Numerosas manifestaciones fueron programadas, en
Chile y en el extranjero, destinadas a
celebrar el 80º aniversario del arribo del “Winnipeg” a Valparaíso. En el espacio
europeo hubo que esperar hasta el 3 de septiembre, porque el 4 de agosto, que
fue el día de la partida, toda Europa –digamos- estaba de vacaciones. El
sentido común hizo que la celebración se corriera hacia la fecha del arribo a
Valparaíso. Lo cual, a la postre, sería más conveniente, porque permitiría
reproducir la escena en la que Salvador Allende espera a los refugiados en la
misma pasarela que une al barco con el muelle de arrimo. Y luego, ya sabemos el
discurso: la solidaridad del pueblo chileno y el arribo de refugiados cuya
contribución al desarrollo de la cultura chilena contemporánea es
indesmentible.
Nunca antes se ha celebrado con tanta
ansiedad una fecha. Es muy probable que esté ligado a un sentimiento de frustración de
parte de quienes consideran que determinados acontecimientos históricos han
dejado de ser un coto de caza exclusivo. En efecto, es comprensible que al
experimentar una tradición política ciertas
derrotas estratégicas , apueste a la inflación
simbólica de un inventario de fechas “emblemáticas” pensadas como índices de moralización de la política.
En este relato adquiere relevancia la reproducción
del rol asignado a Pablo Neruda como articulador de una acción que supera al Estado
de Chile. Resulta conmovedor, a estas alturas, leer esos magníficos párrafos de
sus confesiones en que el propio vate
hace mención al “Winnipeg” como la escritura de su mejor poema. Digamos, un poema performativo que condensa los términos de un viaje, realizado en condiciones de extrema
complejidad.
Aclaremos una cosa: en esta historia, el cónsul
Reyes no se mandó solo. Fue, primero, portador de una solicitud de
organizaciones de ayuda a los refugiados españoles. La solicitud estaba
dirigida al ministro de RREE, don Abraham Ortega, quien había dado suficientes
muestras de cumplimiento de una “política de Estado”. En Chile gobernaba un
Frente Popular, donde dominaban los radicales. Es decir, unos reformadores respetuosos
de la ley, del orden, de una cierta idea de la justicia y del funcionamiento de
las instituciones. Lo menciono porque hay que remitirse a la actitud del
gobierno de Chile en 1937, cuando releva al cónsul Reyes de su cargo en Madrid,
por expresar de manera inadecuada sus simpatías por el bando republicano. Pero
convengamos en que dicha inadecuación está en la base del capital político del
poeta. El funcionario es sancionado, pero el poeta alcanza la gloria. Con ese
capital simbólico a su haber, las organizaciones de ayuda a los refugiados
españoles le encomiendan hacer efectiva la solicitud. La correlación de fuerzas en
Chile ha cambiado en 1939. De cónsul destituido en 1937, Neruda pasa a ser cónsul
especial en 1939.
Existe, sin embargo, un contexto preparatorio sin el cual no se
puede entender la posición del ministro Ortega.
Por la embajada chilena en Madrid pasaron alrededor de 2000 asilados
políticos, pertenecientes al bando nacionalista. En 1937, el encargado de
negocios debe discutir con el gobierno republicano establecido en Valencia la
evacuación de los asilados. Se inicia entonces una serie de intercambios de
notas oficiales en las que se consigna la posición del Estado de Chile en
relación a dos puntos: la extraterritorialidad y el derecho de asilo.
Estos mismos puntos estarán presentes en la
serie de intercambios que el nuevo gobierno de Burgos (Franco) sostendrá con la
embajada de Chile. Burgos exige la entrega de diecisiete asilados políticos
republicanos. Es tal su insistencia que
amenaza en tres ocasiones ingresar al recinto de la embajada. Chile defiende
sus derechos, consignados en tratados. Y mantiene su posición en Derecho, del
mismo modo como lo había hecho en 1937 respecto de los asilados nacionalistas.
En las Memorias del Ministerio de RREE, en los
libros referidos a los años 1938 y 1939 aparece consignada esta discusión, que
resulta de vital importancia para escribir alguna nota sobre la ejemplaridad de
la posición jurídica de Chile.
Hay tres nociones que aparecen: derecho de
asilo, extraterritorialidad e internación.
Esta discusión tiene lugar entre los meses de
abril y septiembre de 1939. Es decir, en el mismo período que en Francia han
ocurrido dos cosas. Primero, el ingreso de entre 400 y 600 mil refugiados que
el gobierno de Daladier confina en campos
de internamiento en el sur de Francia. Segundo, la solicitud que organismos
de ayuda vinculados a la posición de Juan Negrín, dirigente republicano
exilado, solicitan al gobierno de Chile por intermedio del cónsul Reyes.
Existen, en el Estado de Chile, antes incluso
del arribo del Frente Popular al gobierno, condiciones formales para la recepción de tal
solicitud. La oposición al gobierno intentará impedir que éste cumpla con su
política de asilo. Sin embargo, la firme posición del ministro Ortega le
proporciona al cónsul Reyes, el piso político
para que realice la misión que le encomienda como “cónsul especial para la
emigración española”.
Ciertamente, el cónsul Reyes dependía del apoyo
que le brindara el ministro Ortega. Lo que se jugaba era el destino de una
política, la construcción de un prestigio y el comienzo de una leyenda. Pablo Neruda sabía que era portador de una
solicitud que ya estaba refrendada por una infraestructura que precedía la
existencia de las organizaciones de ayuda.
Me refiero a la existencia de la compañía
naviera “France-Navigation”, propietaria del “Winnipeg”. Desde 1937 funcionaba
como un pivote fundamental de la ayuda soviética a la república española,
realizando el viaje desde Murmansk a los puertos de Burdeos y Le Havre,
transportando vituallas y armamento.
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