sábado, 18 de junio de 2016

EL FRAUDE DE LA ENSEÑANZA DE ARTE


Al ver la fotografía del Ministro de Ceremonias con la Señora Presidenta y el artista Pablo Echaurren, me pregunto si existe algún artista chileno que sea capaz de pedirle al “Alejandro-magno-de-turno” que se corra un poco porque le tapa el sol.  La paradoja es que el único que lo hizo fue Roberto Matta, cuando recibió el premio nacional que manipuló el círculo laguista, para vengarse de la democracia-cristiana, que le había levantado a Carmen Waugh de la dirección del MNBA.  Nemesio Antúnez pagó el costo y Roberto Matta se rió en la cara de los agentes chilenos encargados de hacer de la entrega del premio un gran acto de propaganda social-demócrata.  Matta no necesitaba la jubilación.  

La familia Matta siempre anda rondando La Moneda, ya sea con Lagos, con Bachelet, con Piñera. Es como una costumbre  de meter-él-dedo-en-el-ojo, por si resulta algo, indeterminado pero factible.   Nunca he sido testigo de una acto más patético y más indigno que el de una viuda tratando de meter la “pescada pasada”.  Aprecio la preferencia de Lagos por Gracia Barrios.

Ahora, Pablo Echaurren,  que no necesita que lo asocien a su padre para tener un lugar en el arte, ¿cómo no sabe? Una visita al gabinete presidencial no garantiza nada.  Más bien, des/legitima.  ¿No se lo advirtieron? No había que venir. Este país, para él, está “funado”.  El Ministro de Simulacro debe hacerse responsable de la  conversión de la historia en un asunto doméstico,  en la misma semana de la renuncia del embajador de Chile en Francia, por presunción.  Acto  de  proyecciones insospechadas para  politizar la  carga de la metáfora teatral que la precede como tragedia griega de pacotilla.  

Al mencionar el ejemplo de Diógenes como artista sin domicilio fijo, abordé de manera directa la cuestión del fraude de enseñanza. Me han hecho severas observaciones al respecto.  Me acusan de atentar contra el derecho al empleo de los artistas.  Es más grave, todavía. Solo hago una advertencia.  Lo que pasa en el arte va a ocurrir en la sociedad chilena, en un futuro próximo, si es que no está teniendo lugar desde ya. Se trata de la precarización generalizada de los empleos. 

Si declaro que no hay razón ética para seguir sosteniendo el fraude de enseñanza, no por ello es  sostenible la exigencia de dejar de hacer clases.  A menos que sean éstas una escena para la expresión perversa de una frustración que se habría convertido en  efecto académico.  Y eso es lo más grave todavía, porque  el maltrato se habría convertido en el sistema digestivo de un mercado sustituto.  No sé hasta que punto los padres de los estudiantes  se han percatado de la irresponsabilidad en que incurren, por diferir los defectos de una formación destinada a desmontar en ellos toda tendencia emprendedora.  Las escuelas de arte son una máquina de fabricar  el desmontaje subjetivo de generaciones completas.  ¿Quién está dispuesto Mensjea hacerse responsable de la puesta en circulación de diplomas que no tienen valor en mercado laboral alguno?

Mensaje para los estudiantes: no es ninguna obligación ser artista. El diploma no garantiza nada. Imaginen ustedes que el Magister de la Chile está pensado para erigir el “ninguneo” y la desidia en criterio  de una validación  que no tiene la menor utilidad en la escena local; ni siquiera para asegurarse de una plaza en alguna (otra) escuela.  Porque toda permanencia depende de una red de nepotismo que ya está bloqueada.  Solo que las acreditaciones universitarias exigen tener más diplomas.

Pero como en Chile no hay museos “en forma”, las plazas de trabajo que pudieran ofrecer ya están ocupadas. A menos que los cargos de gobierno ofrezcan una pequeña aptitud para los yes-men que hablan duro y mantienen una obra mediocremente alternativa.

Ninguna de las escuelas actualmente en función puede asegurar fidelización sino bajo la promesa de ocuparse de un servicio post-venta que se puede traducir en facultades de distribución de residencias.  Pero ninguna escuela nacional posee suficiente prestigio para realizar convenios con entidades extranjeras de gestión de residencias.  De modo que ofrecen post-diplomados  tan solo como una manera de hacer un quinto año suplementario como  plataforma conectiva  que  a fin de cuentas solo puede favorecer posibilidades  de trabajo muy  restrictivas, porque –simplemente- esta escena “no da” para más. Ya he mencionado que el “espacio real” del campo del arte está configurado por lo más de cien personas, que ocupan toda la cadena de valor del artista-docente con eficiencia energética. De esas cien personas que ocupan el mercado de la enseñanza, solo un veinticinco por ciento pueden disponer de una relativa autonomía como operadores visuales, y de ese porcentaje, menos de la mitad logran estar representados por galerías extranjeras.  Y es muy probable que dado el tamaño de esta escena, no sea necesario  disponer más que de eso. Habría que recalificar, entonces, la presencia que este grupo tiene en el concierto internacional y fomentar políticas de apoyo a la consolidación de quienes demuestren rentabilidades inscriptivas consistentes.  Ahí tendremos otro problema: ¿quién y como se definen dichas consistencias? Les aseguro que no lo hace una investigación sobre Marca Sectorial.

Lo que propongo es  que convirtamos la enseñanza de arte en una especie de “maestría civil de la visualidad”, donde el proyecto no tendría como objetivo “formar artistas”, sino tan solo proporcionar a un contingente de bachilleres un tipo de  conocimiento  en “modos de hacer” y “modos de leer”  unas prácticas complejas, que son limítrofes entre un cierto arte y  una cierta etnografía,  destinados a complementarizar la “educación sentimental” de unos estudiantes que poseen diplomas de diversa magnitud, ya sea en ciencias humanas como en ciencias  “duras”.  Un buen curso de historia del arte puede ser muy útil a estudiantes de historia y de comunicaciones.  Por poner un ejemplo, el estudio de un cuadro como   “Los embajadores” de Holbein, permite producir una articulación  conceptualmente muy eficaz  entre arte, religión y política. 




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