Jean
Rouch y Chris Marker realizan el documental Las
estatuas también mueren el mismo año en que Lévi-Strauss escribe a
solicitud de la UNESCO, Raza e Historia.
Y a tres años de la realización de la Conferencia de Bandung (1955), donde
nació el Tercer Mundo. En 1950, el MNBA expuso De Manet a nuestros días, que consistía en una selección de obras
desde Fantin Latour a Manessier.
El
MNBA es un museo-de-tercer-mundo en un edificio de estilo francés, pero
repercutido por las exigencias que la escena contemporánea (le) plantea en el
2018. Ese era el último envío francés en
forma. Es decir, que podía enfrentarse a la tentativa de hegemonía inevitable
del arte neoyorquino. No es menor
señalar que precede en cinco años al raid franco-británico de Suez. En la
actualidad, los investigadores suelen excederse en estas comparaciones, como si
buscaran en las prácticas de arte una confirmación de algo que no está en
ellas. Pero algo. Una confirmación de la falta acumulada. En ese caso, la
exposición francesa se enfrenta a la arremetida estadounidense en el terreno de
la cultura de post-guerra.
Cuando
visité el Archivo de la diplomacia francesa
en Nantes para estudiar los documentos relativos a esta exposición, pude
consultar en las cajas correspondientes, recortes de periódicos e informes que desde Caracas dirigían los funcionarios a su propia
Cancillería, haciendo estado de
la indignación del embajador americano ante esta exitosa iniciativa francesa. Era manifiesta la complaciente redacción del
documento realizada por un funcionario que sabe que está luchando en la primera
línea por el rayonnement de la culture
française. Es necesario señalar que la exposición, antes de ser presentada
en el MNBA de Santiago, estuvo en Lima y Caracas. Luego en Buenos Aires,
Rosario, Santa Fe, y finalmente Río y Sao Paulo.
Hay
un dato que no debe ser desestimado: la exposición fue realizada en el MNBA,
con el patrocinio de la Universidad de Chile. Es curioso, porque disponiendo
del MAC (Partenón de la Quinta Normal), la exposición tuvo que ser montada en
otro lugar. No hay mención a dificultades de espacio ni a participación de la
Facultad. Este fue un asunto de Rectoría, directamente. Probablemente, el
rector Juvenal Hernández no quiso pasar por la Facultad y dirigió desde su
oficina el manejo de la exposición, contra la que se levantaron los propios
docentes de la escuela de bellas artes. Insólito, ¿verdad? Los docentes se
manifestaban en los diarios para advertir del peligro que esta exposición
representaba para los estudiantes de arte.
El
crítico de arte de El Mercurio en ese
entonces, don Nathanael Yáñez Silva, se lanzó en picada contra la exposición.
Los estudiantes plásticos dirigidos por Balmes hicieron sentir su reclamo y, a
lo mejor, sin habérselo propuesto, favorecieron la decisión del diario para
cambiar de crítico. Fue el ingreso a la escena mercurial de Antonio Romera, que
hasta ese entonces escribía en El diario
ilustrado. Entonces, lo que hay que
relevar es lo que hace revista ProArte al respecto.
Pues
bien, como lo he mencionado al comienzo, la exposición antecede en cinco años
al raid franco-británico de Suez, se realiza dos años antes que Jean Rouch y
Chris Marker filmaran Las estatuas
también mueren y a cuatro años de la Conferencia de Bandung, que fija la
fecha simbólica del comienzo de la lucha anti-colonial. Pero no hay que dejar
de señalar que la exposición francesa tuvo lugar tres años antes del Congreso
Continental de la Cultura, organizado por Pablo Neruda, y al que asiste –entre
otros- Diego Rivera. Es el congreso que tiene lugar, en relación a otro,
organizado por la …. ¡la CÍA! … al que asisten intelectuales chilenos que se
habían sentido excluidos en el formato del ya mencionado. En plena primera-guerra-fría, estas
consideraciones no son menores.
