La acción no ha sido registrada. Solo comparece el cartel
después de haber sido colocado como una señal de referencia, destinada a
determinar el tamaño y la cualidad del soporte; es decir, un banco de plaza, un
árbol de la calle, un patio universitario, una barraca, una bienal. Son fotos, piezas, que pertenecen a una sola obra. Llamémosla obra-de-conjunto. Las piezas corresponden a los registros autorales
de diversas puestas-en-situación. La acción de colocación se mantiene en
reserva, señalada por la secuencia post-traumática del registro.
Dos palabras debieran retener la atención: comparecencia
y situación. La primera es profusamente
utilizada por la crítica de la época,
amenazada por la desaparición de su objeto. De este modo, trasladando una figura
jurídica (habeas corpus) que va a
definir la precarización de la presencia corporal, instala en el discurso la
ansiosa y ansiada necesidad de reconocer la perentoriedad de un sustituto. La segunda palabra es menos empleada porque
remite a una procedencia existencializante, que en el ambiente de la misma
crítica es considerada como vergonzosa. A menos que se recurra al uso marxista
para el análisis de la coyuntura, volcado a ejercer su dominio sobre una
situación concreta. Más bien, el uso de esta última variante es el que he
reivindicado para devolver las instancias de traslado de los objetos a su
condición de delimitación accional. De ahí que ponga el acento en el momento
previo de la colocación del cartel con el verso de N. Parra, destinado, como
insisto, a entregar una prueba del
tamaño del soporte.
El soporte, recordemos: la plaza-calle; el patio
universitario; la barraca; la bienal.
Pero en esta enumeración hay que agruparlos de la manera siguiente:
plaza/barraca; patio/bienal. Todo está determinado por la tolerabilidad
del espacio universitario que determina la distinción dentro/fuera, permitiendo
el desplazamiento ejecutivo hacia la institución filial; es decir, la
bienal como destino que le devuelve una cuota de “musealización parcial” a un trabajo que se valida, primero, en la
puesta en crisis del aparato del grabado, siendo ésta, una intra/metaforización
de la crisis de reproducción del arte chileno propiamente tal, en la coyuntura
de 1981. La bienal a que me refiero es
la Bienal de Valparaíso. El espacio
universitario corresponde a la delimitación territorial que sostiene la
enseñanza de la Escuela de Arte de la PUC, protegida por un fuero simbólico.
Estamos, frente a estas piezas re/escenificadas en Ejercicio forense, ante el registro de una acción
por (d)efecto. Sin embargo, dicho
registro, mediante su paso por el garaje-de-resemantización va a
experimentar una modificación significativa de su condición y será reconocida obra.
No como obra, sino simplemente
obra.
Proceso en el que la acción, si bien ha sido eludida, adquiere un valor
como prueba meta-performática; es
decir, que no solo pone en crisis la noción de re/presentación, sino también,
pone bajo sospecha la propia calidad
formal de su desplazamiento.
La noción garaje-de-resemantización
es útil para comprender otras tantas acciones que fueron realizadas en esa
época y que podrían haber sido simplemente recuperadas como actos de automutilación figurada, producto de una crisis conyugal, en que una
mujer se corta el pelo a tijeretazos.
Sin embargo esta acción privada
cambia de estatuto cuando un colectivo reconocido como operador de arte la hace admisible mediante
un ejercicio nominativo de atribución de
una función no-doméstica, que incluye su
conversión pactada en obra, porque posee la facultad legítima de
proceder a dicho paso y acreditar la “juridicidad” de su “artialización”. En el caso de Duclos, el asunto está resuelto
por su pertenencia al espacio universitario, en cuyo seno, su propia práctica
es corroborada como una situación-de-excepción,
tolerada por la literalidad de la malla curricular, que tolera la existencia de
cursos de grabado-que-ya-no-son-grabado,
entendidos como grabado.
(Para el conocimiento
de los usurpadores de archivo, en la escena ya no hay obras que pongan en crisis sus propias
condiciones de producción y reconocimiento, porque la densidad asociada a las
obras producidas por Duclos y sus colegas de ese entonces, ha experimentado un adelgazamiento crítico
abismante. No solo nos hemos poblado de
obras que han perdido toda la grasa semántica que las cohesionaba y las
inscribía en un decurso, sino que hemos sido ya advertidos por el destino
neo/decorativo de un arte público extorsivo
completamente novo/mayorizado).
Los trabajos de Duclos, Dittborn y Leppe, en 1981, ponen en
crisis sus propias condiciones de enunciación.
Duclos, al titular esta muestra
Ejercicio forense revela el sentido de las piezas iniciales, porque no esconde
el hecho que la colocación del cartel como señal de prueba, reproduce el gesto
de los agentes de policía técnica cuando delimitan el sitio del suceso
(puesta-en-situación). Los tres artistas
trabajan con esta determinación simbólica suplementaria, que consiste en marcar el lugar de un crimen.
Duclos hace del
señalamiento del registro un doble acto indicativo: este es (el árbol). Y
emplea palabras que no le han sido
prestadas; es decir, autorizadas. En
cambio, Dittborn, debe someterse al
imperativo del significante tecnológico, mientras que a Leppe solo le basta con ex – poner el cuerpo. Todo
esto tiene lugar entre febrero de 1981 –fecha de la acción de la mancha en el
desierto- y septiembre de 1982 –momento de la acción corporal de Leppe en la Bienal de
Paris-.
No hay comentarios:
Publicar un comentario