La inundación del cementerio de Negreiros y la “renovación”
de las cruces en el cementerio de Pisagua señalan hasta qué punto su existencia
sostiene una historia re/versiva del poblamiento.
Más aún, si en cada una de esas localidades, lo que se comparte –hoy en día- es la función de un
despojo histórico. Los nombres recubren
modos de permanencia crítica de los objetos y de las huellas de los
cuerpos. La cuestión de la
patrimonialidad obliga a recomponer el discurso de la pérdida, pero de un modo diferente
a cómo este fenómeno se ha realizado en el Valle Central.
De esto hay que hacer historia: de la especificidad de las
recuperaciones. Las ruinas del Norte Grande son el efecto de un colapso
acelerado del modelo productivo, que se verifica en un abandono masivo de
lugares de residencia. Hay un momento en
que todos se ponen a caminar hacia el sur.
De caminar hacia el Sur, esas masas de migrantes interiores
pasan por Santiago y producen una enorme inquietud. El Padre
Hurtado anticipa esta catástrofe que amenaza al espíritu católico y
acelera las recuperaciones de conflicto que ya estaban impresas en algunas
encíclicas que la propia Oligarquía había dejado de estimar, como síntoma de su
quiebre simbólico. Sin embargo, hay
quienes siguen caminando hacia el Sur y atraviesan las haciendas del Valle
central trayendo consigo la peste del socialismo y de la organización
campesina. Todo eso tuvo lugar en
treinta años.
Luego, vino un cineasta, Helvio Soto, que nos puso a
Negreiros en el mapa cultural, al realizar una película que llevaba el título de Caliche sangriento. Negreiros fue
una de las locaciones del film.
Pero lo más importante de este asunto es que en la última imagen aparecía sobreimpreso un pequeño párrafo en
el que se podía leer que el inglés Thomas North había ganado la verdadera Guerra del Pacífico, mientras que Chile, Perú y Bolivia habían aportado a este
negocio más de 25 mil muertos. La
reacción del Gobierno y del Ejército fue inmediata. Ambos
solicitaron que se eliminara dicho
párrafo. Hubo censura.
Pero yo vi la película cuando salió y leí ese párrafo en el cine.
Una década más tarde, los operadores culturales de la
oligarquía inventaron el Patrimonio en Chile. Fue duro que aceptaran que Lota y Humberstone pudieran ser incluidos en
el movimiento de patrimonialización que
se vendría. Quedaba por resolver una
cuestión crucial: ¿eran ruinas de procesos industriales desafectados o
ruinas de una conciencia obrera (minera) derrotada?
Las fotografías de la fosa de Pisagua (1991) nos re/instaló el nombre del sitio en
la memoria comprimida que la historia ya
había fabricado: los restos desenterrados asumían la apariencia primera
de restos arqueológicos (momias) y luego
de restos de soldados de la guerra. Pero nada de eso. Eran las sobrevivencias
de una contemporaneidad arcaizada, que comprimía la comprensión de todas esas
épocas.
Cualquier
intervención de su disposición objetual debiera ser objeto del más riguroso
análisis y cuidado material. No es necesario que un sitio sea reconocido en la categoría de monumento nacional para
que la comunidad política local ejerza la soberanía de un conocimiento compartido. Difícil tarea, por cuanto dicha comunidad ha demostrado no estar en condiciones de asumir
esta soberanía. Menos aún, los
miembros del Consejo Regional.
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