A propósito de la lectura de La orquesta roja, queda en veremos la cuestión de la decibilidad de las luchas, montadas como
estrategias lenguajeras destinadas a encubrir los verdaderos propósitos del
destacamento de combate político. En esta medida, debo señalar que la lectura
de esta novela ha tenido efectos en la producción de otra novela, escrita por
Marcelo Mellado bajo el título de Informe
Tapia (La calabaza del diablo,
2004).
En primer lugar, Marcelo Mellado se dejó embaucar por la
personalidad política y el trabajo de de
Inteligencia de Léopold Trepper, en
tanto autor de un armado organizacional
convertido en brazo práctico del Estado
Mayor. La alimentación en información es desde ya una interpretación de la
historia. De este modo, Marcelo Mellado tendría que
enfrentar una modificación anticipativa, en la que Lo Político experimentaba un
deslizamiento orgánico haca Lo Cultural.
Lo cual significaba tomar a cargo, literariamente, la consideración
totalizante según la cual “todo es
político”. En tal modo, lo que
caracterizaría la nueva época sería la conversión de esa frase en “todo es
cultura”.
La gran oportunidad analítica implícita en Informe Tapia es
que fue escrita en la proximidad a la instalación en Valparaíso de la sede del
Consejo Nacional de la Cultura y de las Artes, como andamiaje de la impostura que
llevó a Ottone padre sostener que había que dotarlo, al puerto, de un relato,
porque ya lo había perdido. Solo que no dijo que el reverso del relato suponía
la gentrificación acelerada en provecho de la nueva burguesía estatal -emergida durante la post/dictadura- de la que
forma parte.
De este modo, se instala en el orden social el imperio de Lo
Cultural, como figura del diferimiento progresivo de toda verdad sobre las
condiciones objetivas. Todo debe ser convertido en “cultural” para
adquirir la acreditación de las nuevas formas de “lo político”. Y Lo
Cultural se instala, se localiza, en
una Dirección General, como si se tratara de una resolución orweliana pero pasada por Contraloría. Sus funcionarios no solo son generadores de
la conversión-de-lo-político-en-cultural, sino vigilantes de proceso, que requieren intervenir “lo cultural” desnaturalizando las relaciones de
solidaridad eventual entre los agentes.
Así planteadas las cosas, a los personajes “positivos” de la novela no
les queda más que resistir y pasar a la clandestinidad para preservar la
naturaleza inicial, por no decir original, de sus propósitos.
En este contexto, el título Orquesta Roja pasa a designar lo que desafina por anteposición. La
orquesta adquiere este nombre porque los alemanes designan a Trepper como el director de una maquinaria de emisores a los que se les llama “pianistas”.
En verdad, se trata de una metáfora
que está sujeta al desarrollo de las fuerzas productivas y por ello depende de
figuras dependientes de la tecnología
del telégrafo.
Estos son los mensajeros que corren el riesgo de transmitir
clandestinamente y de ser objeto de las
redadas de la policía. La orquesta,
entonces, sustituye la designación de un destacamento, que pasa a ser el modelo
generativo de la novela. Destacamento proletario, se decía, en los textos partidarios de origen, pero
ahora, es tan solo destacamento de conversión, procesado para ser conducido por un habilitado en
antiguas luchas. Lo cual establece en la novela de Marcelo Mellado, el
rol preeminente de las “luchas de antes”
(políticas) que pasa a ser desmantelado por el nuevo rol atribuido y
ajustado para satisfacer las “luchas de ahora” (culturales). Sin embargo, los niveles de satisfacción
narrativa estarán determinados por la retórica de los índices de cumplimiento
de los programas puestos en función.
Es en este punto que se produce una inflexión procedimental
en la narrativa de Marcelo Mellado, que inventa la necesidad de un documento
perdido como origen del relato. Siempre,
tiene que haber un documento perdido que es encontrado en un depósito; es
decir, en un archivo municipal. No es un
convento castellano ni una abadía pirenaica; se trata simplemente de un archivo
municipal, donde van a parar, se supone, los documentos-que-deben-darse-por-perdidos.
Lo que se debe dar por perdido es el “informe” que una
organización político-sindical le solicita a un agente, para que éste elaborae la estrategia de su
conversión en organización cultural a secas.
Justamente, porque el
“informe” es la gran invención de la
narratividad política chilena. De ahí, Trepper se transforma en Tapia; simplemente,
por la constante “ordinarización” que Marcelo Mellado hace de la Historia de la (propia) Izquierda. Es decir, el que hace “informes” conduce la política cultural (lo cultural como
política de reparación de los relatos).
A más de una década de su publicación, y en las proximidades
de la imposición parlamentaria (ordinaria y desinformada) de un Ministerio de las Culturas, la novela de Marcelo Mellado anticipa las
contradicciones e imposturas que sostienen semejante proyecto, como reverso de
una retórica partidaria de “informes al
pleno”, y por ende, debiera formar parte
de la bibliografía mínima en un Diplomado en Gestión Cultural.
Como ya he sostenido, los grandes escritorios en esta fase
no son los que por profesión se reconoce el nombre de escritores, sino gente
como Moulián, Garretón Bengoa, Brunner, porque manejan la vulnerabilidad
narrativa de la formación política chilena como rellenadores de letra
-tomando el ejemplo de la práctica muralística de propaganda-, donde el
que conduce la política de la letra
ya ha trazado la línea, de modo que solo falta el discurso escenográfico de
estos operadores para dar cuerpo a la silueta que anticipa el inconsciente-comité-central que dicta en
secreto una sagrada escritura.
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