miércoles, 2 de diciembre de 2015

LA CRITICA JUBILADA


En una entrevista en  La Tercera, nuestro querido y respetado Iván Navarro  me ha puesto en el mismo saco que Galende y Richard y ha sostenido que ya  abandoné totalmente la crítica,  que estoy  jubilad,  que hago la pega cuando me pagan, pero no por una pasión hacia el arte o por generar un debate real.

Cundo uno lee semejantes declaraciones no hay que mostrar sorpresa, sino pensar más bien cuál es el objeto de semejante ofensiva.  ¿A quien le sirve? ¿Qué alianzas andará biscando en la escena interna? ¿A quien está enviando una señal? Etc.

De todos modos resulta  un tanto complicado  sostener estas afirmaciones  cuando fui el curador responsable de su presencia en la Bienal de Venecia del 2009 y sobre todo, cuando edito en la actualidad tres soportes editoriales digitales en los que sostengo  de manera autónoma,  un  debate real sobre las cuestiones que más nos ocupan en el terreno del arte, de la crítica institucional y de la crítica cultural.  Eso, para empezar.

 ¿Jubilado? Esta referencia resulta ofensiva en términos laborales, en una escena en la que resulta muy complejo sobrevivir en las condiciones de autonomía en que  se desarrolla  mi trabajo.

¿Hace  la pega cuando le pagan?  Esto no debiera merecer comentario alguno.  Pero lo haré. Mientras él exponía en Corpartes, yo trabajaba, como todo el mundo.   Iván Navarro no paga mis cuentas.   Pero lo más grave es que me  pone en la posición de un crítico vendido.   ¿Cuál era su propósito?  ¿Realmente dijo eso? Seguramente la periodista lo malinterpretó.

Por otra parte, es lamentable que Iván Navarro, con todos los éxitos y una carrera promisoria por delante,  no haga distinciones y reproduzca  las operaciones habituales  de aniquilamiento mediático de mi trabajo. Pero bueno. No estamos aquí para recibir medallas sino para cumplir con nuestra propia pasión por la escritura.  Solo que no hay que dejar pasar estas curiosas y comprensibles observaciones.

El malestar de Iván Navarro reside en que la crítica no-periodística no  dijo nada sobre su exposición.  Por su parte, la crítica periodística le dio amplia cobertura y sus intervenciones fueron cubiertas exitosamente gracias a un extraordinario plan de comunicaciones.  ¿Qué faltaba? ¿El saludo ventrílocuo de la (otra)  crítica? ¿La crítica de exaltación ditirámbica?  Difícilmente.   Este malestar tiene que ver con la representación que el propio Iván Navarro se hace del poder que ejerce sobre la escena  chilena actual.  No ha podido, aún,  ni dominar a la crítica oficial universitaria ni a la crítica independiente, toda ella, editada por Metales Pesados, que pasaría –entonces- a ser como una editorial para jubilados.  Ha podido dominar, sin embargo, las expectativas de no pocos emergentes que no dirán absolutamente nada en mi defensa; por ejemplo.  Para no quedar mal. ¿Cómo se llama eso?

En definitiva,  lo que se juega es un momento de  poder: es él quien busca fijar el momento del comentario.  La crítica (otra)  no escuchó siquiera sus demandas.  Lo lamento por él.  ¿Es Iván Navarro quien determina el carácter del debate local?  ¿En qué medida, su obra, genera debate local? A lo mejor,  no lo genera.  Cosa que no me parece para nada grave.  Su obra  está en un debate global, al que no accedemos, en el que no participamos, porque  desconocemos los pormenores locales neoyorquinos de la relectura del minimalismo.  Entonces, ¿para qué haber organizado esta exhibición? ¿Cuál era su necesidad para la escena interna?  ¿Necesidad de Corpartes de contratar a un artista que le proporcione el prestigio que no ha alcanzado todavía? Sin embargo, Corpartes no es el MNBA.

Porque el MNBA es como El Mercurio; es decir,   instituciones que “hacen existir”. Esto se llama, hablando en marxista, ideología.  Es así como funciona. Y eso, ¿qué le puede importar a Iván Navarro?  Más aún, cuando en El Mercurio del 23 de agosto, Waldemar Sommer le dedica una exclusiva y elogiosa columna, donde lo sitúa en una misma línea que Dan Flavin y Alfredo Jaar.  Sin olvidar, por cierto,  el encomiable y detallado artículo que en Artishock  del 4 de agosto  escribe su joven editora, Alejandra Villasmil.  Es decir: ¿qué más quiere? Lo tiene todo. Menos, al parecer, la escritura de la “crítica jubilada”.

En el mes de octubre  me llegó a las manos un folleto de su intervención en el campus creativo de la Universidad Andrés Bello.  El folleto al que me refiero hace estado de un trabajo: RELAY. Comprenderá Iván, que en este terreno del arte y de la política, hay situaciones que superan de manera superlativa lo que una obra de arte pudiera llegar a decir, si se la pone en relación con –por ejemplo- la visita  de Gloria Quintana a propósito de las declaraciones de un exconscripto que ponen en crisis la versión oficial del Ejército sobre el crimen que sabemos.  La comparación es injusta, pero es real.  Pero configuran la diversidad de estratos con que se conecta el espacio artístico.

Las declaraciones de Iván Navarro respecto de la crítica, pero en particular, de mi posición en la crítica, son injustas, pero reales.  Es decir, hay que leerlas en el nuevo panorama de la escena en el que Iván  se ha propuesto intervenir,  para redefinir  sus coordenadas, buscando unas alianzas  que reprogramen su pertinencia local.  Lo único posible, ante esta situación, es cuidarse de los (d)efectos de sus palabras y reconfigurar las cadenas de complicidad formal que permitan sostener los términos de un debate sobre los efectos de la electricidad en la consistencia política del “soviet” que nos corresponde.


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