He escrito nueve columnas sobre una condición
museal específica, en un debate donde los supuestos interlocutores se han guardado
los modos.
He formulado la hipótesis del museo-diagrama a partir de una
consecuencia, que tuvo su origen hace unos años en la formulación de otra
hipótesis, que ha tenido cierta rentabilidad analítica; la del curador como productor de infraestructura. En ese
entonces –en el 2000- la situación de la
historiografía y de la curatoría era diferente. La universidad, en el terreno
de la historia del arte, no cumplía con ciertas demandas de conocimiento mínimo
y de este modo descubrí que la investigación asociada a una investigación podía
instalar una plataforma sustituta de trabajo. Esto tuvo un efecto directo en la
valorización del trabajo de archivo.
Cuando me referí, entonces, a la producción de
infraestructura lo hice para designar la necesidad de los insumos para el
trabajo de historia, bajo nuevas condiciones metodológicas. Sin embargo, la
situación hoy día es completamente distinta. En dos décadas ha aumentado
exponencialmente la producción de escritura sobre arte y han sido realizadas
exposiciones sobre historia de la (historia) del arte chileno que han
movilizado la mirada sobre el estudio de colecciones. En esta secuencia, lo que
no ha experimentado transformaciones ha sido la estructura de la conducción
museal pública. De este modo, las exigencias de la producción contemporánea
sobrepasan la tolerancia edificatoria del actual MNBA, pero al mismo tiempo,
las colecciones de pintura pre-contemporánea recién apenas exponen su
insuficiencia lacunar.
El museo-diagrama
es una noción que he puesto a circular para afirmar la primacía de la historia
del arte por sobre la gestión, como si la conducción de un museo de arte no
estuviese ligada de manera estructural a la determinación de sus criterios de
validación interna. Propios de la historia del museo y de la “historia de la
historia” del arte.
Me veo en la obligación de aclarar esta
situación que parece evidente, ante la hipótesis en favor de la gestión y del
gerenciamiento, como si fuese una entidad administrativa autónoma. El tema de
la gestión, en los museos, depende de la gestión
de los conceptos que habilitan su política. Y claro: la gestión de los conceptos es
conceptual. Valga la redundancia.
Podemos convenir en que un museo-diagrama requiere de una dosis de museo-espectáculo para sobrevivir. Pero no podemos aceptar que el
museo-espectáculo domine la diagramaticidad de la historia del arte local. Un
museo no es un centro cultural, pero es tratado colectiva y socialmente como si
lo fuera. El centro cultural es un dispositivo de aceleración del imaginario
local. Un museo no es un dispositivo de aceleración, sino de retención activa de la memoria del arte,
a través de la puesta en valor de sus colecciones, y cuyo estudio determina las
líneas de su desarrollo interno; tanto a partir de la consideración de lo que
existe, como de sus omisiones.
El acento está puesto, primero, en la
investigatividad de colecciones; segundo, en el trabajo de archivo; y tercero, en la producción de exposiciones ligadas a las
metas conceptuales fijadas; de modo que sean estos los criterios que definan la
necesidad de los modelos de gestión adecuados a dichos fines.
Lo que se debe gerenciar es la obtención de
recursos para las tareas de investigación de colecciones y de producción de
archivos. ¿Gestión de ese gerenciamiento? ¿Cuál será el perfil? ¿Un economista
con MBA en Boston y un diploma complementario en arte? ¿Un historiador con
experiencia en gestión de situaciones complejas? En lo que fuere, se requiere diseñar una
estrategia de levantamiento de recursos que contemple una política de
comunicaciones destinada a trabajar con agentes privados que puedan comprendan
la especificidad de ambas tareas, en función de un objetivo de producción de
conocimiento social extremadamente elaborado.
En términos positivos, se trata de obtener
recursos para fortalecer funciones que son claves, antes siquiera en pensar en
exposiciones temporales. De hecho, un museo de bellas artes no tendría por qué
hacer exposiciones temporales, si su colección es un yacimiento todavía
inexplotado. Y si las hace, estas exposiciones debieran estar determinadas por
las necesidades de fortalecimiento de sus propias colecciones. Es así como se consolida una perspectiva de
trabajo nacional, donde la colección es el eje principal, como digo, incluyendo
sus omisiones.
Las omisiones son un elemento muy importante en
este tipo de trabajo, porque señalan las lagunas que se deben colmar, o
simplemente recabar, con el objeto de proyectar exposiciones desde el acervo. Pongo un ejemplo: existe en
el MNBA un pequeño número de obras del artista francés Henri Martin. Este solo
hecho nos lleva a reconstruir la historia de la incorporación de esas piezas a
la colección. En esta reconstrucción encontraremos indicios acerca de las
relaciones del coleccionista chileno que las adquirió, con el propio artista, y
a través suyo, con la coyuntura artística francesa que le corresponde. Eso
permite responder preguntas sobre la estructura del gusto del coleccionista, convertida
en acto instituyente, lo que señala un elemento significativo para saber por
qué, un cierto arte chileno de ese entonces, materializa –a través del
coleccionista- un tipo de relación con la escena francesa a la que pertenece
Henri Martin. Tan simple como eso. Historia de la formación, en sus omisiones,
pero también, en sus puntos de amarre. Una investigación de este tipo no puede
quedar a merced de los apoyos financieros de eventuales empresas francesas que
operan en el mercado chileno. Se requiere que un grupo de empresario entienda
el valor del diagrama de trabajo e inviertan en ello.
El caso de Henri Martin es uno, pequeño,
específico, vinculado a la voluntad de una representación determinada. Fue lo
que ocurrió, en parte, con el excelente trabajo de recuperación de la colección
de arte japonés. Lo que hace falta es precisar el sentido de dicho “japonesismo”
local y las representaciones que una cierta oligarquía se hacía de su
producción de subjetividad con
semejantes adquisiciones. Sobre todo, ¿por qué fueron incorporadas a las
colecciones de un museo nacional? Lo cual nos conduce a pensar en la cuestión
de lo nacional del museo. ¿Qué quiere
decir eso? ¿Lo nacional desde Nicolás Palacios? ¿Lo nacional desde Carlos
Isamitt? No se ha discutido. ¿Tendrá que ver con el arte de “todo” el país?
Todo esto tiene que ver con la representación
del Estado-Nación y la necesidad de que dicho Estado exija una musealidad que
le corresponda, hasta en el mito de su existencia, como una garantía democrática.
Un Estado que invierte en su musealidad no le
teme al pasado.
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