más lejos aún de los grupos de artistas que se han puesto en carrera.
La apertura de un centro nacional de arte contemporáneo es
un premio al esfuerzo de quienes, con recursos del Estado, esperan obtener una
posición de privilegio en esta carrera. Sin embargo, la apuesta revela su
enorme ineficacia, ya que para montar una plataforma de aceleración de carrera
y de colocación internacional, no se debe hacer exposiciones compensatorias,
sino apostar a experiencias que intercepten la mirada de los grandes operadores internacionales. No es el caso. Las dos primeras exposiciones
solo son revisiones de listas de cursos ya acabados, donde se agrega la vitrina
de ejecuciones de programas del CNCA. Es decir, NADA DE ESO CONTRIBUYE A LA
ACELERACIÓN DE CARRERA Y A LA RECOLOCACIÓN DE ARTISTAS CHILENOS EN LOS
CIRCUITOS INTERNACIONALES DE PRIMERA LÍNEA.
Camilo Yáñez creyó que porque invitaba a Ivo Mesquita,
Cuauhtemoc Medina y Ticio Escobar, tenía todo resuelto. Las garantizaciones extranjeras operan de
manera un poco más complejas. La
política chilena de colocación internacional de los amigos de Camilo Yáñez no
puede ser tan ingenua. A menos que sepamos que ha sido invitado a algún evento,
en retribución por servicios prestados.
El hecho es que el destino del arte chileno no depende del
éxito de funcionamiento de esta sala de exhibiciones ubicada en Cerrillos y que
se le ha denominado Centro Nacional de Arte Contemporáneo. Porque si fuera por eso, debiéramos preguntar
por el programa de desarrollo que lo justificaría. Y no solo eso: hablemos de su funcionamiento
efectivo.
Curadores de provincia y escultores han reclamado por las
cuotas, sin poner en cuestión el fundamento del centro. Reproducen la posición
de un arribismo básico que tampoco sanciona ficción de éxito alguno. Hay artistas de provincia que consideran que
es un éxito exponer en Santiago. Están
muy equivocados. Hay críticos y críticas locales que exigen tener una porción
de sala para exhibir el modelo metropolitano fallido que replican. Están más
que equivocados.
La realidad del arte chileno, en la combinatoria básica de
su reproducción, entre residuos pre-modernos, ruinas tardo-modernas y desfases
contemporáneos, funciona de otra manera, elaborando su exclusión como enclaves
anómalos, montando experiencias autónomas de aceleración de información y
estableciendo relaciones directas con realidades similares, ya sea en países
limítrofes como en otras zonas del mismo país.
Entonces, el destino del arte chileno se puede pensar en
relación a estas dos realidades; por un lado, los carreristas; por otro lado,
los excluidos del carrerismo, los olvidados del sistema, los ninguneados por los
programas de “traslado”, etc.
Y como he sostenido, el carrerismo está quebrado; no tiene
destino alguno. Entonces, lo que les
queda a los artistas metropolitanos es “hacerse pasar por” artistas de
provincia, para arrebatarles, todavía, la única excusa que a éstos les va
quedando.
Sin embargo, la situación está cada día más compleja, porque
a partir del desarrollo de una hipótesis sobre la viabilidad de las gestiones
autónomas de arte contemporáneo, se ha desarrollado en provincia una masa
crítica incipiente, pero masa crítica al fin, que ha logrado diseñar y poner en
prácticas experiencias de inscripción adecuada, en Valparaíso, Concepción,
Iquique y Antofagasta, que son dignas de ser relevadas como indicios de una
realidad que el carrerismo santiaguino no conoce y no está dispuesto a dejar
pasar.
La trampa es que el santiaguino recursivo ofrece cupos para
exponer. No hay que rechazar la oferta.
Hay que combinar todas las formas de lucha. Pero queda claro que las iniciativas de
autonomía definen otra criteriología para reconocer el éxito de una formación
artística compleja.
Por ejemplo, podemos sostener la hipótesis de que puede
existir funcionamiento exitoso de una articulación de prácticas artísticas
combinadas y desiguales, sostenida por el reconocimiento de una comunidad
determinada, en cuyo imaginario se inscribe la trazabilidad de una memoria
local. Este es el destino del arte
chileno que me importa.
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