sábado, 18 de marzo de 2017

LA FALSA MEDIDA


En su ultimo trabajo, Francisca Aninat exhibió en el “patio de luz” del nuevo edificio del Hospital San Juan de Dios, una serie de libros en los que consignaba residuos narrativos del relato de pacientes, doctores, enfermeras, personal auxiliar, que se referían a momentos de máxima tensión, en que los cuerpos eran llevados a los límites de su resistencia. Su trabajo, en el hospital, consistió en escuchar, en transcribir el relato del dolor y en coser un objeto reparatorio  que pasaría a ocupar casi la función de un objeto transicional; es decir, un fetiche sustituto que se instala como un comodín ortopédico ante la necesidad de consuelo. 

La serie de libros es reconocida como un conjunto de “libros de artista” y están confeccionados, esa es la palabra, con telas, pegamento, pintura, hilo, etc.  Son, en cierta medida, “libros-objeto”. Sin embargo, en su origen, pueden ser entendidos como “cuadernos de apuntes”,  que contienen tanto marcas gráficas como transcripción manuscrita de fragmentos textuales. En esta exposición, esta serie de libros ocupa un lugar de privilegio, en una de las salas de la galería, dispuestos sobre mesas especiales que convierten el espacio en un lugar de lectura, que en términos estrictos  distribuye los términos de una zona de consuelo y  de acogida. 


En las salas de ingreso a la galería D21   -donde prepara su nueva muestra- , en cambio, se recoge la disposición de materiales que provienen del universo de la albañilería básica. Esta es, si se quiere,  la zona amenazante,   en la que se ordenan   piezas de yeso blanco, yeso pintado y placas de madera aglomerada negra, que forman una  empalizada de cierre.  La proximidad de formas lapidares conduce a un recinto funerario de referencia evangélica: sepulcros blanqueados.  Hay que ver hasta donde se llega con todo eso.  La ética del arte está juego.

Falta decir que  la zona de acogida y de consuelo está delimitadas por la maquinalidad  y la bibliografía.  Me explico: la “máquina de anestesiar”, de modelo perimido, ya no cumple funciones de tal; solo es trasladada desde el hospital  -donde forma parte del museo hospitalario, hacia un campo donde  se le atribuye  -en la galería-  la función de  “máquina de re/semantizar”.   Todos los materiales adquieren un nuevo valor, una atribución nueva, una función diferenciada que se expande de acuerdo al esfuerzo de una lectura cooperante. 

Es a propósito de  este punto que en esta exposición Francisca Aninat  hace un visible un problema crucial, que ha marcado el carácter de su trabajo: la contingencia de la materialidad.

¿De donde proviene esta reflexión? De un texto del filósofo iraní [1] Reza Negarestani publicado en http://www.ramona.org.ar/[2] bajo el título de Contingencia y complicidad, en cuya primera frase sostiene lo siguiente: “El artista no es un aventurero que se lanza a experimentar con los materiales sino un explorador de un campo experimental de materiales contingentes”.  Existe, entonces, una complicidad entre el artista y los materiales, como sinónimo de apertura, como si fuera una especie de “atención flotante”, pero en la que sin embargo se plantea una cierta autonomía de la materialidad, porque su contingencia se resiste a ser subordinada a intensiones, que por complejas que sean, no pueden dejar de considerar que la materialidad constituye desde ya una corriente subterránea que se resiste, como digo, a ser subordinada a una intencionalidad.  La contingencia, claro está, puede ser la plataforma desde la que surgen interacciones y procesos dinámicos.

Me remito, pues, a la contingencia sub/versiva[3] del yeso y de la tela cosida en una especie de grado cero de la “vestimentareidad”.  En el imaginario de Francisca Aninat el proceso de lavado de la ropa hospitalaria ocupará un lugar central.   Esta es una cuestión que se relacionará con la pasión del blanqueo, como se verá más adelante. 

Los libros de tela, por su parte,  recogen la suciedad libidinal de la palabra, como si fuera el material de absorbencia de una supuración: es decir, de la palabra en condición de delirio purulento pronunciado en voz baja, para que el traspaso experimente la menor merma posible  en el proceso de su conversión en materia  transcriptible. 






[1]
Reza Negarestani es un filósofo y escritor iraní, conocido por ser el "pionero en el género de la "teoría-ficción” con su libro Cyclonopedia. Artforum lo calificó como uno de los mejores libros de 2009.

[2] http://www.ramona.org.ar/node/62405
[3] Hago referencia al juego de palabras que proviene del uso de “sub-versión” como versión subordinada.

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