jueves, 24 de diciembre de 2015

DE CÓMO LA LEVEDAD SE IMPONE SOBRE LA DENSIDAD.


A propósito del paro de los trabajadores de la DIBAM,  es necesario pensar sobre el uso de ciertas palabras: ¿por qué haber llamado “servicio” a una entidad cuyos trabajadores siempre pensaron que formarían parte de una dirección que los acogería como una entidad eminente, que respetaba simbólicamente su historia? ¿Por qué, sabiendo que la denominación implica una rebaja en las jerarquías  de los imaginarios administrativos,  la actual Autoridad de Cultura  persiste en llevar a cabo la voluntad portada por el texto del proyecto presentado?  El CNCA  dispone de  un equipo de juristas que sabe cómo colocar las palabras en el lugar adecuado. ¿No es acaso su trabajo?  Ahora, si se persiste en el ejercicio de esta facultad, entonces no cabe más  que pensar que la humillación forma parte de la propuesta.  Entonces, es muy probable que la determinación no provenga de las primeras trincheras de la asesoría legal, sino de los meandros del aparato de re-acomodo político.  De ahí que la imposición del uso de ciertas palabras sea posible solamente si se dispone del poder para hacerlo efectivo, asumiendo que habrá quienes manifestarán su desacuerdo y que sus tentativas no llegarán a destino.  El tiempo que dure la oposición es  un factor suplementario en la construcción del monumento a la victoria de las nociones. De modo que  en este horizonte no hay negociación posible, sino una invitación  perentoria a sentarse en torno a  una mesa donde los oponentes deben entender, que en un plazo razonable, no tienen otro destino que aceptar  el sentido del uso  ya  inscrito en la primera versión. 

La experiencia señala que en los casos de formación de entidades a partir de fragmentos cercenados de un ministerio,  dicha repartición es tratada como un desecho institucional que acarrea una merma que será invertida en la nueva estructura y condicionará su formación.  Más aún cuando las nuevas estructuras serán el producto de la adjunción de reparticiones que no serán ideológicamente cohesionadas por un Gran Proyecto Nacional, sino articuladas por la decretalidad y la pragmática de la que cada una es portadora.  Existe lo que se llama “una cultura del servicio” y que se constituye mediante la sedimentación de las prácticas institucionales.  Cuando el CNCA,  que solo lleva diez años de una práctica fragilizada por sus propias ineptitudes accionales,  recibe el mandato de “unificar” las  “dispersas”  iniciativas institucionales en Cultura, “pasando por encima” de una historia de ochenta años de la DIBAM,  que ha sido la real inventora de una idea del  patrimonio  en este país, créanme que es duro no solo de concebir sino de aceptar.

En el seno de un mismo Estado  pueden coexisten variadas prácticas de patrimonialización, si nos acogiéramos tan solo a considerar la pragmática del Ministerio de Obras Públicas, por ejemplo.  Imaginen ustedes lo que significa la Dirección de Aguas en la eficacia del control efectivo del territorio.  ¿Acaso no tendría repercusiones patrimoniales en el Código Civil? Un Estado es un conjunto de patrimonialidades de articulación compleja sobre el que se levanta una determinada idea de Nación.  

En el plano de la etnografía  funcionaria, es preciso aprender del proceso traumático que significó la conversión de la División de Cultura del MINEDUC en CNCA.  No solo en lo que se refiere al traspaso mecánico de saberes hacia una estructura en situación de definición  que no había adquirido consistencia alguna todavía, y que experimentaba la contaminación de una consistencia ya fragilizada en la institución de origen.  No digamos que Cultura ocupaba una posición eminente en el MINEDUC. Era tan solo una “dirección de extensión cultural” que se vio obligada a asumir una tarea que la sobrepasaba en lo estatutario y en lo conceptual.  No es el caso de la DIBAM respecto del CNCA, a diez años del inicio de actividades de este último.  Porque, aún asumiendo toda la crítica institucional posible al desempeño histórico de la DIBAM, posee una DENSIDAD determinada, vinculada al manejo de objetos y, sobre todo, de documentos, de archivos.  Es decir, una memoria material y materializada.

¿Qué decir del CNCA? Carece de densidad. Es tan solo una gran productora de acciones.  En una década, no es posible instalar la infraestructura conceptual que se requiere para

Los trabajadores de la DIBAM han sido agredidos en la forma y en el fondo.  No es políticamente fiable que una autoridad  persista en sus errores de apreciación histórica sobre las prácticas de larga duración,  enarbolando  con indolencia el poder recientemente atribuido a los criterios de corta duración.  No solo la autoridad del CNCA debe liderar  en el parlamento la “producción legislativa” respecto del montaje de un ministerio nuevo, sino también conducir  con “inteligencia emocional”  aquella  “producción de articulación”  de prácticas  diferenciadas que hilvana  las memorias  reductivas de las  culturas,   con las  inconsecuencias  estructurales de la industria de las  artes y las manipulaciones escenográficas de  los patrimonios.  ¡Que no nos vengan a meter el dedo en el ojo!

Para terminar esta columna,  solo queda decir que la situación planteada por el paro de los trabajadores de la DIBAM  señala  el cuidado  esperado respecto del abordaje de cada una de estas cuestiones, relativas a la densidad y a la levedad de las prácticas,  a la distinción entre larga duración y  (demasiado) corta duración, pero sobre todo a cómo una cultura oral  de la  agit-prop se impone a la cultura impresa de los archivos, en la memoria perturbada de la institucionalidad cultural, que no se inventó con la formación frankensteiniana del CNCA sino  que se originó con la progresiva acumulación monumental y documentaria de la DIBAM.  Hay que dejar que la propaganda a costa de las poblaciones vulnerables siga su curso (es su privilegio de autoridad) y deje el lugar al trabajo de la infraestructura; es decir, de la “política de la letra” y de la  “(  )lítica del objeto”.  

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