sábado, 4 de marzo de 2017

LA ORQUESTA ROJA: LA NOVELA (3)



A propósito de la lectura de La orquesta roja, queda en veremos la cuestión de la decibilidad de las luchas, montadas como estrategias lenguajeras destinadas a encubrir los verdaderos propósitos del destacamento de combate político. En esta medida, debo señalar que la lectura de esta novela ha tenido efectos en la producción de otra novela, escrita por Marcelo Mellado bajo el título de Informe Tapia (La  calabaza del diablo, 2004).

En primer lugar, Marcelo Mellado se dejó embaucar por la personalidad política y el trabajo de  de Inteligencia de Léopold Trepper,  en tanto autor de un armado  organizacional convertido en brazo  práctico del Estado Mayor. La alimentación en información es desde ya una interpretación de la historia.   De este modo, Marcelo Mellado tendría que enfrentar una modificación anticipativa, en la que Lo Político experimentaba un deslizamiento orgánico haca Lo Cultural.  Lo cual significaba tomar a cargo, literariamente, la consideración totalizante  según la cual “todo es político”.  En tal modo, lo que caracterizaría la nueva época sería la conversión de esa frase en “todo es cultura”.  

La gran oportunidad analítica implícita en Informe Tapia es que fue escrita en la proximidad a la instalación en Valparaíso de la sede del Consejo Nacional de la Cultura y de las Artes, como andamiaje de la impostura que llevó a Ottone padre sostener que había que dotarlo, al puerto, de un relato, porque ya lo había perdido. Solo que no dijo que el reverso del relato suponía la gentrificación acelerada en provecho de la nueva burguesía estatal  -emergida durante la post/dictadura- de la que forma parte.

De este modo, se instala en el orden social el imperio de Lo Cultural, como figura del diferimiento progresivo de toda verdad sobre las condiciones objetivas. Todo debe ser convertido en “cultural” para adquirir  la acreditación  de las nuevas formas de “lo político”.   Y Lo Cultural se instala, se localiza, en una Dirección General, como si se tratara de una resolución orweliana pero pasada por Contraloría.  Sus funcionarios no solo son generadores de la conversión-de-lo-político-en-cultural, sino vigilantes de proceso, que requieren intervenir “lo cultural”  desnaturalizando las relaciones de solidaridad eventual entre los agentes.  Así planteadas las cosas, a los personajes “positivos” de la novela no les queda más que resistir y pasar a la clandestinidad para preservar la naturaleza inicial, por no decir original, de sus propósitos.  

En este contexto, el título Orquesta Roja pasa a designar lo que desafina por anteposición. La orquesta adquiere este nombre porque los alemanes designan a Trepper como el  director de una maquinaria  de emisores a los que se les llama    “pianistas”.   En verdad, se trata de una metáfora que está sujeta al desarrollo de las fuerzas productivas y por ello depende de figuras  dependientes de la tecnología del telégrafo. 

Estos son los mensajeros que corren el riesgo de transmitir clandestinamente y de ser  objeto de las redadas de la policía.  La orquesta, entonces, sustituye la designación de un destacamento, que pasa a ser el modelo generativo de la novela. Destacamento proletario, se decía,  en los textos partidarios de origen, pero ahora, es tan solo destacamento de conversión, procesado  para ser conducido por un habilitado en antiguas luchas.  Lo cual  establece en la novela de Marcelo Mellado, el rol  preeminente de las “luchas de antes” (políticas)  que pasa a ser  desmantelado por el nuevo rol atribuido y ajustado para satisfacer las “luchas de ahora” (culturales).  Sin embargo, los niveles de satisfacción narrativa estarán determinados por la retórica de los índices de cumplimiento de los programas puestos en función.  

Es en este punto que se produce una inflexión procedimental en la narrativa de Marcelo Mellado, que inventa la necesidad de un documento perdido como origen del relato.  Siempre, tiene que haber un documento perdido que es encontrado en un depósito; es decir, en un archivo municipal.  No es un convento castellano ni una abadía pirenaica; se trata simplemente de un archivo municipal, donde van a parar, se supone, los documentos-que-deben-darse-por-perdidos.    

Lo que se debe dar por perdido es el “informe” que una organización político-sindical le solicita a un agente,  para que éste elaborae la estrategia de su conversión en organización cultural a secas.   Justamente, porque el “informe”  es la gran invención de la narratividad  política chilena.  De ahí,  Trepper se transforma en Tapia; simplemente, por la constante “ordinarización” que Marcelo Mellado hace de la  Historia de la (propia) Izquierda.  Es decir, el que hace “informes” conduce la política cultural (lo cultural como política de reparación de los relatos).  

A más de una década de su publicación, y en las proximidades de la imposición parlamentaria (ordinaria y desinformada) de un  Ministerio de las Culturas,  la novela de Marcelo Mellado anticipa las contradicciones e imposturas que sostienen semejante proyecto, como reverso de una retórica partidaria de  “informes al pleno”, y por ende, debiera  formar parte de la bibliografía mínima en un Diplomado en Gestión Cultural. 


Como ya he sostenido, los grandes escritorios en esta fase no son los que por profesión se reconoce el nombre de escritores, sino gente como Moulián, Garretón Bengoa, Brunner, porque manejan la vulnerabilidad narrativa de la formación política chilena como rellenadores de letra  -tomando el ejemplo de la práctica muralística de propaganda-, donde el que conduce la política de la letra ya ha trazado la línea, de modo que solo falta el discurso escenográfico de estos operadores para dar cuerpo a la silueta que anticipa el inconsciente-comité-central que dicta en secreto una sagrada escritura.

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