Hay Prometeos y Prometeos.
Mientras uno entra, el otro abandona. Me refiero al de Pedro Lira realizado
en 1883 y al de José Clemente Orozco pintado en 1944. Ambos
han compartido el espacio del museo en una ocasión excepcional, durante algunas
semanas. Privilegios como éste son
únicos. Aunque toda comparación puede resultar injusta.
El Prometeo de
Lira es un retrato que se autoriza por la dinámica del paisaje que lo recoge
como síntoma de una pintura elusiva, por la que firma un manifiesto para el
desarrollo de la razón liberal. El Prometeo de Orozco es una versión en
formato de caballete de la figura principal del mural que realiza
en el Pomona College, en Claremont, California, en 1927. Orozco pinta en 1944 el cuadro que todavía
se expone en el MNBA. Hay una distancia
de casi veinte años. El propósito es similar, pero la resolución es,
evidentemente, más específica. Puede ser
considerada esta pintura de caballete como una cita restrictiva del mural de
1927. ¿Por qué haber insistido en el
tema en 1944? Probablemente, para distinguirse del militantismo directo de la
pintura de Diego Rivera.
Hay una cosa que relaciona a ambos Prometeos. No es una gran
hipótesis. Resulta demasiado visible. Cuando la figura del héroe aparece como
excusa en un debate pictórico, es fácil asociar su realización a la expresión
de un espíritu libertario; por no decir, francmasónico, a secas. En efecto, Gloria Cortés sostiene la hipótesis según la
cual Prometeo está basado en un poema de
Goethe y que junto al Sísifo -la pintura de 1893- forma parte de una alegoría masónica. Por su parte, el Prometeo
de Orozco está en directa relación con el
círculo délfico que frecuentaba en 1927, según la información
proporcionada por Renato González Mello en La
Máquina de Pintar (UNAM/IIE, 2008).
Pedro Lira era un pintor, pero sobre todo, un organizador.
No digamos un gestor. Sería demasiado rebajarlo. Para satisfacer a los comentaristas de glosa del Complejo Arcis-la-Chile, Lira sería algo
así como un “intelectual orgánico” de la Oligarquía.
Pedro Lira se representa a si mismo –en 1884- como el “Prometeo
de la pintura chilena”. Aunque su
antorcha es débil. Está apenas encendida.
El Prometeo de Orozco es
consumido por el fuego. Su pasión, a su vez, da a entender que los hombres no
están preparados para acoger la responsabilidad del fuego. Quizás por eso, en
Lira, la escasa incandescencia de la antorcha exprese la decepción de su mirada
ante la incompletud institucional local.
Construye el Partenón, templo griego, morada para el héroe local que
transforma su pincel en antorcha seminal, definiendo una estrategia de desarrollo para
el campo de las bellas artes, de un modo análogo a cuando escribió su Diccionario de pintores. En esa medida, formaliza una acción y un discurso para ordenar la cultura visual
erudita de la nación y decir “quien es quien” en el desarrollo de dicha empresa.
Hoy día, el Gabinete
del Ministro Ottone reproduce la pulsión orgánica de Pedro Lira, pero en el
frente de clases opuesto, en una clave dominada por el rencor de haber llegado
tarde al “reparto de lo sensible”.
A fines del siglo XIX
Pedro Lira construye el Partenón en la Quinta Normal, en ese entonces el espacio ferial de los
terratenientes. Hoy día, gestores de gabinete -en su magnífica arbitrariedad y autocomplacencia- construyen con dinero de todos
los chilenos el “partenón” que corresponde a la actual fase de desarrollo
de las luchas-por-la-equidad-y-la-inclusión,
apropiandose su representación exclusiva, en Cerrillos, para instalar
allí la fábrica de la Nueva Visualidad destinada a concentrar archivos homologados como obras, a acopiar colecciones de obras tratadas como
documentos y a gestionar espacios de
exhibición de los nuevos diagramas explicativos de la historia al servicio de
un presente promisorio, que debe traducir el esfuerzo de colocación
internacional de la visualidad chilena, en un proyecto sin precedentes, concebido para inscribir el nombre del Ministro
en la historia del primer cuarto del
siglo XXI, ungido como el Nuevo Prometeo que acarrea consigo el saber flamígero
de las tipologías discursivas y mediales
para la gloria del funcionariato artístico de nuestro país.
¿Por qué hablar del Prometeo
de Orozco, próximo a ser trasladado a Buenos Aires, en esta polémica por el
control de las vicisitudes de la comprometida visualidad chilena ? Simplemente,
para establecer una distancia entre su
obra y los efectos institucionales de la orgánica dupla Siqueiros-Rivera, como
síntoma del arte-de-Estado, en su esfuerzo por hacer de esa pintura, la
narrativa oficial de la revolución mexicana.
En la actualidad ministerial, el Nuevo Partenón -imaginado por la febrilidad fundacional del gabinete-, apunta a fijar la narratividad de la
función subordinada que la imagen tiene respecto de la palabra política, revelando
el “carácter” de la revolución visual en
el actual Estado-del-arte en
Chile.
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