Hay que seguir con La
lección de geografía. Tengo otra
hipótesis. Pero que limita con la ficción novelesca. La mancha del
mapa en el cuadro no reproduce el
territorio del Norte, sino el Valle
Central. Hasta me atrevo a sostener que
Eduardo Barrios se basó, en parte, en esta pintura para escribir la primera
parte de Gran señor y rajadiablos. El maestro en cuestión es nada más ni nada
menos que el cura Valverde, el tío que educa al sobrino, José Pedro. Tenemos a un tío y a un sobrino. Filiación
perturbada. José Pedro queda huérfano. Su tío lo acoge. Después muere en un
asalto a las casas del fundo. José Pedro
va a poner fin al bandolerismo, al tiempo que se encargará de las remontas del
Ejército durante la Ocupación de Lima.
Será el patrón emblemático de la regimentación del territorio. Sin embargo, se va a aferrar a conceptos
señoriales que amparan privilegios que van a enfrentarse con los conceptos
jurídicos del gobierno republicano, como señala Luis Hermosilla en “Representación
burlesca de los blasones en Gran Señor y
Rajadiablos (REVISTA CHILENA DE LITERATURA Noviembre
2011, Número 80, 171 – 183).
La novela fue publicada en 1948. Pero la trama se extiende entre 1840 y 1900. La pintura de Valenzuela Puelma pudo perfectamente
retratar la primera enseñanza de José Pedro Valverde. Sin embargo, el pintor
era muy distante del proyecto oligarca y su pulsión territorial pasaba más bien
por las perturbaciones que la
construcción del ferrocarril iba a
provocar en el universo hacendal. De
modo que la ficción no me sirve para evocar la hacendalidad, sino justamente su
enfrentamiento. Lo cual confirma esta
otra hipótesis según la cual en el campo de la pintura se libra otra batalla,
que puede ser análoga a la que se sancionó en el plano político de una guerra
civil que da curso a la inseguridad simbólica de la oligarquía.
Si todo lo anterior habilita la aparición de indicios
verosímiles, en 1884 el Prometeo
encadenado de Pedro Lira viene a encarnar el castigo perpetuo que le está
reservado al héroe que trae consigo
la Civilización; siendo ésta resistida `por quienes difícilmente desean
abandonar el terreno de la Barbarie. Es decir, les basta con la “civilización” que
tienen. He ahí la figura ominosa del
águila-condorizada que refleja el carácter de un Estado rapiña que desconsidera
republicanamente los antiguos fueros.
Ahora bien: esta hipótesis no habría sido posible sino a
partir de la lectura del texto de José Bengoa,
Valle Central: imaginarios, interpretaciones, ensoñaciones, publicado
en TALCA (Revista de la Escuela de Arquitectura, Universidad de Talca, Número
2, junio del 2008), en que señala –entre otras cosas no menos importantes-: “la
instalación republicana se realizó sobre
el territorio del Valle central”; “El Estado de Chile se construyó en los
hombros de la sociedad que existía en el Valle Central”; “No es el Estado el
que construye la sociedad del Valle Central. Esta sociedad ya estaba constituida”.
La rapiña
es la manifestación del no entendimiento
de esta determinación. Eso es lo que el maestro (el cura Valverde)
le enseña a José Pedro. Más allá de los deseos
de Valenzuela Puelma, la pintura hace el efecto de síntoma, al señalar la existencia simbólicamente
distintiva de un territorio de cuyo mapa
ésta se hace cargo de representarse como poder, en la imagen.
Hay que continuar con Bengoa. La hipótesis que sostiene es de una utilidad
extraordinaria. El territorio del Valle Central en el siglo XIX es equivalente
al territorio de Chile. De eso, no hay
pintura. Ya lo hemos sostenido, en otro lugar. La Pax Hacendal se da a entender en la literatura. Claro que
sí: Orrego Luco, José Donoso. Porque una cosa es cierta: “sin duda sorprende
que en el Valle Central la Pax Hacendal haya durado hasta bien entrado los años
sesenta del siglo veinte. Se mantuvo el control de la tierra, del paisaje, y
sobre todo de la gente. Por ello cuando se rompió, el golpe fue de una rudeza
inaudita”.
Lo que no dice Bengoa es qué fue lo que causó la
ruptura. Es decir, lo hace de un modo
elusivo que no parece justificado en el
texto. Lo que rompió las lealtades y los
imaginarios dependientes entes patrones y subordinados fue la
Campaña de Alfabetización durante el Gobierno de Frei Montalva. Es muy raro que Bengoa no haya mencionado a
Paulo Freire y “el método de
concientización”. Lo cierto es que si los campesinos aprendían a leer, en
consecuencia, aprendían a leer que tenían derechos y se sindicalizaron. Eso rompió las lealtades imaginarias. Fueron severamente castigados por este
atrevimiento. Esa fue otra “lección de
geografía”.
No existe, hoy día,
un artista chileno dispuesto a realizar una obra análoga a la pintura de Valenzuela Puelma. El lugar
de la producción de imagen para el territorio del Valle Central se ha desplazado. Si la pintura de Valenzuela Puelma reproduce
“après-coup” la apropiación adecuada a la misión histórica que le corresponde a
la elite del siglo XIX, ésta ya deja de
cumplir ese rol a todo lo largo del siglo XX.
Es como si hubiese “abandonado
sus deberes”. (Lo de misión histórica es
un chiste marxista, por cierto). De ahí,
su función (estructuralmente) ilustrativa del discurso de la historia.
Entonces, desde hace un buen tiempo a esta parte, esa
función reclamada en este discurso le ha correspondido a la arquitectura. Por
eso afirmo que es la arquitectura la que define el campo de la visualidad. Las artes visuales orgánicas han pasado a cumplir la tarea de los
contratistas en neo-decoración pública.
Al final de su artículo, Bengoa se hace una pregunta que
adquiere casi ribetes apocalípticos: “¿Qué quedó de la ruralidad? ¿Qué quedó
del imaginario del Valle Central? ¿Qué quedó del imaginario del Valle Central
de Chile que acompañó gran parte de nuestra Historia?”. Y agrega: “Asistimos a
un tiempo de ruralidad quebrada”.
Cuando pienso en la arquitectura chilena, es preciso hacer
algunas distinciones. Tomo partido por
el trabajo de TALCA y la invención del concepto Ciudad-Valle-Central, como respuesta -nueva lección de geografía- al quiebre
señalado por Bengoa.
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