viernes, 16 de septiembre de 2016

DEL “POP A LO POBRE” A LA “SENTIMENTALIDAD DE IZQUIERDA”.

El problema del título de la exposición en “La irrupción del pop” no reviste mayor gravedad, porque tiene la utilidad de plantear la dimensión de un problema de transferencia de información. ¿Quiénes viajaron? ¿Adonde fueron? ¿Qué vieron? ¿Qué procesaron? ¿Cómo regresaron? Y eso, dependiendo  de la coyuntura y de la estrategia de regreso. No es lo mismo salir a Paris o Nueva York antes de 1965, que hacerlo después, a Nueva York.  En ese último caso, hay que relevar el hecho que todos los que viajaron después de esa fecha eran docentes “de la Chile” y regresaron a hacer  clases. Por lo tanto, se supone que trajeron algo de vuelta,  incluyendo sus frustraciones. Quienes viajaron antes de esa fecha no pertenecían a ningún aparato académico y no tenían el menor deseo de regresar. 

En la exposición, las obras de Guillermo Núñez  son decisivas para entender dos cosas: primero, el efecto inmediato de transferencia gráfica de un arte pop recogido de primera mano, pero leído como de segunda;  luego, el uso de la serigrafía en el espacio del cuadro.   Es decir, dos elementos que se levantaban  formalmente en contra del manchismo de izquierda que domina el sistema pictórico “de la Chile”.  Lo que no puede sorprender a nadie.  La serigrafía es de uso común en dicho sistema. De ahí que sea entendible como algo lógico la realización de la carpeta “Las 40 medidas”.  Es decir, la presencia de Núñez señala un momento de infracción al interior del sistema de pintura dominante.  Lo interesante es que lo hace mediante una doble vía: una figuración de las articulaciones humanas desolladas y la impresión en grano grueso de rostros obtenidos de fotografías impresas en la prensa de masas que informan la guerra de Vietnam.







Sin embargo, la otra infracción le corresponde a las obras de Virginia Errázuriz y Francisco Brugnoli. La mención mitológica que hacen a la Feria de Artes Plásticas señala  la indolente ingenuidad con que enfrentan, lo que ellos denominan “el poder”,  en la Facultad y en el Mercado.  Es tal la fragilidad y torpeza de su posición, que la “feria” aparece como un recurso exótico y no menos combatiente, para desmarcarse de un mercado dominado por las galerías de Marta Faz y Carmen Waugh, “si es que”. 

Yo era estudiante de secundaria y recuerdo haber visto el “overol” de Brugnoli en la feria del parque.  Era impresionante de “moderno” para mi.  Pero no representaba nada, sino un momento de “infracción” en el seno de un debate que enfrentaría un “pop a lo pobre” a un “pop de la izquierda medial”. Lo cual le da sentido al título de la exposición, pero en términos de que lo que irrumpe es un gran equívoco. En la misma época que vi esa obra de Brugnoli, a pocos pasos del parque, en las librerías de libros de ocasión, yo compraba rumas de números atrasados de Paris Match; sobre todo, de la época de la guerra de Argelia.  Una foto de ese medio conservador me dejó helado, de todos modos. Era la toma de vista de la plataforma de un camión sobre la que se encontraban unos  cadáveres amontonados. Los cuerpos de los muertos tenían en la planta de los pies,   marcado  con tinta  azul de oficina fiscal el sello  de goma del FLN.  Pero lo que yo veía no era una “obra”, sino tan solo un documento.

Digámoslo así: el “pop a lo pobre” estaría representado por Brugnoli/Errázuriz, mientras que el “pop medial” estaría en manos de Núñez y de la gráfica chilena emergente, que combina en ese momento algunos elementos de la gráfica “new love”,  con referentes de la gráfica cubana y fragmentos iconográficos de un imaginario popular no rural.  Cada uno de estos ha sido suficientemente documentado en la exposición.

Sin embargo, esto que llamo “pop a lo pobre” salva a Brugnoli/Errázuriz de la elegancia del arte povera.  Ellos no son povera. Son  cercanos, sin confesarlo, a Berni.  O sea, deudores de Juanito Laguna. Pero no lo dicen.  Es muy raro cómo omiten sus antecedentes.  Da lo mismo. Los hace únicos.  El “overol” de Brugnoli, sin embargo, es  una isla en su producción.  Sobre todo si descubrimos los grabados absolutamente abstractizantes que hace Brugnoli en  los setenta, muy cercanos a unos grabados de Pedro Millar de la misma época.  Es cosa de verlas obras.






Lo que pasa es que al lado de las obras de Virginia Errázuriz,  el “pop a lo pobre”  se desarma y pasa a adquirir otro peso, de una autonomía no reconocida, y de un tipo de anticipación que tampoco ha sido incorporada al análisis de la coyuntura.  La infracción  que implica toda esta producción significa que ella ha  tomado prestada la materialidad del povera y del informalismo, provocando un forzamiento de la figuración, en todos los terrenos. Ciertamente, esto no tiene nada que ver con la canonización de las tapiceras de Isla Negra que lleva Antúnez al MNBA, como el monumento del arte popular adecuadamente ingenuizado por la mirada oligarca. Sin decirlo de manera manifiesta,  Virginia Errázuriz está más cerca de un “inbunchismo” que todavía no ha sido reivindicado formalmente en la escena. Se lo apropiará la articulación Kay/Dittborn y hará de éste un modelo de intervención literaria y de montaje gráfico.  Pero no se puede negar que Virginia Errázuriz ha navegado, desde 1966,  en una vía que se desmarca radicalmente de lo que Dittborn hace en la misma coyuntura.

Para ver lo que hace Dittborn en 1965 es preciso acudir a la reproducción de su obra en la publicación “Veinte pintores chilenos jóvenes”.  De ahí la bronca de Brugnoli/Errázuriz  en su contra, porque ellos se auto atribuyen un adelantamiento formal que no les es reconocido y que los deja  -por así decir- fuera de la historia que ha llegado, Dittborn, a re-escribir,  aniquilando los antecedentes del sistema gráfico y del sistema pictórico  “de la Chile”, que es de donde él mismo proviene.  Y es verdad: en 1975 Dittborn ha experimentado una aceleración que convierte a Brugnoli/Errázuriz en una memoria material superada por el desarrollo de las “fuerzas productivas”; lo cual, ciertamente, es  de una gran injusticia analítica.



Es muy probable que el marxismo vulgar de la Facultad no ayude en nada a la defensa de la autonomía formal, ya que parecen estas  expresiones de “la imagen del hombre” como unas correspondencias artístico-institucionales de la subordinación ilustrativa que la categoría de partido político que exige a los artistas y con la que éstos cumplen de manera tan insuficiente.  La exposición que organiza Rojas Mix, bajo esa impronta, es menos marxista y más existencialista “al pedo” que otra cosa.  Es decir, que el supuesto “aparato teórico” de la Facultad no da ni para sostener a los “pop a lo pobre” ni a los “pop mediales de izquierda”.  De ahí que las obras de Núñez, Brugnoli y Virginia Errázuriz, exhiban las “infracciones” operantes en esa coyuntura de fines de los 60´s, en contra de  la “estética  marxista vulgar”  y de la hegemonía del manchismo de izquierda en el sistema pictórico de la Facultad.



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