La hipótesis de trabajo sobre la existencia de “artistas en
proceso” supone que sea disuelta la existencia del/de la estudiante de
arte. Si los profesores, en su gran
mayoría, transmiten como saber posible
un abigarrado inventario de frustraciones, los estudiantes no lo hacen mejor en
sus pretensiones, como expresión máxima de una perversidad-polimorfa destinada a justificarlos como unos
abandonados primordiales. ¡Por favor!
Los primeros responsables de la crisis son los estudiantes,
porque definen los términos
necesarios para la existencia de
profesores diplomados en maltrato, que deben cumplir la exigencia ya
determinada de ser Tíos Permanentes. Pero
a su vez, los estudiantes son “apapachados” por padres culposos que no saben
qué hacer con un hijo que profundiza en sus malas decisiones. Estudiar arte es de las peores decisiones que
se pueda tomar. Es prolongar por cuatro o cinco años la extorsión
familiar.
A lo anterior se
agrega la disposición que tienen los propios estudiantes para prestarse a
operaciones de amedrentamiento de sus propios docentes, poniendo en curso una deslealtad que pronto se convertirá en paradigma
relacional. Por otra parte, ante la menor exigencia de trabajo, reclaman por
derechos, olvidando sus deberes mínimos.
Los estudiantes son entidades proto-fascistas que expresan sin filtro una viva indisposición cuando no escuchan lo
que vienen a confirmar en clases: un complejo de prejuicios. Un buen profesor será reconocido como tal si
desarrolla unas grandes habilidades de gobernanza; es decir, de negociación aparente, con las aptitudes autoritarias
blandas del “cura choro”, manteniendo la actitud de un “padre populista” que debe
administrar los efectos de inconsistencia de los que llamará “críos”. Lo cual convierte a una escuela de arte en un lugar cuasi-sustituto de un centro del
SENAME, con todas las ineptitudes que ello acarrea.
La crisis endémica
del arte chileno se reproduce gracias a la permanencia de este modelo de estudiante-nuevo cliente que considera que sus profesores son unos mozos
que deben satisfacerlos a la carta. Los estudiantes se fortalece gracias a la subordinación
simbólica de los propios profesores, porque estos son víctimas del control
social a través de contratos precarios. Fin.
Todos los esfuerzos de dirigentes gremiales por realizar
encuentros sobre el futuro desconcertante de la pedagogía universitaria, solo piensan en medidas administrativas de
ordenamiento de recursos y en
montar ficciones de acreditación académica,
sin asumir responsabilidades en el derrumbe de la didáctica-depresiva.
Al fin y al cabo, mantener catorce escuelas de arte en el
país implica una desproporción de la que
los docentes ya no pueden lavarse las manos. Frente a la precariedad laboral,
la mejor respuesta es la ética de la obra.
Basta una caja de lápices de colores y
unas hojas de cuaderno escolar. Miren los dibujos que Matta hizo en los años
38-41. Estudien los dibujos de Victor
Brauner. Estaba preso durante la guerra
y tenía restricciones de papel y de lápiz.
Se las arreglaba para hacer obra en condiciones anticipadamente
“oulipianas”. O este otro artista, cuyo
nombre dejaré en reserva, que postulaba que su propia vida debía ser
“formalizada” como un proyecto ético de arte.
Ahora: ¿qué se le puede pedir a un estudiante chileno, cuya
definición es la de ser un agente de la ley del menor esfuerzo, portador de una
consciencia inmediata sobre los alcances de su calculada ingenuidad e
ignorancia? ¿Qué se le puede pedir a
profesores de contrato precario que deben satisfacer, por un lado, la ficción empresarial de sus universidades,
y por otro, el síndrome abandónico de una generación de Peter Panes que operan
como “sobrinos”?
El “artista en proceso” es un joven autónomo que tiene la
consciencia de que todo avance depende de su propia decisión y de su propio
esfuerzo. Hay un asunto muy importante: el esfuerzo, la pasión, la
persistencia. Es un joven que sabe
reconocer filiaciones y que respeta la
lógica interna de las transferencias. Pero supone la existencia de una red de
transmisores de experiencia –artistas- que los reconozcan como sujetos en
proceso. Esta red exige de parte de estos artistas una ética de la
transferencia que supere el curricularismo de los consejos de escuela,
verdaderos crisoles de la mediocridad universitaria ambiental.
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