En su ultimo trabajo, Francisca Aninat exhibió en el “patio
de luz” del nuevo edificio del Hospital San Juan de Dios, una serie de libros
en los que consignaba residuos narrativos del relato de pacientes, doctores,
enfermeras, personal auxiliar, que se referían a momentos de máxima tensión, en
que los cuerpos eran llevados a los límites de su resistencia. Su trabajo, en
el hospital, consistió en escuchar, en transcribir el relato del dolor y en
coser un objeto reparatorio que pasaría
a ocupar casi la función de un objeto transicional; es decir, un fetiche
sustituto que se instala como un comodín ortopédico ante la necesidad de
consuelo.
La serie de libros es reconocida como un conjunto de “libros
de artista” y están confeccionados, esa es la palabra, con telas, pegamento,
pintura, hilo, etc. Son, en cierta
medida, “libros-objeto”. Sin embargo, en su origen, pueden ser entendidos como
“cuadernos de apuntes”, que contienen
tanto marcas gráficas como transcripción manuscrita de fragmentos textuales. En
esta exposición, esta serie de libros ocupa un lugar de privilegio, en una de
las salas de la galería, dispuestos sobre mesas especiales que convierten el
espacio en un lugar de lectura, que en términos estrictos distribuye los términos de una zona de
consuelo y de acogida.
En las salas de ingreso a la galería D21 -donde prepara su nueva muestra- , en cambio, se recoge
la disposición de materiales que provienen del universo de la albañilería
básica. Esta es, si se quiere, la zona
amenazante, en la que se ordenan piezas
de yeso blanco, yeso pintado y placas de madera aglomerada negra, que forman
una empalizada de cierre. La proximidad de formas lapidares conduce a
un recinto funerario de referencia evangélica: sepulcros blanqueados. Hay que ver hasta donde se llega con todo
eso. La ética del arte está juego.
Falta decir que la
zona de acogida y de consuelo está delimitadas por la maquinalidad y la bibliografía. Me explico: la “máquina de anestesiar”, de
modelo perimido, ya no cumple funciones de tal; solo es trasladada desde el
hospital -donde forma parte del museo
hospitalario, hacia un campo donde se le
atribuye -en la galería- la función de
“máquina de re/semantizar”. Todos los materiales adquieren un nuevo valor,
una atribución nueva, una función diferenciada que se expande de acuerdo al
esfuerzo de una lectura cooperante.
Es a propósito de
este punto que en esta exposición Francisca Aninat hace un visible un problema crucial, que ha
marcado el carácter de su trabajo: la contingencia de la materialidad.
¿De donde proviene esta reflexión? De un texto del filósofo
iraní [1]
Reza Negarestani publicado en http://www.ramona.org.ar/[2]
bajo el título de Contingencia y
complicidad, en cuya primera frase sostiene lo siguiente: “El artista no es un aventurero
que se lanza a experimentar con los materiales sino un explorador de un campo
experimental de materiales contingentes”. Existe, entonces, una complicidad entre el
artista y los materiales, como sinónimo de apertura, como si fuera una especie
de “atención flotante”, pero en la que sin embargo se plantea una cierta
autonomía de la materialidad, porque su contingencia se resiste a ser
subordinada a intensiones, que por complejas que sean, no pueden dejar de
considerar que la materialidad constituye desde ya una corriente subterránea
que se resiste, como digo, a ser subordinada a una intencionalidad. La contingencia, claro está, puede ser la
plataforma desde la que surgen interacciones y procesos dinámicos.
Me
remito, pues, a la contingencia sub/versiva[3] del yeso y de la tela
cosida en una especie de grado cero de la “vestimentareidad”. En el imaginario de Francisca Aninat el
proceso de lavado de la ropa hospitalaria ocupará un lugar central. Esta
es una cuestión que se relacionará con la pasión del blanqueo, como se verá más
adelante.
Los
libros de tela, por su parte, recogen la
suciedad libidinal de la palabra, como si fuera el material de absorbencia de
una supuración: es decir, de la palabra en condición de delirio purulento
pronunciado en voz baja, para que el traspaso experimente la menor merma
posible en el proceso de su conversión
en materia transcriptible.
[1]
Reza Negarestani es un filósofo y escritor iraní, conocido por ser el "pionero en el género de la "teoría-ficción” con su libro Cyclonopedia. Artforum lo calificó como uno de los mejores libros de 2009.
Reza Negarestani es un filósofo y escritor iraní, conocido por ser el "pionero en el género de la "teoría-ficción” con su libro Cyclonopedia. Artforum lo calificó como uno de los mejores libros de 2009.
[2] http://www.ramona.org.ar/node/62405
[3]
Hago referencia al juego de palabras que proviene del uso de “sub-versión” como
versión subordinada.
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