En el trabajo directo de crítica, preparo una exposición de dibujos de
Francisco González-Vera en el Instituto Cultural de Las Condes. Todo parte de una fotograma de una película
de Angelopoulos, que éste había visto con Balmes. Pero el gesto es el mismo. Partir de un
fotograma cercano a los relatos de fuga y asentamiento precario. ¿Qué puede
significar un carro de carga, detenido en medio del campo? De un modo análogo,
¿qué puede significar la fotografía de José Ricardo Ahumada Vásquez, tendido en
el borde de una vereda, con las piernas en la calzada, como si la cuneta
hubiera realizado la función de la guillotina, para separar el ámbito privado
del espacio público? Balmes ya había realizado
la pintura NO a partir de un afiche de
su propia autoría, revelando las inter relaciones entre gráfica y pintura en la
coyuntura de 1971.
Hace dos semanas, compré a precio rebajado, en Altamira, una
novela de Arturo Pérez-Reverte, “El
pintor de batallas”, atraído por la fotografía de la portada. La verdad es que había visto recién una
exposición de retratos de Luis Poirot sobre personas “de antes”. La batalla
imaginada y su efecto en la decisión de compra de la novela tenían que ver con Poirot y nuestro paseo
mirando los árboles del bosque de las Ardenas, donde el 101 de paracaidistas
estadounidenses no cedieron un centímetro de terreno en diciembre de 1944.
Semprún escribió que escuchaba la BBC, siendo miembro del
aparato clandestino del partido comunista en el campo de Buchenwald. Siempre repetía la misma frase: los
norteamericanos no cedieron un centímetro de terreno ante la contraofensiva
alemana. De eso dependería la vida de
unos otros miles a unos cuantos
centenares de kilómetros de distancia, en los campos. En 1963 publicó una novela: “El largo viaje”. Su propósito era relatar la experiencia del
olvido. En ese momento, Balmes estaba de
viaje, nuevamente. Vería en Paris, “Morir en Madrid” de F. Rossif (1962). Ese año expondría junto al Grupo Signo, en
esa ciudad, acogido por la figura del crítico José María Moreno Galván,
con quien, diez años después, formaría el Museo de la
Solidaridad. En el 2009, Balmes era su
director, hasta que Ottone lo desbancó gracias a Correa, para quedarse con el cargo. Ahora Ottone escribe sobre Balmes en el
pasquín-catálogo de la muestra que su dudoso lugarteniente organizó y en la que
Jaar fue el único artista que se ha
negado a participar.
Entonces, en el 2008, Francisco González-Vera era el
asistente de Balmes en el MSSA. Por los avatares de la vida de exclusión del
sistema de arte local, éste pasó
recientemente su doctorado en Barcelona y es de los pocos artistas que no han
sucumbido a la fatalidad del
artista-docente. Por eso trabaja
en DECAPACK. Y le corresponde trasladar la obra de Balmes hasta Cerrillos. La han
movido desde el hall del edificio de Avda El Golf con todas las precauciones de
rigor; como nunca esta pintura ha sido “tratada”. Muchos de los asistentes del dudoso curador jamás habían visto una caja de
embalaje, porque no son profesionales sino “niños de los mandados”. Tampoco sabían lo que implica un seguro para
obras de esta envergadura. Y lo
sorprendente es que haya tenido que ser
Francisco González-Vera quien asumiera la responsabilidad de este
traslado, habiendo sido el diligente
asistente del propio Balmes, desde la época en que éste comenzara a hablar de
la noción de artista-ciudadano.
Balmes, Semprún, Rossif, Angelopoulos, Resnais, la memoria
de los trenes de carga, desde cuyos
fotogramas Francisco González-Vera arma su exposición para el mes que viene,
recogiendo una sección de dibujos de trenes detenidos en medio del campo, sobre
líneas de caligrafía, para que las masas de grafito no pierdan el “horizonte de
espera” que ha fijado la palabra, en la época de su reproductibilidad técnica,
como imagen taquigráfica.
En este vagón detenido está contenido el efecto del verbo
acarrear, que equivale a conducir unos
cuerpos a la muerte. Por eso adquiere
importancia, en este contexto, la noción de sombra acarreada, para referir a la
proyección sobre la tierra de un cuerpo en su momento de abatimiento, como la
del combatiente de Robert Capa. Sin embargo, a lo que apunta el fotógrafo de la novela de
Pérez-Reverte es que hay pequeños trucos
para “empañar la fiabilidad de la cámara, devolviéndole unas imperfecciones que
ayudarán al ojo del observador a captar las cosas de otro modo: la misma
distorsión focal que, en lenguaje pictórico, desfigura la minuciosa hierba de
Giotto con las pinceladas gruesas de Matisse” (página 72, Punto de Lectura,
2007).
Esas imperfecciones y distorsiones locales son posibles solo
en el ejercicio de la pintura, porque solo en ella se da cuenta de las
incertidumbres del territorio, como en el caso de las masas negras que reproducen
de manera imperfecta el peso de la gravedad en la imagen de José Ricardo
Ahumada Vásquez, caído, que Balmes pinta en 1973 y que luego trasladará a una
obra serigráfica. Porque si de traslados
se trata, la detención del vagón de tren en medio del campo, distorsiona las
condiciones propias que van a fijar un espera sin horizonte.
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