Hace unos domingos atrás, Waldemar Sommer escribe en
Artes&Letras sobre Picasso. Lo que uno esperaría, en plena exposición del
CCPLM, sería un recorrido por la mencionada. Sin embargo, lo que hace Waldemar
es una “maldad extraordinaria”: declara la indigencia expositiva del CCPLM por
ostentación descritpiva de la matriz.
Entre el subterráneo de una plaza cívica y el Marais no hay donde equivocarse.
Luego, en estos días, tanto LUN como theclinic ponen por delante las palabras del hombre en situación de
calle que robó la pintura de José Pedro Godoy.
De hecho, es curioso que el robo haya sido más comentado
que la propia exposición. Resulta
comprensible, por lo demás, pensar que la pintura de Godoy no represente la
estrategia de re/sacralización de la escena plástica que promueven –fallidamente-
algunos agentes obsesionados por encontrar una pintura católica ejemplar.
Entre tanto, exite un profundo silencio desde el gabinete de
Ottone sobre las vinculaciones del Centro de Arte de Cerrillos con el proyecto
del Serviu. Es decir, espero que pueda responder de qué manera la instalación de un
centro de arte experimental se traduce en “producción de ciudadanía”, en una
zona de reconversión urbana de alto valor social. Precisiones como éstas deben ser puestas en
evidencia, no solo por el ministro de simulacro, sino por su asesor, y sobre todo, por el señor alcalde de
Cerrillos, que ha sido la personalidad política
más violentada en su potestad por unas promesas cuyo alcance
probablemente nunca llegó a comprender en su real dimensión.
Valga señalar, en todo caso, que durante toda la duración de
la exposición inaugural de Cerrillos, no hubo ni uno solo gran reportaje a la
exposición misma. Ni siquiera Catalina Mena se atrevió a escribir sobre el
tema en revista Paula. Y tampoco hubo alguna columna que valiera la
pena, ni en artischock ni en arte-al-limite. Recuerdo, eso sí, una melosa -por no decir
babosa- entrevista, en la primera de estas revistas, a los curadores invitados
a “legitimar” el Centro de Arte antes de su inauguración. Pero ninguna de ellas recogió las objeciones
que formularon al proyecto de Camilo Yáñez, tanto Alfredo Jaar como Luis Camnitzer.
Una vez levantada la muestra, tampoco ha habido recensión alguna sobre su contenido ni sobre su proyección. Ningún artista cuya obra fue arrendada para el
efecto expositivo ha hecho declaración
alguna; ni siquiera aquellos en que el
“montaje” dañó gravemente la
presentatividad de sus piezas emblemáticas.
Ahora, lo que se viene, para comenzar el mes de marzo con la
carga adecuada, es el “asunto de Venecia”. Por lo que se ha dado a saber, un enviado oficial fue determinado por un
comité de expertos en colocación internacional del arte chileno. Algunos agentes criollos promovieron la
presentación de proyectos como si fuese pan comido y a la hora de las
revelaciones se dieron cuenta que corrían como acompañantes. La pequeña cadena de traiciones se puso en evidencia y los heridos ayudaron a
recomponer las alianzas académicas y
políticas de rigor, entre el barrio República
y Las Encinas.
Sabemos que la propia bienal, desde su equipo curatorial,
invitó a Juan Downey y Enrique
Ramírez. Se les suma la dupla Escobar/Oyarzún. Aunque nadie sabe que es lo que los puede
convertir en un “bloque”. Esto es lo que se llamaría una alianza intra y extra
bienal, en provecho del arte chileno bien representado, que es lo más
importante, ¿verdad? Sin embargo, hay
todavóa pabellones privados a los que se paga por ser incorporados y que
aumentarán, probablemente, la presencia chilena. Habría que saber a cuanto
asciende el costo real de los envíos públicos y privados a Venecia, porque a
final de cuentas, los privados asisten
gracia al aporte de platas públicas.
Esperamos desentrañar la trama de este envío en la medida que los
involucrados hagan saber cuáles son sus intenciones y definan sus
expectativas. De todos modos, lo
preguntaremos a través de “gobierno transparente”.
Finalmente, lo que marzo debiera traer consigo es alguna información sobre el formateo que habría
experimentado la discusión aparente sobre
insumos para una política de artes visuales. De esto, no sabemos nada. Y
el proceso de discusión en regiones fue, objetivamente, un chiste. Entonces,
tenemos que saber. No es que reproduzcan en los documentos de rigor nuestra
posición, sino que al menos hagan estado de unas observaciones destinadas a
redefinor las relaciones entre “gestión cultural” y “gestión de arte
contemporáneo”.
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