El año de 1982 fue de una densidad difícil de imaginar hoy
día, en lo que a campo plástico se refiere.
En la columna anterior me he referido a la conexión formal de los
cajones entre Duclos y Leppe. Debo agregar que existe una tercera cajonera en
perspectiva.
(A ver si es posible
construir esta referencia teniendo como objetivo inmediato colocar la pregunta sobre cómo en la Obra
Institucional de Camilo Yáñez está contemplada la estrategia de investigación
acerca de las condiciones historiográficas
para la formación de una locación experimental entre archivo y obra
contemporánea).
Admitamos que el año 1982 ha sido el año mas significativo
del arte chileno contemporáneo, porque es su
de/curso contextual complejo que se
condensó el momento de mayor densidad plástica del período. Este concepto desplaza la noción de
experimentalidad declarada en los protocolos de intención que se ha conocido sobre la inevitabilidad
orgánica de un Centro de Arte Contemporáneo (por venir).
Existe un debate que, antes incluso de 1982, define la
inutilidad de la noción de “vanguardia” y
al mismo tiempo legitima el
empleo del vocablo “escena”, para no
tener que poner en operaciones el término
“arte experimental”. ¿Acaso habrá
que pensar que hoy día la “experimentalidad”
señala unas condiciones de ruptura irreparable en la mantención de los
mitos de continuidad de una escena
plástica, no reductible a la estrechez nominal de una “escena de avanzada”?
Es preciso regresar a la coyuntura
formal de los cajones de 1982.
Existe un ambiente editorial en
cuyo contexto Dittborn no deja de
usar una referencia directa a la noción
de cajón de sastre. Solo que su cajón es de referencia
metodológica y proviene de la lectura del capítulo primero de Pensamiento Salvaje (Lévi-Strauss). ¿Proviene? En verdad, la lectura es après-coup. Dittborn acude a Lévi-Strauss para poder
poner en forma un procedimiento ya calificado por su práctica.
En este sentido, el cajón de sastre se combina con la
atención flotante que promueve la noción de bricolaje
conceptual y bajo la presión de una producción de obra ajustada a
procedimientos rigurosos, en la que Dittborn
plantea unas condiciones de trabajo
artístico en que se ve obligado a operar como un “primitivo” que debe resolver
sus condiciones de existencia empleando los utensilios, herramientas y
materiales con que cuenta en su entorno inmediato (trabajando con los medios de
a bordo, que son, generalmente, imágenes impresas de delincuentes en revistas
de detectives de los años treinta).
No dispone de un universo mayor de posibilidades formales y
debe construir con esos materiales, una obra.
Estas imágenes recuperadas desde revistas y manuales de enseñanza del
dibujo, su reproducción en diferentes escalas y su yuxtaposición en
espacios encuadrados de gran estabilidad
compositiva, son las que Dittborn
homologa a los retazos de géneros, de telas, de hilos, que un sastre guarda en
su cajón, para poder disponer de un recurso adecuado para estados críticos.
Dittborn trabaja este universo de materiales procesados
amenazado por el fantasma de la hambruna. Se las tiene que arreglar con lo que hay.
Duclos, cuando recupera el cajón de clavos vacío en el
cobertizo de su escuela, ya está operando con este mismo método. Dittborn trabaja con el imaginario de la
sastrería. Duclos opera con el
devocionario de la carpintería. La
xilografización de su pensamiento lo hace disponible para esta alerta flotante que se activa en los
primeros contactos con la obra de Dittborn y con el propio discurso que el artista explicita en algunas introducciones
metodológicas que ya circulan entre los
estudiantes que coinciden como alumnos
de Vilches (El pintor debe su trabajo, etc.).
Leppe , en cambio, traslada cajones, como un cargador de La
Vega. Es lo que hace en Cuerpo
correccional (performance). Carga el
desguace de la “caja tonta”. Lo que le
importa es sostener un juego infantil para molestar
a Dittborn, como en una disputa entre escolares al fondo del patio, señalando
que su trabajo corporaliza
lo que sostienen los referentes que Dittborn ha impreso; es decir,
pensado.
Esto quiere decir ni más ni menos que Leppe se atribuye la ventaja de
radicalizar el método mediante un desplazamiento de la naturaleza del soporte.
En definitiva, Leppe encarna lo que Dittborn discurre, tanto por el pensamiento como
por el empleo de la tinta. Lo escribo en
presente no para señalar una evidencia, sino para reproducir una proyección de
obra.
Por sorprendente que resulte esta hipótesis, que no es del
todo nueva, sino que se ha arrastrado a través de diversos estudios
comparativos, me afirmo en la consideración de dos elementos de gran
importancia, que se manifiestan en la Bienal de Paris de 1982. Se trata, por un
lado, de un documento que corresponde a una reseña escrita por Dittborn en
Revista Art-Press, bajo el antropológico
título de Nous les artistes des terres
lointaines, y por otro, de la performance de Leppe en el baño del Museo de Arte Moderno.
No recordaba que el título de esta performance era No vengo a vender, vengo a regalar. Pequeño dato, que nadie quiere saber. En ese
envío chileno hors-contingent, Dittborn
presenta la fotografía de un caballo al que le ha pintado sobre un costado, con pintura de
tierra, la frase “a caballo regalado no se le mira el diente”.
Hay que saber que a pocos metros de esta pieza, se
encuentran las fotografías de Duclos, que ahora se presentan en Ejercicio forense.
Hay que saber esto: en ese envío, comparecen –entre otras- estas tres obras de
Duclos, Dittborn y Leppe. La economía
lingüística que sostiene los enunciados establece las proximidades entre los
dos títulos ya ensayados por Dittborn, a nivel de envío; pero me atrevo a
sostener que ambas obras adquieren coherencia a partir de la reseña escrita por
Dittborn en Art-Press.
En estos mismos instantes, en la galería Enrique Faría de
Buenos Aires, en una exhibición que lleva el título de Poner el cuerpo, se reúne obras, muchas de ellas inéditas, de
artistas latinoamericanos, entre los cuáles se encuentran Jacques Bedel, Noemí
Escandell, León Ferrari, , Carlos Leppe, Marta Minujín, Claudio Perna, Herbert
Rodríguez, Miguel Ángel Rojas, Pablo
Suárez, Yeni & Nan, Carlos Zerpa y Fernando ‘Coco’ Bedoya, entre otros. La obra de Carlos Leppe consiste en dos polaroids que reproducen un
momento significativo de la performance, en que Leppe oficia de cabrona-vedette
con un emplumado tricolor en la cabeza, después de haber iniciado su prestación
vestido de manera viril, con el pelo engominado y el traje negro de un cantor de tangos (residuo de una
performance anterior: El día que me
quieras).
¿Cuál es la importancia de la presencia de la obra de Duclos
en ese envío? A mi entender, capital.
Porque señala el lugar de la
sustitución del cuerpo, más que nada, `para colmar su ausencia, poniendo en escena gráfica el cuerpo de la letra del verso de N. Parra
impreso sobre el cartel indicativo de la
falta. Leppe porta consigo la falta
y la convierte en escena performática,
junto a los urinarios del baño de varones en el museo. Dittborn recoge y reproduce un objet-trouvé literario, que desplaza la
falta mediante una compensación insuficientemente reparatoria.
Todo esto ha tenido
lugar en la Bienal de Paris, en esta triangulación metodológica de
obras, que en 1982 reúne a tres artistas
que sostienen un diagrama de trabajo tensado por las nociones de cajón de sastre y de caja de herramientas.
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