lunes, 12 de noviembre de 2018

HISTORIOGRAFÍA Y GERENCIAMIENTO.


El MNBA, por su sola estructura, es una curatoría implícita. Con esta frase inicié una de las columnas que paso a recapitular.  Agrego que el museo es una curatoría desde su propia administración.  Su modelo de gestión es un concepto práctico.  La administración configura desde ya un formato que se percibe como política editorial.  No se trata solo de hacer alusión a su financiamiento, sino a la producción de criterio y definición  de los ejes de trabajo.  

Suele ocurrir que las instituciones, por el solo hecho de cumplir con supuestos planes de mejoramiento de la gestión, dan la impresión de disponer de una política (muy) concertada. Es hora de debatir sobre estas cuestiones.  Cuando me refiero a ejes estoy hablando de la infraestructura conceptual a la que se debe aludir para comprender el tipo de soluciones que es posible proponer.  

El MNBA debe ser convertido en un ente autónomo, que reconstruya su activo simbólico y se reconvierta en un espacio de sanción del imaginario de la Nación[1]. Esta afirmación apunta a sostener que el MNBA es más-que-un-museo. Diré que es un espacio de culto cuya hegemonía plebeya no es posible poner en duda, pero que sin embargo se asienta sobre un rencor punitivo que mal-vive su pasado. De este modo, es fácil advertir que todo el debate sobre la reconfiguración de la función-museo supone mitigar las condiciones de este malestar.

¿Qué es un ente autónomo? La pregunta apunta a plantear la necesidad de modificar su estatuto.  En cuanto más-que-museo, el MNBA debe dotarse de la arqui-textura de su conveniencia. Esto quiere decir, recuperar su función arcaica como espacio de culto y forjar la decretalidad de su conveniencia programática.

La conveniencia es una construcción que se juega en tres niveles: el de la historiografía crítica, el de la producción de archivo y el del gerenciamiento. Los dos primeros son discursivos, obviamente, y requieren una aceleración de procedimientos metodológicos. El tercero es de carácter accional y es el que provoca mayores dudas.

Primero, existe un gerenciamiento que tiene que ver con los recursos humanos y el manejo de la capacidad de carga del museo. Segundo, se trata de formular una hipótesis en favor de los levantamientos de recursos en el sector privado. Se piensa que un buen gerente es aquel que consigue financiamiento para traer exposiciones-espectáculo. Esto es un grave error. Lo que hay que privilegiar son las exposiciones-diagrama, que provengan de las necesidades de puesta en valor de las colecciones propias, incluyendo la consideración de sus omisiones. En esto consiste una política de patrimonialización preferente. Desde allí se puede conversar todo lo demás, habilitando la articulación con iniciativas de espectacularización razonable. Pero lo que manda es la sustentabilidad de la investigación y de la producción de archivo. Es eso lo que define, a su vez, al museo como un aparato editorial.  

Ahora, ¿cuál será primera objeción de los gestores-de-gestión?  Que los empresarios no dan plata para eso. Por el contrario, yo quisiera creer que hay empresarios que están dispuestos a hacer sostenibles estas iniciativas, que son, de infraestructura del pensamiento.

Apelo a la existencia de un nuevo tipo de empresario que se ha venido formando en la práctica de un coleccionismo erudito, exigente, que se concibe a sí mismo como una contribución a la producción de conocimiento, y que se ha formado en el coleccionismo de arte contemporáneo, analizando experiencias complejas de transferencia artística. Ese empresario existe, consciente como está, del efecto público de sus decisiones privadas. Sobre todo, admitiendo que el coleccionismo es un tipo de habilitación que permite participar en un debate simbólico, que modifica lo que ha sido, además, el coleccionismo chileno de pintura chilena clásica. Lo cual plantea exigencias nuevas al propio empresariado que está dispuesto a invertir en esta infraestructura.  

Por favor, no me digan que el asunto se resuelve montando un restaurant premium en el MNBA.   El tema es más serio que eso. Hay que fundar un tipo de complicidad en torno a la política del museo como dispositivo de aglutinamiento de los imaginarios que construyen la idea de un arte nacional. Recuerden: investigación museal y producción de archivo. Luego, exposiciones surgidas desde las colecciones. Finalmente, acoger exposiciones externas que se articulen con las solicitudes de intercambio desde las colecciones propias. Ya saltarán quienes me acusarán de endogamia. Lo que pasa es que hay que asegurar la unidad simbólica de la propia casa, en primer lugar. ¿No les parece? Hacerlo de este modo es asegurar la contemporaneidad de la mirada sobre una historia de lapsus, fallos y omisiones. ¿No es eso, acaso, la historia del arte empujada por la novela de las instituciones?



[1] MELLADO, Justo Pastor. Viabilidad de la política de artes de la visualidad, (Estudio crítico a solicitud del gabinete del Ministerio de las Culturas, de las Artes y del Patrimonio, mayo 2018), 115 páginas, dactilografiado.


1 comentario:

  1. donde se puede encontrar digitalizado el documento citado en la nota al pie? saludos

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