Balmes
no se encontró con Siqueiros. Era muy joven en 1941. Tendría 15 años y ya hablaba castellano sin
acento español. Es al regreso de su
segundo exilio, en 1984, unos Eminentes comenzaron a hablar de él como “pintor
catalán”. Era una operación bastante maldita que consistía en tratarlo como “pintor extranjero” y subordinarlo
“ninguneadamente” a la pintura informalista de Antoni Tapiès, provocando un
grave daño a la recuperación historiográfica de Balmes, porque todo el mundo comenzó desde
esa fecha a repetir la misma tontera.
Pero
en ninguna parte se releva el hecho de que Balmes
se “agarró” con Diego Rivera en 1953, cuando éste vino al Congreso Continental de la Cultura que organizaba Neruda. ¿Sabían ustedes que los estudiantes de arte, en debate público, cuestionaban las posiciones del muralismo
mexicano? Estamos en 1953 y los
estudiantes están todavía conmocionados por la exposición francesa De Manet
a nuestros días (1950). ¿Qué tal? Desde la izquierda plástica hubo
desde muy temprano una crítica directa al
muralismo mexicano. En 1954 tiene lugar
el primer viaje a Europa de José Balmes y Gracia Barrios. Viajan a reconfirmar lo que ya había
aprendido estudiando dicha exposición.
Ahora
bien: si hubiera que hablar de un efecto local de la estadía de Siqueiros en Chillán,
esta se reduciría a la zona Sur, principalmente
a Concepción, donde Julio Escámez pinta el Mural en la Farmacia Maluje en
1957. Pero no veo por ninguna parte que se
pueda sostener que en Escámez haya una “influencia” de Siqueiros. Al fin y al cabo, los mexicanos no inventaron
la pintura mural. Esta ya se practicaba en
Chile como una extensión de las artes decorativas.
(Julio Escámez, Mural de la Farmacia Maluje)
Si
nos atenemos a la reseña que le hace
Enrique Lihn a Julio Escámez en Revista de Arte, a su regreso de un
viaje a Europa en 1956, nos encontramos con un artista declaradamente
“giottiano”. No es lo que ocurre con Gregorio
De la Fuente, que ya había realizado el mural de la estación ferroviaria en
1948 y cuyo estilo se aproxima al de los muralistas italianos de post-guerra,
muy en el sentido de Aldo Locatelli, que pinta unos murales en el Palacio
Piratini, en Porto Alegre, a comienzos de los años cincuenta. Y también lo hace en el aeropuerto Salgado
Filho. Lo menciono para establecer la
diferencia con Portinari, para que se entienda la distancia formal.
En
estos días acaba de fallecer don Fernando Daza. Mis respetos a su familia. Pero hay cosas que no hay que dejar
pasar. Por lo general, no tienen ninguna
importancia. Pero en El Mercurio del
19 de febrero se reproducen palabras de dos referentes de la musealidad chilena
en las que se ubica a Fernando Daza en la
tradición del muralismo chileno.
Voy
a hacer unas preguntas “super tontas”. ¿De qué tradición chilena hablan?
¿Existe una (sola) tradición? ¿Cuáles
son las condiciones que permiten reconocer las líneas matrices de una tradición? ¿Se trata de una
tradición corta? ¿Una tradición larga? ¿Una tradición de estéticas disímiles y
compartidas? ¿Quién sabe? ¿Cómo pueden hablar de tradición? Los referentes asumen la existencia de tradiciones como si la historia del arte
fuera una continuidad compartida de abstracciones progresivas. No es la primera vez. Reproducen un tic metodológico que aplican a
todo, buscando precursores a la medida
de dudosas recomposiciones
institucionales actuales.
Es
de una gran obviedad reconocer que el
muralismo de 1957 no es “el mismo” que el de las BRP, pero los comentaristas operan como si no lo
supieran, inflando obras como las de
Vial y de Bonatti, en parte, porque necesitan montar la invención de una continuidad
con la Facultad de “antes” y validar la hipótesis de una superioridad “ontológica”
del arte chileno durante la UP,
habilitando convenientemente una contracorriente al dominio “opresivo”
de Balmes en ese período. Esto se llama
“hacer historia”. Ahora que Balmes ha
sido puesto fuera de circulación, se
levantan las voces que jamás tuvieron el valor de enfrentársele.
Sabiendo,
además, que la epopeya BRP no cubre la totalidad del muralismo y que existen diferencias orgánicas y estilísticas con las
prácticas murales episódicas de los artistas de la Facultad. Y sobre todo, que el muralismo BRP no es
concebible como una acción articulada con
la decoración interior del
edificio de la UNCTAD III. ¿Acaso la BRP
ocupaba la calle mientras Bonatti
definía la política de interiores?
No
veo por donde sería posible conectar a Fernando Daza con las BRP ni con las
prácticas de la Facultad, de la que entiendo, nunca formó parte. Porque se convendrá en que una tradición –como
esa- se legitima, ya sea mediante el partido político (BRP), ya sea mediante la
Facultad (U. De Chile), dominada por el mismo partido.
Entonces,
¿cual es el sentido de forzar la pertenencia de Fernando Daza a una tradición anómala y desarticulada que apenas puede
denominarse como tal? A Fernando Daza le
ocurre algo similar a lo que experimentó Marco Aurelio Bontá cuando regresó de
Venezuela. Ambos, jamás fueron aceptados por el régimen de la
Facultad. De este modo, estaban fuera-del-sistema.
