Más importante que hacer cuadros es aprender a mirar. Esta
frase realmente magistral proviene de
una cita que recogí al pasar desde un artículo de José de Nordenflycht sobre
los mitos de la enseñanza de arte en Chile.
No mencionaré quien pronunció esa frase. Simplemente por proteger a la
testigo, como se dice.
El problema que no abordó fue el de qué entender por mirar. Claro: o lees el ensayito de un par de páginas
que escribió Adolfo Couve sobre
Velásquez o lees la introducción de Michel Foucault a “Las palabras y las
cosas”. Es que ahí está toda la diferencia. Por un lado, el impresionismo propio de
señoras que toman clases de pintura, y por otro, el materialismo histórico de la mirada.
Hay maneras: no se enseña a mirar proyectando diapositivas,
sino “haciendo leer”. ¡Vaya, vaya!. Toda proyección de diapositivas se “asienta”
sobre una teoría implícita. Lo que no se problematiza es esa teoría. Sin embargo, el valor de las proyecciones de diapositivas
en clases ha sido revolucionado por internet. En you tube los estudiantes encuentran mejores materiales visuales que
los que sus profesores les pueden ofertar. Incluso, exponiendo puntos de vista
totalmente pertinentes.
Un estudiante, con un buen programa de lectura y una carta
de navegación adecuada en internet debe poder superar la pragmática de un curso
de historia de arte escolar (con pretensiones universitarias). Sin embargo, el
problema reside en la baja calidad de los estudiantes. No están dispuestos a
leer. Podrían salvarse con la nueva alfabetización
digital, que los vincula directamente con las sabidurías gráficas de Oriente y
los efectos de las retóricas comerciales de la industria del entretenimiento en
la fase eufórica del capitalismo tardío acelerado.
En los años ochenta, los escolares aprendían narrativa
visual mirando en la tele los dibujos animados japoneses, mientras que en el colegio los hacían trabajar en artes plásticas con palitos de helado y neoprén. En la universidad, en esa misma época, los recorridos nostálgicos
por Florencia alimentaban la animadversión de resentidos estudiantes que aprendían más rápido y por otros medios las implicancias
entre pintura, teología y política.
Un botón de muestra para establecer la dimensión del fracaso
de estos profesores es el lugar que ocupan hoy día quienes fueron sus alumnos y
supieron aprender solos, más allá del fraude académico, recurriendo a la
autoformación radical. Esto, los
estudiantes de hoy, no lo tienen. Y poseen todas las herramientas a su alcance.
Por eso, en términos del derroche imaginario en el terreno
del ensayo-video o de la fotografía, no es necesario inscribirse en una
escuela. Paguen talleres con
especialistas consagrados, sabios y rigurosos. Inviertan. Practiquen. Se los digo a los padres que
esperan un diploma. Eso se acabó. Todo depende de los estudiantes. Es decir, de
los proyectos de artistas. De los artistas
en proyecto. Es decir, de la voluntad de serlo. Sabiendo que la estupidez
de la manía expresiva no define su condición, sino las maneras de “leer” y de
“hacer” bajo exigencias de nuevo tipo, planteadas por una contemporaneidad
medial que define sus propia retórica inscriptiva. Y para eso, no es
obligatorio ser artistas, sino tan solo “eficientes operadores visuales”, dispuestos a
poder intervenir en diversos campos de la industria y la des-industria
cultural.
Eficiente quiere decir que los escolares de 15 años ya están
alfabetizados digitalmente y que es preciso orientar formalmente estas
disposiciones, mediante un programa autónomo y flexible de formación, que no dependa de
los paquetes académicos armados por
profesores que pactan programas de
convivencia laboral. Esos estudiantes deben leer para saber qué
hacer con la otra alfabetización. Es cosa de juntarse con otros y organizar
seminarios independientes. ¡Eso es!.
Seminarios sobre problemas reales de arte contemporáneo, a partir de diagramas
de obra específicos, cuyo conocimiento es imprescindible para reproducir sus
alcances en una secuencia filial. Tienen
que aprender a reconocer las maestrías del discurso y de la “factura” sin pasar
por la garantización castradora de la maternalidad universitaria. . Se requiere para eso un nuevo tipo de, no ya
estudiantes, sino artistas en proyecto.
No se es estudiante de arte, sino artista en proceso. Hay
que repetirlo. En plena autonomía. Es
decir, bajo condiciones de aceleración de madurez que signifique escapar
merecidamente de la noción madre-de-chile. Solo habrá artistas en proceso en la medida
que se termine en este país con el imperialismo del niño-mamón, que es la base
de la catástrofe inscriptiva del arte chileno.
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