La Obra Institucional de
Camilo Yáñez ha sido mal comprendida por académicos, curadores y directores de
museos. Estos últimos no han comprendido
el alcance irruptivamente estratégico de esta obra, que opera desde la ficción generativa y abre perspectivas
de interlocución formal jamás vistas en la escena plástica chilena.
Por de pronto, estos
objetores hacen manifiesta una posición conservadora que se resiste a
comprender el alcance de una
re/modelación arquitectónica destinada a promover el rol diagramático de la
propia arquitectura chilena contemporánea, como garante de un nuevo mapa de
funciones para las artes visuales. En
cierto sentido, la actual propuesta chilena en la Bienal de Arquitectura de
Venecia permite un desbordamiento
formal que afecta la función del arte contemporáneo como una práctica que habilita nuevos usos de los suelos y declara
su preeminencia conceptual en el debate montado para recuperar la ética en la
política.
Ahora que han sido publicadas las bases para presentar
proyectos, Camilo Yáñez debe renunciar a
su actividad de asesor ministerial para concentrar toda su aptitud en preparar
la propuesta que debe representar a Chile en la próxima Bienal Internacional de
Arte de Venecia –la madre de todas las bienales- , con Obra Institucional.
Respecto de este tipo de bienales, hay que entender que lo que se juega es la vanidad de los Estados. Y en este
sentido, Obra Institucional es un
caso ejemplar de crítica institucional,
trabajada desde el interior de un sistema fragilizado que exhibe de manera programática los indicios de
su propia incompletud.
La capacidad que esta crítica tiene para señalar la
existencia de una herida fundamental
que opera como función generativa, es
una garantía histórica para validar la hipótesis de afirmación de la contemporaneidad de lo no contemporáneo,
porque combina esfuerzos de remodelación arquitectónica con obligaciones para
la redefinición de funciones de nuevos destinos urbanos.
La gran garantía programática de esta propuesta reside en la
proyección de densidad expansiva, que toma sus atributos de un arte contextual acumulado en la
reversión de los archivos y en la sumisión de las colecciones, para invertir la
dialéctica materialista implícita en el arte
de formulario sobre el que se sostiene la propuesta; que a estas alturas,
podría adquirir las dimensiones de un verdadero arte fiscal.
No es usual que una vanguardia plástica se sitúe en el
centro mismo del poder, para hacer efectiva sus operaciones. Sin embargo, Camilo Yáñez ha pasado a ser un
héroe portador de la peligrosidad del arte como
operador de fisura, en el seno mismo de una
ministerialidad que debe ser entendida como un “momento democrático-burgués” en
la marcha ineluctable hacia la
Transparencia Social.
La verdad es que Obra
Institucional, precedida por todo el acumulado simbólico de la Escena de
Avanzada y del andamiaje referencial de la obra de Gonzalo Díaz, concentra una
gran apuesta formal hacia un futuro
inclusivo y equitativo, en que las fuerzas que dibujan el deseo de infracción no
pueden sino prefigurarse como formalización anticipada de una procesualidad que convierte
esta práctica artística en el único espacio contra-neo-liberal, interviniendo de manera ejemplar en el escenario de una lucha sin cuartel por el control de las nominaciones
representativas del período.
Respecto de esta propuesta de critica curatorial territorial en el seno de la especulación mercurial
inmobiliaria, Obra Institucional
es la prueba que hacía falta, para demostrar
por contigüidad el lugar de la vanguardia política, actualizando la obra
gruesa de las grandes transformaciones que tendrán lugar en la cultura
chilena contemporánea, teniendo como
facilitador elemental al Ministro Ottone.
Obra Institucional
es la mejor carta para la próxima Bienal de Venecia porque pone de manifiesto
el esfuerzo de la vanguardia política por redefinir los términos de la
producción de ciudadanía, mediante la equiparidad sacrificial de las memorias documentarias del arte y la (re)colección libertariamente discriminante de indicios
emblemáticos destinados a redefinir el
rol transicional del arte de formulario como portador de la fiscalidad estética
de la política.
En relación a lo anterior, las objeciones que se han
levantado en contra del Proyecto de Camilo
Yáñez, Obra Institucional, demuestran una obsesiva sujeción a formas de
musealidad perimidas, para las que la Nación carece de pre/supuesto. La pregunta por la legitimidad de un proyecto
semejante es totalmente retórica, ya que apunta a reinstalar los principios de
un arte académico que no desea la
instalación de condiciones favorables a la innovación social y a la
experimentación formal como expresiones
de una actividad simbólica indicativa.
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