¿De
que se habla en la prensa? ¿De que la
estética de Fernando Daza es acorde con la del muralismo mexicano, pero
con una gran capacidad de adaptarse a las temáticas nacionales? Pero lo que
hacen es dejar de lado el gran legado
que Fernando Daza ha dejado como caricaturista político. A mi juicio, su única obra consistente; es
decir, “el mural humorístico en papel de imprenta”, como señala Hervi en una
carta de homenaje publicada en La Tercera del 22 de
febrero.
El
problema es que después de ver La
exposición pendiente no se puede sostener la hipótesis de una tradición muralista en forma. Las supuestas adaptaciones del muralismo
mexicano parecen desmejoradas. ¿De cual
muralismo mexicano sería deudor? ¿Es
posible tomar el muralismo mexicano en bloque?.
La exposición pendiente
proporciona información suficiente como para hacer distinciones significativas.
Pero
de todos modos, ¿quién mantuvo viva la tradición del muralismo chileno? ¡Por favor! ¿Cuál tradición? ¿La tradición de la
infracción a la tradición, entonces? Gregorio de la Fuente, José Venturelli, Julio Escámez, Fernando Marcos,
Fernando Daza, son artistas que no tejen ninguna filiación y no inauguran ni se inscriben en tradición alguna, fuera de haber sido
alumnos de Laureano Guevara durante un corto tiempo. Lo cual no es suficiente para señalar
filiaciones. De hecho, este último y De
la Fuente “asisten” a Siqueiros en Chillán.
Pero es conocida la “anécdota” según la cual Siqueiros rehace durante la noche lo que
estos otros pintan durante el día. Esto quiere decir que existía en Chile una
especie de pintura muralista de carácter
alegórico y absolutamente decorativa, que carece de vinculaciones formales con los muralistas mexicanos.
El
mural que Laureano Guevara y Arturo Gordon realizan sobre paneles para el
Pabellón de la Exposición Iberoamericana de Sevilla en 1929 es una obra absolutamente alegórico-costumbrista,
que ilustra el nacionalismo
industrialista que caracteriza dicho envío. ¡Eh!
¡Dictadura de Ibáñez!
Una
década más tarde, los artistas chilenos que practican la pintura mural no han avanzado
mucho más que eso. Gregorio De la Fuente
gana en 1943 el concurso para el mural de la Estación de Concepción y llama a
Julio Escámez para que lo “asista”. Pero, ¿cómo definir estas “asistencias”? ¿De qué documentación se dispone para
elaborar –seriamente- una hipótesis sobre la noción de “asistencia”? ¿Dicha noción, compromete algún tipo de
discipularidad efectiva?
(Gregorio de la Fuente, Historia de Concepción)
Por
ejemplo: Mori, Guevara, De la Fuente, Jaramillo, Werner, ¿eran “asistentes” de
Siqueiros en 1941? ¿Qué aprendieron? Porque tenemos que convenir que el mural de la
Estación de Concepción -1946- es un “friso”
narrativo absolutamente edulcorado que ilustra la ideología de los notables
locales de ese entonces. Este será
terminado en 1946 y no puede compararse a Muerte
al invasor. Es una regresión total. Este mural sigue los principios que movieron a
Guevara y Gordon a realizar los paneles de 1929, pero ahora relativos a la Historia de Concepción.
Es
preciso estudiar a estos artistas en la unidad de sus propias obras y en la
diversidad de las relaciones equívocas que sostienen entre sí y con las
instituciones de su época. Ni siquiera
llegan a formar un movimiento. No tenían
obligación alguna. Puede que haya
aproximaciones formales entre Venturelli y Escámez. Dependiendo las coyunturas.
Existe
una costumbre intelectual que no tenemos
por qué seguir reproduciendo y que
consiste en tomar a los artistas en
bloque y reducirlos a un tipo de continuidad que no es posible tomar en consideración, porque las obras no dan. Sin embargo, los referentes museales a través de sus declaraciones reproducen los dos mayores problemas de la historiografía chilena; a saber, la analogía dependiente y la búsqueda obsesiva de una continuidad forzada descubriendo
precursores desconocidos.
En
general, en la obra de un artista, los ejes de trabajo susceptibles de ser
reconocidos como distintivos no son ni tan unitarios ni tan coherentes como
quisiéramos que fuesen. Suele ocurrir
que los itinerarios formales sean progresivos y regresivos, a la vez, dando pie a renuncias formales y
desestimientos, que al fin y al cabo,
después de muchas vueltas, hacen que los itinerarios sean más bien
discontinuos, perturbados y perturbadores.
Nadie
puede “igualar” el Escámez de 1957 con el de 1971, cuando resuelve pintar el mural de la
Municipalidad de Chillán, que después fue destruido por los militares. Es preciso identificar las problemáticas
pictórico-políticas que correspondían a cada coyuntura. Es tan solo un ejemplo, que lo distingue del
muralismo brigadista posterior y de los otros muralistas, considerados como
artistas que no establecen condiciones de reproducción de algo así como un
“legado”. De este modo, resulta metodológicamente
impropio referirse a una tradición de muralismo chileno. A lo más, se puede reunir a unos artistas que
practicaron la pintura mural, de modo
diferenciado, pero no se puede hablar de una tradición. Aunque eso depende,
también, del concepto que tengamos de la “duración”, de modo que la corta duración puede sostener una tradición marmicoc (típico
chileno).
Es
así como se promueve una historia del
arte como compendio de tradiciones
(bien) cortas.
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