El futuro del arte chileno está en las obras del
pasado. Visité la exposición “sobre el
pop chileno” en el Museo de la
Solidaridad. Las palabras “del pasado” debieron ir entre paréntesis,
como si fuera una enunciación subordinada.
Sin embargo, borré el paréntesis para que ocuparan limpiamente el
terreno de la frase, a riesgo de cometer un abuso analítico, porque mi posición
es que el futuro del arte está en la producción de una nueva lectura de unas
obras que ya existen, pero que no han tenido visibilidad suficiente.
No se trata, como RD y sus asesores desalmados, de
re-escribir la historia, con ese vitalismo eyaculatorio seminal que pretende
que la realidad sea un santo sudario cuya figurabilidad depende de la
pentecostalidad. Se trata, simplemente, de leer lo que ya existe.
Hace unos días, a propósito del incidente en que hubo que
restituir el premio Rojas Denegri a Felipe Durán, hice referencia al malestar mojigato que
produjo esta nominación produjo en algunos de sus colegas, para los cuáles él
es un fotógrafo menor sin obra. En el fondo, dijeron que no era fotógrafo. Lástima, Durán no le saca fotos a los pobres
para sublimar. Entonces, recordé esa
frase lapidaria de Robert Capa: “Si tus fotos no son buenas, es porque no has
estado suficientemente cerca”.
A mi me parece que Felipe Durán ha estado suficientemente
cerca. Me importa muy poco si sus fotos
no son “buenas” según los criterios de PhotoEspaña.
Solo me pregunto cuanto le debe España, a “esa” Photo. Ya saben a qué me
refiero.
Entonces, hay obras de los años 60-70´s que no han sido
suficientemente “leídas”. El trabajo curatorial de Soledad García y Daniela
Berger ha sido ejemplar, justamente, porque no han impuesto una prejuicio
reductor en provecho de una interpretación anacronista, como suele hacerlo (tanta) gente, a través de sus operaciones de
encubrimiento y escamoteo de obras, en
función de un negocito de muy corto alcance.
Se escamotea las obras cuando se las fuerza a ilustrar una
lectura des/informada a sabiendas de la
fase. Y no solo eso, sino que se somete
a las obras y a su “historia contextual”
a un forzamiento definido para satisfacer a la academia
española de la “crítica institucional” que les otorga la patente de corso a la medida.
En cambio, en este caso, Soledad García y Daniela Berger
asumen el problema como el efecto de un rastreo de las resonancias y
asimilaciones que tienen en Chile, ciertas obras del período 1964 y 1973. El título bajo el que realizan esta muestra
me parece, por lo de más, absolutamente inapropiado: “La emergencia del pop:
irreverencia y calle en Chile”. Más bien
parece un título forjado por el (d)efecto cultural de las movilizaciones
estudiantes recientes. Sin embargo, el
trabajo de investigación de las obras me resulta de una precisión y delicadeza
realmente alarmantes.
Esto es lo que ocurre cuando la honestidad intelectual de la
gente que trabaja de este modo deja translucir en sus gestos. Porque demuestra
el respeto a las obras, ya que se han colocado en una posición suficiente
cercana.
¿Cuan cerca? Baste
considerar tres cosas. La primera es la
obra de Virginia Errázuriz, datada en 1966.
La segunda es “el biombo” de Cecilia Vicuña, de 1971, entre otras. La tercera cosa, muy impresionante, es la
exhibición de iniciativas editoriales de la coyuntura setentera; que reúne, a saber, obras de Hugo Rivera
Scott, Eduardo Parra, Juan Luis Martínez, Guillermo Deisler, Fernán Meza y
Cecilia Vicuña.
Aquí, por ejemplo, el énfasis no está puesto en la obsesión
de precursividad, sino en las relaciones que se establecen entre obras
contemporáneas, que se constituyen en una prueba de una densidad artística que
ha sido negada por las escrituras de la crítica de los años ochenta. No dejo
pasar la ocasión para recordar que en el 2000 expuse a Cecilia Vicuña y Juan
Luis Martínez con obras de esos años. Y que posteriormente, al exponer en
Valparaíso a Hugo Rivera Scott y
entrevistarme con él en varias ocasiones, me queda más clara aún, al ver sus
obras ahora, junto a las de Eduardo
Parra y Juan Luis Martínez, la
pertinencia del discurso sobre la densidad porteña de fines de los sesenta.
Sin embargo, lo que me ha conmovido ha sido la exhibición de
un libro de Fernán Mesa –recientemente fallecido-, que había estado buscando y que no había podido
encontrar. Obviamente, corresponde a
otro universo editorial que el de los ya señalados. Incluso, las obras de
Deisler han quedado contextualizadas de
un modo extremadamente cuidadoso. Teniendo que compartir su cercanía con
proyectos tan disímiles como el del propio Meza, pero sobre todo, con el
proyecto de Cecilia Vicuña y “Sabor a Mi”.
Lo cual me lleva a concluir que, en los 70´s, la diversidad y calidad de
los proyectos gráficos y editoriales no
tiene nada que envidiar a la editorialidad canónica de los post-ochenta, y que en términos de antecedentes y
anticipaciones de obras, la crítica de los ochenta los ha omitido en forma sistemática y “significante”.
Lo que quiero decir es que existió una densidad que la
patología del conceptualismo policial encubrió y que ahora, con esta
exposición, queda a la vista. Eso es todo.
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