Me dejan picando la pelota en el área chica. ¿Qué le voy a
hacer? El Ministro Ottone sabe de lo que habla, pero habla demasiado. Eso le está pasando la cuenta. Alejandra Wood
hace declaraciones en Que Pasa
relativas al GAM y es el Ministro quien responde. Debió haber sido el presidente del
directorio. Un Ministro no
responde a ex directoras. Así suelen comentarlo en el gabinete. Ese es un
privilegio de directores en ejercicio.
Sin embargo, forzado por el
síndrome de una visibilidad inmediata el Ministro es modelado por la prensa y exhibe a pesar
suyo una indisimulable crispación. Y no solo eso. Incluso después de haber
hablado, se ve constreñido a escribir una carta, porque consideró que sus argumentos
no habían sido convenientemente recogidos.
No había dicho lo suficiente para
ser entendido.
En este tipo de declaraciones ministeriales existe un rango
de indeterminación enorme. Hay que entender que la prensa organiza sus agendas
de acuerdo a un guión que ni siquiera el
propio Gabinete sospecha. Es muy probable que mientras más aparezca en pantalla
y sus palabras se impriman sobre papel, es mayor la posibilidad de hablar de
más; aunque todos sepamos que siempre se habla de menos. La prensa es como un “frente ruso”. El habla indolente del Ministro penetra y ocupa
las estepas como si fuera “tierra
arrasada”. ¿Qué le va a ocurrir? Se
quedará muy lejos de sus líneas y comenzarán a faltarle los suministros.
¿Dónde “se le fue” el discurso al Ministro Ottone? En el
terreno suplementariamente calculado del
ninguneo teatral. Pero una vez
dicho, tuvo que escribir. Todo mal. No debió. Si su propósito era la
descalificación del trabajo de Alejandra Wood debió mantenerse en el error
calculado. Es un privilegio de Ministro hacer de la
lengua-de-palo una política.
Al final, el Ministro recurre a un argumento de un populismo
magnánimo, cuando sostiene que la ciudadanía se tomó espontáneamente el lugar, diciéndole
a Wood/Ibacache que el éxito del GAM obedece a factores que no les
pertenece. Es decir, cuando un ministro
o alto funcionario recurre a la excusa de la ciudadanía es porque te está
metiendo, efectivamente, el dedo en el ojo.
Un Ministro no puede ser tan ingenuo o nos está faltando el respeto. Pienso que es más bien
lo segundo. El ninguneo es de rigor.
Me detengo en lo risible de uno de sus argumentos, a
propósito de cómo los jóvenes llegaron al GAM sin que fuese programado, a bailar
k-pop frente a los ventanales. El
Ministro no se da por enterado que no
hay nada espontáneo en las manifestaciones culturales de este tipo, ya que la
disposición arquitectónica del lugar opera desde un comienzo como programación espacial implícita y favorece unos usos impensados. Lo interesante de un equipamiento cultural es
que existe desde su diseño arquitectónico
como una estructura de acogida, en el
sentido que el espacio es un inductor de
comportamiento. A eso se agrega que hay una estación de Metro cercana a
través de la cual llegan centenares de jóvenes
de toda la región metropolitana. Esto
hace que el GAM se haya convertido en un lugar de encuentro y de cruce,
favorecido por la programación explícita e implícita del centro cultural.
El Ministro, luego, opera con el “fantasma de la toma” como
un valor de soberanización, sabiendo de sobra que toda acción de ocupación
posee un núcleo de iniciativa que opera con un criterio conspirativo, que sabe cómo se extorsiona a
una autoridad para lograr unos objetivos de
sobrevivencia cercana.
Luego, el Ministro emplea la palabra “ciudadanía”. Cuando se
construye un equipamiento de esta naturaleza se sobre entiende que habrá
espacio para fenómenos impensados, y sin embargo previsibles, encuadrables y
convertibles en experiencias de
autonomía.
Resulta sorprendente que el Ministro sostenga que la buena
gestión de un espacio cultural no pasa por una buena programación solo, sino en
poder asegurar la sobrevivencia de este espacio. De esto él debe saber mucho, porque ha tenido
que dirigir espacios en los que él mismo demostró una gran inoperancia para
levantar recursos privados. A menos que ahora esté sosteniendo el privilegio de
la censura blanda a través del financiamiento.
Para lo cual, obviamente, la capacidad de levantar recursos dependerá de
cuan moldeable sea la propuesta de programación. El Síndrome Minera Escondida solo funciona con las artes
del espectáculo. Y ya está destinado a sostener el nicho que sabemos.
Uno tiene todo el derecho a preguntarse por las cifras
recolectadas por él mismo cuando fuera director de Matucana, del Museo de la
Solidaridad y del Centro de Extensión de la Universidad de Chile. Es probable
que no haya estado en sus funciones levantar recursos. Sin embargo, se ha propuesto desautorizar a
Alejandra Wood porque supuestamente no habría cumplido con una cuota,
recurriendo al mejor argumento neoliberal en cuanto a la administración de
centros se refiere.
Ya lo he sostenido. Lo mejor que tiene el Ministro es su
dispositivo comunicacional. De que sabe de lo que habla, lo sabe. Pero no
sabemos si sabe algo más. Al menos,
solo exhibe un buen dispositivo comunicacional y una
cobertura simbólica consistente. Ahora,
todo el mundo sabe que cuando la política se convierte en un asunto de
comunicaciones es porque no tiene nada más que exhibir que la teatralidad de su
indolencia. Es así como el ministro,
entonces, deja escapar esta magnífica distinción entre gestión y programación.
¡No faltaba más! Las ha separado
de un modo análogo a como Correa distingue entre irregularidad y corrupción. El
modelo lingüístico se desplazó de terreno y acabó rebotando en el campo
ministerial. Un modelo de gestión está determinado por un proyecto de
programación. El primero está para
servir al segundo. Los ejes de trabajo determinan las modalidades de su
gestión. Pero en Chile, gente como el propio Ministro ha instalado la idea de
que los modelos de gestión se autoabastecen en su propia ficción
funcionaria. La programación pasa a ser
una hipótesis que define el límite de lo financiable. Con lo cual no se hace más que reproducir lo
aprendido en el onegismo básico durante la dictadura: investigar sobre aquello
para lo cual hay financiamiento. Muchos
temas nuevos fueron entonces un efecto presupuestario destinado a la
sobrevivencia de las agrupaciones de agentes de gestión de conocimiento
financiable. Este modelo fue traspasado integralmente al espacio de la gestión
cultural como nueva franja laboral para agentes que no tenían suficiente peso
para hacer entrar en la carrera política
de la Transición Interminable. El sector
cultural fue primero un espacio
de compensación política, para luego convertirse en espacio de relaciones
públicas del poder municipal.
No fue el Ministro quien planteó el debate sobre
financiamiento de espacios culturales con “vocación mixta”, pero interviene el
él de modo impertinente, porque su gestión al respecto carece de mesura, no es
suficientemente reflexiva y no proporciona la información que corresponde.
El problema, en todos los centros culturales, es qué
entender por programación. Algunos
piensan como programadores teatrales sometidos al mercado del espectáculo y
desplazan su operatividad hacia el resto de las prácticas artísticas. Pero
nadie piensa en las prácticas sociales, en los ritos y en los mitos que
sostienen la vida de las comunidades.
En definitiva, señor
Ministro, ¿cómo define usted el rol de un centro cultural? Y en su (d)efecto,
¿un espacio de arte?
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