Pedro Gandolo se pregunta si “El niño alcalde”
no es una forma de “novela en clave”. Me ha hecho pensar en el comienzo de
“Informe Tapia”. Es decir, desde “El niño alcalde”, “Informe Tapia” se lee de
otra manera. Me permito adelantar que en este último ya estaba contenido el
primero. Es decir, el informe como género (de lo) escrito, cubre la base
original del discurso de la ciudad recurriendo a la figura de un predicador
pentecostal, para designar el objeto del desfallecimiento como un topos en la escena literaria del último
período. Solo que en la “cosmología
porteña” de Marcelo Mellado, el regreso al origen es una doble parodia, tanto
del origen como de la noción de regreso. De modo que, la primera clave de una novela en clave será la condición
regresiva de dos figuras capitales en el montaje de “El niño alcalde”; a saber,
el agujero diafragmático y la ingeniería simple.
Lo anterior significa maquinalizar el trabajo
muscular, por un lado, al tiempo de antropomorfizar un mecanismo, por otro
lado, poniendo en pie un encaramamiento inversor que define la crisis de
movilidad de la ciudad y adjudica al ano la función reglamentaria de un
inconsciente óptico.
En virtud de lo anterior, Marcelo Mellado vindica
la escena de “A Valparaiso” (Ivens) en que aparece reproducido el primer
indicio de la gesta del predicador, en la posición del dirigente de la junta de
adelanto que plantea y ordena el debate sobre el acceso al agua potable en el
cerro. Pero ese era un registro del año 1961, de chilenos en blanco y negro,
con la dirección de fotografía del (otro) Patricio Guzmán. Ahí es donde recibe la
determinación predicativa y establece la filiación con lo que Pedro Gandolfo
denomina “transposición porteña y chilensis de las ´ilusiones perdidas´”. Incluso llega a utilizar la palabra
“chilensis” que es propia del predio lenguajero de Marcelo Mellado, como rebaje
de la escena de maltrato en la que el niño será educado para reproducir la
copia de su modelo ya averiado por La Corrupta.
La imagen del dirigente vecinal de 1961
determina la naturaleza del lugar al que regresa Marcelo Mellado en el 2019 para
legitimar la justeza del diagrama que se reproduce como farsa, en la
configuración de la “junta de adelanto” como anverso de lo que debe ser
entendido como la “junta de regresión” a la que hace “alusión” cuando describe
la “ciudad fallida”.
La Corrupta es una noción que aparece varias
veces en el monodrama y designa una función asociada a un personaje significante,
a partir del cual se define la líbido burocrática que impone sus condiciones de
flujo en la escena barrosa resultante de la filtración del material percolado,
que pasa a ser la imagen de la disolución de los vínculos sociales básicos de
la ciudad.
La Corrupta es una figura retórica y política
que atraviesa los salones universitarios y políticos, descritos como escenas
sustitutas de lugares específicos en torno a los cuáles se organiza el manejo
de las prebendas, de las inversiones de tribus palaciegas y de operadores de
terreno locales, que permean las fronteras partidarias de la izquierda y de la derecha,
reclamando para su propio provecho –traspartidario- la explotación de un “localismo
originario” –identitario- que en los
hechos y en el papel discrimina al resto de los ciudadanos del país, que poseen
el derecho a trabajar en cualquier lugar del territorio de la república.
La Corrupta es la facultad adquirida con que la
lubricidad administrativa define los espacios del goce, “reservado” a quienes
han logrado ascender socialmente a costa de secuestrar el trabajo de campo
realizado por aquellos sujetos que
Marcelo Mellado designa bajo el nombre de “culiados de los cerros”. En términos
de una clave para una novela del desmantelamiento ético, la corrupta encarna a
cabalidad el nepotismo, el matonaje y la voracidad orgánica, que se articula
con los (d)efectos de El Niño Alcalde, instalado como
significante-martin-rivasiano, héroe balzaciano chileno, pero que en este caso aprendió
a utilizar un léxico bolchevique para poner en pie una política de secta que
asume las formas de una “banda de guerreros salvajes”. La clave de la novela
describe por anticipado el carácter binario del (en)clave que permite articular
el trabajo de La Corrupta con El Niño, como figuras de significancia que
sostienen la interpretabilidad del naufragio de una ciudad, cuyos responsables
visibles han logrado convertir dicho hundimiento en una especulación
patrimonial. No solo la “ciudad fallida” se reconoce como “enclave”, sino que
la maquinalidad de su explotación es una clave descrita para comprender la
sub/versión de escritura que Marcelo
Mellado elabora con rigor en formato de monodrama.
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