Marc Augé estará durante el mes de junio en Buenos Aires[1]. Hago manifiesto mi pavor con solo recordar cómo trabajan los artistas,
cuando agarran libros y lo único que retienen es el título, con el cual a su
vez se ponen a titular sus propias obras. Ya pasó con Marc Augé a propósito de los no-lugares. De un momento a otro no hubo
escultor expansible sobre Santiago que no se extralimitara en este tipo de
consideraciones. Todo su trabajo era
sobre no-lugares. ¡Que curioso! Pero, ¿acaso la obra no le atribuía uno, verdad?.
Más bien, le restituía lo que no debió haber sido
reconocido como site specific, lo que
significaba asumir algo así como el
nuevo impresionismo objetual, propio de la neo-decoración de ambientes eruditos
en el capitalismo tardío.
Hubo un momento en que el trabajo en la objetualidad
implicaba una posición crítica. Sin embargo, en la actualidad, éste ha sido a tal punto banalizado que dejó
de sostener toda posibilidad crítica.
Después de la academización de los no-lugares -¡pobre Marc Augé!-
vino la inflación de los archivos.
El gran hallazgo del momento
fue el descubrimiento de inéditos a la
medida de unas tesis ya instaladas,
destinadas a re/posicionar artistas que habían llegado con retraso al
reparto de las glorias culturales. Por
cierto, el archivo produce memoria. Las
obras pasaron a ser, visiblemente, memorias de las obras, y las obras, unos
indicios de memorias perturbadas.
Bueno, dejémoslo así y que
Marc Augé disfrute de su estadía en Buenos Aires. Cuando vino a Valparaíso a Puerto de Ideas, los investigadores
locales del patrimonio no podían creer que no se juntara con ellos. Ellos
habían sostenido gran parte de sus trabajos leyendo a Marc Augé. Preparamos un encuentro, que de hecho, fue
como una previa. Pero a fin de cuentas,
daba lo mismo. No pasó nada con esa visita.
Algunos lo consideraron demasiado filosófico. El negocio del patrimonialismo sería
tomado a cargo por algunos arquitectos
sociologizantes y unos sociólogos urbanizantes, sobre todo después del gran
incendio. Los geógrafos fueron dejados de lado.
Los archivos, por su parte, pasaron a ser objetos de
exhibición y entraron a satisfacer una pulsión de anticuario mal escondida.
Cualquier caja de zapatos con cartas y
todo tipo de basurita gráfica pasó a ser considerado un “archivo”, susceptible de adquirir valor en un mercado de autógrafos
incipiente.
La única artista que se ha atrevido a trabajar con masas documentales ha sido Voluspa Jarpa, sin perder de vista el objeto, justamente, por
la naturaleza del material de base con que comenzó a operar visualmente. Su antecedente directo fueron los Documentos
de la ITT, publicados en los años setenta por Editorial Quimantú, como una
prueba de la intervención americana para impedir que Allende accediera al
gobierno. De modo que por extensión, re/semantizaba
la noción de intervención en su “traslado” hacia el campo artístico. Después, recuperó los clasificados
autorizados, convenientemente tachados, para designar la zonificación de la
impostura administrativa, que no hacía
estado de la inexistencia de palabras
incriminatorias, sino simplemente indicaba la interdicción visible de acceder a ellas. Esto le permitió a Voluspa Jarpa organizar un espacio gráfico problemático,
enfatizando el rol de la materialidad de
la borradura.
En la conversación del 11 de junio en D21, Rodrigo Vergara hizo una corta ponencia sobre
el modo cómo el minimalismo no se había
hecho cargo de su contexto
histórico. Era como llevar a Serge Guilbault a la conversación; solo que
los estudiantes -que no asistieron al
conversatorio- no saben quien es porque no leen nada que tenga que ver con una
historia de clases en las luchas por las nominaciones representativas. Y
cuando lo hacen, navegan en la vulgarización de un marxismo precario, que convierte
las manifestaciones estudiantiles en acciones de arte de “nuevo tipo”. ¡Pero si ese es el objeto del trabajo que
Voluspa Jarpa está preparando para el MALBA!
Los estudiantes y profesores de la Chile y de la Católica van a tener
que viajar a Buenos Aires, en julio. Un
mínimo, ¿no?
La misma Voluspa Jarpa declara en El Mercurio del 10 de
junio, “hago una crítica y una declaración de lo que pienso del arte”. La
periodista Daniela Silva concluye que su trabajo alude a cómo el minimalismo no se hizo cargo
de su contexto histórico, con lo cual responde desde la obra a la pregunta que formula Cristián Silva en la
carta-invitación a un encuentro sobre la era neoliberal del arte. ¡Pero si Alain Badiou, en el mismo Buenos
Aires, dijo en una conferencia que el arte contemporáneo había devenido el arte de la era del capitalismo financiero! ¡Pero si eso fue siempre una evidencia! No se necesita un encuentro. Hagan obra.
La Voluspa Jarpa de El
lugar sin limites y la Voluspa Jarpa de los archivos desclasificados de las
agencias no es la misma. Han pasado los
años. Habría que hablar de cómo atravesó
estos años, en el terreno formal. Algo
dice en la crónica de El Mercurio.
El hecho es que a propósito de su carrera, porque tiene
una, en un país donde no hay carrera, en
estricto sentido, vuelvo en este soporte
a mencionar el nombre de Isabel Aninat, la única galerista que sostiene un modelo de negocio que la lleva a reducir
la fisicalidad de una galería que no requiere de espacio para exhibir, porque
no es un “centro cultural”, sino un
lugar de incidencia que se instala entre lo justo y lo necesario, porque el
grueso del trabajo está en las ferias como plataforma de trabajo internacional.
Es decir, con una galería reducida basta
para el indigente mercado nacional. El
esfuerzo está concretado en la consistencia de las redes y en las operaciones
de colocación externa.
En la misma crónica de El Mercurio, Daniela Silva hace el
relato: “Todo comenzó cuando el curador del Malba, Agustín Pérez Rubio, vio su
muestra “En nuestra pequeña región de por acá” (2004) en el Archivo de
Bogotá”.
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