Lo
que debo admitir es que ya no se usa esta palabra: colonial. Más bien, en el léxico político que se hace manifiesto
entre los cincuenta y los setenta la palabra-valija significante es anti-imperialismo. Son los argentinos de
los sesenta, desde la izquierda peronista, que emplean el vocablo
anti-colonial. Hay un chiste al respecto: “Fanon y Perón, un mismo corazón”. La
izquierda chilena usa otras nociones, porque tiene que justificar la ficción de
existencia de una burguesía con intereses nacionales autónomos, para justificar
(siempre) la formación de un frente político que ya Ramírez Necochea había
prefigurado al escribir su ensayo sobre la Revolución de 1891. En síntesis, aparte
de su uso para designar la colección de arte colonial, nunca antes se ha
pensado en la colonialidad intrínseca de un proyecto de museo, a tal punto, que
no necesitaba ser nombrada siquiera.
La
lectura de Fanon solo se materializa cuando su lectura se hace obligatoria
algunos cursos de antropología
filosófica, en alguna universidad[1].
Pero los comunistas chilenos de ese entonces no leen a Fanon. Esta lectura está
(mal) vehiculada por gente del MAPU, cuyo apurado marxismo cuenta con el reporte del Sartre que escribe
el prólogo de Los condenados de la tierra.
Pero esa es una lectura extremadamente tardía, que será barrida por el tsunami del althusserismo[2]
forzado que se traen los becarios del 68, que de paso, tampoco sabían quien era
Bachelard. Ya sabrán a quienes me refiero. Han creído que solo el
financiamiento de las fundaciones americanas durante la dictadura bastaba para
garantizar la emergencia de los “nuevos viejos” paradigmas. De modo que todas las menciones actuales al nuevo
espacio académico-mercantil de los estudios de/coloniales, no mencionan como
condición aquella omisión, por no decir obstrucción objetiva de lectura, que
tiene lugar en los setenta, cuando los mapuches, en el léxico de la izquierda,
solo son tolerados como campesinos pobres[3].
[1] Es muy probable que haya
sido objeto de estudio en otras reparticiones académicas. Pero me refiero a que
su lectura era una excepción, porque no estaba garantizada por una perspectiva
clasística. En otro espacio, brillando con luz propia, estaba Juan Rivano. Solo
menciono el título de una obra clave publicada en 1969: Cultura de la servidumbre, (Mitología de importación). Obra que
tampoco fue leída por los docentes de la Facultad de 1970.
[2] Mientras escribo esta
columna, Pablo Aravena me remite un link donde aparece un texto que Manuel Cruz, filósofo español, ha escrito
para El País, en la versión del pasado 2 de noviembre y cuyo título es Un
invisible influyente. Al mismo tiempo, Mariela Leal me trae desde Mendoza un
ejemplar de Exforma, de Nicolas
Bourriaud, ya publicado por Adriana Hidalgo en el 2015, sobre el que Peio
Aguirre escribe la lúcida reseña Desescombro
y rescate histórico en http://campoderelampagos.org/critica-y reviews/24/2/2018
[3] En relación a esto, Sebastián Calfuqueo –invitado a
participar en la exposición De aquí a la modernidad, MNBA- acaba de
montar la obra Welu kumpliple, que se
traduciría como ¿y ahora van a cumplir?, que es una pregunta que hace una mujer
mapuche al cineasta que registra el viaje de Salvador Allende a la Araucanía,
al comienzo de su gobierno. El cineasta en cuestión es nada menos que Raúl
Ruíz, que monta un film en el que solo un mínimo porcentaje del relato de los
mapuches es traducido y sub-titulado. A partir de los modelos gestuales y
vestimentarios de los mapuches registrados en el film, Sebastián Calfuqueo
realiza la performance de producirse en el 2018 como los referentes de 1971.
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