domingo, 26 de febrero de 2017

LA ORQUESTA ROJA: NOVELA.




Un amigo mío que vive en Madrid y que está convaleciente después de una delicada intervención, me  envía un mensaje de texto en  que me comunica su lectura  tardía de La orquesta roja, de Gilles Perrault. 


Para el golpe militar la leí, en casa, esperando entre  señales radiofónicas en clave y   recortes de prensa para informar lo que estaba escrito entre líneas, cuando en verdad, nos estaban dando de frente.  Compañeros del partido nos habían recomendado la lectura de esta “novela pedagógica”,  porque relataba las vicisitudes de la red de espionaje soviética en los territorios ocupados por los alemanes.  La decisión manifiesta era construir unas redes de similar envergadura.  Para eso habíamos seguido unos cursos que daban los compañeros del ERP, en Buenos Aires.

Sin embargo, la primera tarea era la correcta caracterización de la dictadura. El asunto no tenía que ver con lo real, sino con el discurso. Había que  calificarla imaginariamente como una ocupación extranjera,  llevada a cabo por unas FFAA que se comportaban como “alemanes en Francia”.  El propósito era obtener el apoyo internacional adecuado que nos condujera a realizar una lucha de liberación nacional, en los textos.

Era recomendable leer a  Gilles Perrault con el objeto de adquirir conocimientos muy bien narrados, acerca de las dificultades de constitución de redes y de organización de una lucha clandestina contra un invasor.  De tal modo, los compañeros de la dirección que estaban obligados a permanecer largas semanas en casas de seguridad, leían y tomaban notas.  Resulta sorprendente  saber  hoy día que lo hacían con verdadera pasión,  como si hubiesen sido sacados de una película de la resistencia francesa, haciendo volar trenes por los aires y entregando mensajes en bicicleta.

Dirigentes que hoy día son dueños de importantes sociedades de lobby,  aprendieron de memoria el mapa del Metro de Paris,  dispuestos a  preparar las nuevas condiciones de lucha en el frente exterior,  mientras les conseguían papeles para   abandonar la zona ocupada.  Luego de aprender el  mapa del Metro  pasaban a la guía famosa cuyo nombre he olvidado, para aprender trayectos  completos y realizar  listas de calles por arrondissement.

Era muy importante asumir la figura heroica de los primeros resistentes mitificados por años de propaganda gaullista y comunista.  Lo  realmente lamentable es que estos mismos compañeros no pudieron hacer distinciones políticas y tomar decisiones de principio, cuando fue proyectado en Chile  el film de Costa-Gavras, La confesión.   

Ayer vi  de nuevo De regreso a Praga, de Chris  Marker. Es un documental sobre el rodaje de La confesión.

Sin embargo, la lectura de La orquesta roja no dejaba de presentar algunos problemas; en particular, las sospechas acerca del trotkysmo de Trepper, el agente ejemplar,  que después de la guerra  es apresado y  lo hospedan durante diez años en la Lubianka.

Tuvo la mala idea de regresar a Moscú para pedir cuentas a  algunos de sus superiores, por no haber escuchado ni interpretado correctamente algunas de sus informaciones claves,  entre las cuáles se encontraba la del anuncio que prevenía del ataque alemán contra los soviéticos, ya que era una información  conocida  en los servicios, pero que había sido transmitida por Victor Serge, detenido por la  Inteligencia japonesa y encarcelado hasta el fin de la guerra, cuando decidieron fusilarlo, porque Stalin se negó a canjearlo.   

Trepper había inventado el “gran juego” (doble juego) y había logrado proporcionar información de vital importancia al estado mayor del ejército rojo.  Al precio de una des/marxistización total de los recursos intelectuales, mis compañeros se entregaron a la estrategia de la fundaciones y montaron el “doble juego” de la Transición, pactando a sus muertos.

El hecho es que los lobbystas de hoy, junto con sus amigos diputados, eran unos grandes adictos a franconizar el discurso.  Como decía, lo primero fue la hipótesis del ejército de ocupación.  Luego vino la de los resistentes.  Pero no quisieron ver La estrategia de la araña  de Bertolucci cuando se exilaron en Roma.

Finalmente vino la hipótesis más elaborada:  la caracterización de la dictadura.

Porque hay que decir que estos lobbystas de hoy y sus amigos senadores, tenían a su servicio a unos sociólogos que les proporcionaban insumos literarios de primera magnitud destinados a producir ensayos de caracterización.  En verdad, entre las retóricas del Informe al Pleno y  el Ensayo de Caracterización, la gran ficción chilena le hizo lugar a  la hipótesis de una dictadura bonapartista.  Esto significaba leer las condiciones del golpe de 1973 de acuerdo a los efectos fantasmáticos del golpe de  1852, y que fuera el motivo para que Marx escribiera el 18 Brumario.  

En esto, los  dirigentes del MIR  ya se habían adelantado.  Un año antes del golpe militar, Miguel Enríquez y sus compañeros de la dirección leían las Memorias de  Manuel Azaña, porque en ellas estaban  advirtiendo cómo se perdía una revolución.
En ese sentido, practicaban una literatura de anticipación.

Mientras esto tenía lugar, unos recientes lectores de Lenin se escupían citas para defender la hipótesis sobre el carácter leninista de la revolución chilena, de modo que el guatón Correa pudiera sostener en su discurso la tesis del doble poder y las tres tareas del gobierno popular. Después del cambio de coyuntura, Correa quería ser Trepper. Sin embargo, le tocó pasar por Roma, donde lo habían amado tanto, y tuvo que admitir la aparición de dos nociones que le complicaron el negocio de la enunciación por sustitución.  Estas nociones eran dominación y hegemonía. Sin embargo, tuvo el valor y la audacia de subordinarlas y someterlas a la presión de la matriz tomista,  que siempre ha sido la suya. Mientras los  productores de insumos hacían el corretaje  de Gramsci, Correa les enseñó a su vez a cómo denominar una cosa con el nombre de otra, para seguir haciendo lo de siempre.


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