Estaba en el colegio iniciando el curso sobre Arte, cuando
me acordé de subir la columna de ayer, titulada PUSILANIMIDAD POLÍTICA. Ya la había escrito y pensaba dejarla de lado. Pero
resolví subirla después de haber recibido una invitación de Cristián
Silva para participar en una mesa redonda sobre
artes visuales en el contexto neoliberal (educación, prensa, mercado)
(sic). La carta me pareció completamente fuera de lugar. Me invitaba
a una reunión con un grupo de agentes cuyas posiciones todos conocemos y
sabemos hasta qué punto son refractarias y antagónicas a mi trabajo. Hay invitaciones que son agresiones
invertidas. Entonces resolví subir la columna.
Mientras, en clases presentaba un video de ocho minutos sobre el
artista francés Pierre Pinoncelli, que en mayo de 1994 realizó una performance
en la calle de la Republica, en Lyon, frente al local de la FNAC. Desnudo y cubierto con polvo blanco se
introdujo en un barril y colocó un
cartel en el que escribió “Diógenes, ¿el primer s.d.f?”. Es decir, sin domicilio fijo, que es el eufemismo
empleado por la administración francesa para designar a los “sin casa”. Es como la sociología gubernamental chilena
que habla de poblaciones vulnerables.
Vino la policía y se lo llevó a la comisaría sin tener muy
claras las razones de por qué había que meterlo preso. Evidentemente, se trataba de un loco
perturbando la circulación peatonal en el espacio público. Luego fue maltratado por el comisario, que no
sabía quien era Diógenes. Finalmente, fue liberado gracias a la intervención
del Prefecto de la ciudad, que lo conocía como artista y que tuvo que
explicarle al comisario que lo que él hacía era una acción de arte.
Todo esto me hizo pensar en el
Centro de Arte Contemporáneo del que se ha hablado sin evocar mayores precisiones sobre sus propósitos estratégicos. Pero sobre todo, en lo extemporánea que era
la invitación de Cristián Silva,
conocido por descalificar mi
trabajo. No entiendo el carácter de su
invitación ni por qué debiera darle curso.
Le recordaré que en nuestro
último encuentro, hace algunos años,
cuando al enterarse que iba a hacerme cargo del Parque Cultural, la observación que me hizo fue que no
entendía como (yo) podía caer tan bajo. Siempre
ha presumido de estar bien informado.
A propósito de caída, Occidente es una caída, escribe Nancy; el cuerpo es el último peso. De seguro, Silva no estaba pensando en esta caída. Pensé en Leppe, que recupera en pintura la caída de los cuerpos; que valoriza la gravedad de los cuerpos
desastrosos; incluido de su propio cuerpo, convertido en un desastre
alimentario. El cuerpo de Leppe puesto-en-escena con su diagrama
encarnado responde a las dudas de Cristián Silva, respecto de su propio derrumbe
como obra. Peso muerto.
Todavía no he tenido mayores explicaciones de su parte
acerca de esta caída. De mi
parte, ya le he respondido con Escritura
Funcionaria (2014).
A Cristián Silva le puede ser útil saber que aquello que puso en crisis Pierre
Pinoncelli fue la noción del domicilio
del arte. El arte chileno no tiene
domicilio fijo y su comportamiento es el de un
indigente que hace cola frente a las oficinas de atención de urgencia
de un Estado que no le destina más que migajas para
su sobrevivencia. Que tome de botón de muestra la carta de protesta que los gremios le
acaban de enviar al Ministro de Manejo
de Vanidades, para resolver cuestiones muy atingentes y legítimas que corresponden a montos relativos a honorarios declarados en formularios, para que las cifras supuestamente “elevadas” no se
conviertan en causal de rechazo de un
proyecto. Pero eso tiene que ver con el dispositivo punitivo implícito que
acarrea consigo la fondarización de
todo recurso, que no es más que la expresión del rencor histórico de los funcionarios que gozan sometiendo los
proyectos a las exigencias de su impacto
social.
El video de Pinoncelli
podría ser visionado durante el encuentro al que me invita. Le sugiero poner atención en la situación del Prefecto de la ciudad, que a
la cabeza del poder político reconoce
como artista a Pinoncelli y le hace entender a su funcionario que lo deje
en libertad, porque en ese terreno no le hace daño a nadie; es decir, no representa
un peligro para la seguridad interna.
Cristián Silva y sus
amigos que convocan al encuentro no le hacen daño a nadie. Pero necesitan juntarse para demostrar que
están preocupados por el destino de la escena, cuando sabe perfectamente que
todo esto se resuelve a nivel de obra. Y que lo que le falta, justamente, es
obra, para sostener su carta.
En cambio, lo que hace Ottone es declarar –como autoridad del arte- la ausencia de peligrosidad de cuanta
iniciativa formal pudiese existir, porque a través de la Obra Institucional de Camilo Yáñez
produce la percepción de que los tiene a todos en el bolsillo, con unas
promesas que corresponden a la dimensión de una gran superchería, en la que están
todos contentos.
Finalmente, el modelo neoliberal de las artes visuales al que Cristián
Silva alude, ¿no es el que “instaló”
el Estado Concertacionista?.
A partir del video de Pinoncelli es posible pensar que el
Ministro de Ceremonias ocupa el lugar de Alejandro Magno, que visita a Diógenes
porque –dentro de todo- desea ser respetado
por los artistas, ya que no pasó el curso
de lectura dramatizada de una Cuenta Pública. Este ministro sabe que no hay obras
suficientemente densas y que ningún
artista chileno está en posición de
pedirle que se corra para un lado porque le está tapando el sol.
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