lunes, 6 de febrero de 2017

CERRILLOS (7)



En la obra de Tennessee  Williams  Un tranvía llamado deseo,  Blanche Dubois es una cuñada indeseable con un pasado aristocrático, que no ha sabido cuidar el patrimonio familiar, que se ha casado con un joven homosexual cuyo suicidio favorece, que ha intimado sexualmente con uno de sus estudiantes; es decir, nada que no podamos encontrar como “tema” en la narrativa de José Donoso y sus conjeturas filiales.  Es como una manera  de decir que no nos vengan a contar cuentos.  Y si insisten, les lanzo encima la historia de la Japonesita como una metáfora  precursora de la “performance chilena”.  Y es curioso que en esta muestra conceptualmente mediocre y políticamente fallida, no haya habido espacio para el “arte corporal”.  Pero pasemos.  Todo vale “para  la foto”. 

Entendamos que el  diagrama de esta pieza de teatro ha sido evocado a raíz del título de la exposición Una imagen llamada Palabra. 

La analogía entre Blanche y la escena plástica  chilena  ha sido construida a partir de su  rol determinante en la inconsciencia del curador, porque todo indica que nunca supo lo que estaba haciendo.   Cuando alguien se propone parodizar y rebajar el peso a algo, al nombrarlo, recurre a una fórmula sustituta que termina por acarrearlo hacia un desastre no deseado, pero que finalmente permite leer la estructura en proceso de su propio desmoronamiento.

El curador  nombra aquello de una determinada manera, sabiendo que no es así, pero usando  una palabra que nombra  a título sarcástico.  Lo que sorprende en este inocente  procedimiento es que los artistas no hayan reparado en una invitación cuyo título  los dejaba muy mal  parados.  ¿A tal nivel de desagregación ha llegado la escena plástica que ya no se da cuenta que ha atravesado los límites de su propia contención?

Blanche Dubois es violada por el marido de su hermana, mientras ésta está en la clínica para dar a luz. El marido es un obrero de origen polaco, bastante  rudo.  El curador ocupa el rol de Stanley, que juega a juzgar el estado de falencia en que la escena plástica se auto-representa.

En la dependencia genealógica del título, el juego forzado  de palabras resulta más que evidente. Para llegar a la casa de Stella y su  marido, que queda en un cité de clase media pobre  de Nueva Orleans,   Blanche debe tomar el tranvía que va a  Desire.  Es un juego de los que el curador apetece, llamando a las cosas con nombre prestado, porque ese es un rito de paso en el arte contemporáneo. 

Lo anterior es un lapsus  del que el curador no se entera, al no saber que sabe.  En términos  analíticos esto tiene que ver con la fórmula sobre la que el psiconálisis francés ya ha trabajado y que consiste en la frase: “Je sais bien, mais quand même”, que se puede traducir como “si, si, sé muy bien que las cosas no son así, pero lo hago como si lo fuera”.  No está de más decir que el título proviene de una conferencia que Octave Mannoni pronunció en 1963 en la Sociedad Farncesa de Psicoanálisis y que fue publicada en 1964 en Les Temps Modernes.  (De eso podremos hablar en otra columna, más allá de esta exposición).

Un ejemplo de la efectividad del procedimiento analítico del curador  es la Bienal de Venecia, en Bogotá, que finalmente corresponde a la bienal del barrio llamado Venecia.  De un modo análogo, “una imagen llamada palabra” es como si (lo) fuera, pero no es lo que se nombra, y sin embargo, lo que termina estando en el centro de todo es la pregunta por cómo nombrar el deseo de Blanche.  

En definitiva, lo que busca el curador y su equipo de asesores, por extensión,  es nombrar el deseo del arte chileno como reversión de los “campos elíseos” de la Facultad de Artes de “la Chile”, que es la Casa de Bello.  La  propiedad que las hermanas han perdido se llama Beau Rêve (Bello Sueño, en el sentido de “buena fantasía”).   No está mal: la “facultad”  siendo el lugar de una fantasía irreparable.

La casa de Stella y Stanley están en la calle  Campos Elíseos, que es como designar  el deseo  francés de la escena plástica chilena,  aglutinada en la sintomatología que la conducirá, finalmente, a una institución psiquiátrica –aparato ideológico de Estado-  justo en el momento de la caída en lo real,  cuando el nombre del tramway  es reemplazado por el nombre de un aeropuerto des/afectado: Cerrillos.  

¡Y todo ello, para re/significar el des/pegue (décollage) del arte chileno en sus manos!  Pero si esto no es estúpido;  es tan solo  patético.  Da vergüenza ajena. Sobre todo por la posición en que quedan los artistas, que al parecer, han participado, justamente, para dé/coller.   O bien, para sacarse de encima algo que  se les pega demasiado.  Aunque sepamos que en la propia escolaridad francesa,  una colle es un castigo  ante una falta disciplinaria.  ¿Cuál será la falta disciplinaria del arte chileno que el curador delimita y termina por nombrar de manera elusiva, sin que los propios artistas  se enteren?

Este es el momento en que aquello que se llama por tal, no corresponde al nombre que se dice.  Si el curador lo hubiera pensado, no le hubiese resultado.  Porque todo esto obedece a la reproducción de una estructura que ya está impresa como decibilidad del arte chileno, por omisión y olvido de las fuentes primarias.  Lo único que puedo adelantar es que el origen de dicha escena reproducido como necesidad por el curador y sus asesores satisface el mandato de la madre fálica de la crítica. Entonces, lo que desmiente el título –y pone en evidencia- es la castración de la imagen por la palabra. (Risas).

Este es el gran valor de la exposición de Cerrillos:  ajustarse a la dialéctica desfalleciente de Blanche.  La propiedad de Belle Rêve ya ha sido  rematada.   La escena chilena tiene su antecedente en la pérdida de esta propiedad que representa un mundo ya desaparecido, pero al que nombra como  efecto de una proyección (simulacro). No logra, sin embargo, nombrar su Deseo.   Ni el mural protector   de Dittborn ni la ortopedia de la palabra proyectada de Díaz, logran proporcionar a esta exposición la densidad  institucional a la que éstos apuntaban.  Ha sido una exposición más, en la que tampoco han logrado negociar un buen lugar.


A una imagen que no se representa en condiciones “adecuadas” de erección gloriosa, solo le queda ser descrita –de manera insuficiente- por una palabra decaída. 

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