sábado, 21 de septiembre de 2019

TROQUEL



Recibo el ejemplar de “El niño alcalde” de Marcelo Mellado publicado por Hueders. Nunca antes una portada había sido más exacta. El troquelado ha sido significante en la operación de enunciación que permite acceder al título impreso en la portadilla interior, como si éste hubiese intentado escabullirse y pasar de largo, para no tener que dar la cara. De este modo, el aparato gráfico pone en escena el fantasma del desollamiento, a propósito de la des/solidarización de la portada que solo acepta cumplir la tarea de señalar el hueco. Se ha restado de la responsabilidad de sostener el título explícito, para enfatizar la función de borde que autoriza la lectura de aquello que aparece en el fondo de un pozo y que vendría a constituirse en objeto narrable.




Las palabras “el niño alcalde” hacen visible el corte de régimen tipográfico y señalan una diferencia radical en las condiciones de inmersión enunciativa, de modo que “alcalde” es impresa en altas como si fuera (siendo) parte de una estela greco-latina que inventa su legitimidad en un pasado arcaico que se moldea en código republicano. En cambio, “el niño”, si bien posee un cuerpo de letra mayor, aunque en baja, instala una amenaza referencial, fácilmente asociable a  la corriente de “El Niño”, como fuente de perturbaciones del clima. El relato, en definitiva, reproduce las condiciones superficiales de la geomorfología y la fisionomía de una política deudora del rousseauismo más elemental.  Así las cosas, la palabra alcalde, en altas, denota la capa que encubre el relato de la misión institucional, proclamando la inocencia originaria de una voluntad perdida, repetida como recurso para la habilitación de la nostalgia movimientista. La condición “niño” inocenta la debilidad política de un sujeto que no ha podido acceder todavía a la realización de un rito de paso fundamental, y que lo hace depender de una matriz de la que no ha sabido ni deseado ejecutar corte alguno. El nombre del autor del relato aparece en la línea de contención de la voluntad editorial, que corona la posición del ejecutor  con la imagen condensada del canto del ruiseñor, habilitado por las reglas de la papiroflexia.

En seguida, el relato de sesenta páginas está ordenado para reproducir la secuencia desfalleciente de cinco capítulos destinados a cumplir  tareas de expansión de la voz del predicador que clama en el desierto,  reproduciendo el delirio de quien ha sido abusado por  el Gran Operador (GO). En este punto, el GO reproduce un sucedáneo parodizado del gran-otro, que embiste e inviste La Matriz (LM) cuyo relato de desagregación coincide con el desmantelamiento de la voz de unos sujetos sindicados como “los culiados que bajan del cerro”, para poner en evidencia la distinción fundamental entre una ciudad de arriba y una ciudad de abajo.  

El relato de Marcelo Mellado está anclado sobre la arcaicidad reglamentable de un relato anterior, fijado por Chris Marker en “A Valparaíso”, destino irremediable de la palabra des/constitución. La gran victoria de la perversión política local fue lograr que la propia des/constitución fuese erigida en indicio de un patrimonio ya des/patrimonializado.

En el plan, la ciudad mercantil. En la colina, la ciudad de los pobres. En la cima de las colinas, los pobres de los pobres. Es decir, en el plan, el “puterío político académico vociferante”, en las alturas, “la gente que padecía el efecto perturbador de las veredas con caca y el olor a meado de las escaleras”, definiendo la función descriptiva de los líquidos percolados que portan la ficción orgánica de la novela municipal que se escribe en torno al agujero de ser.

El monodrama de Marcelo Mellado se concibe a sí mismo como un discurso percolado que toma en la figura del troquelado la semejanza de un hundimiento.  Lo que naufraga es LM, lo madre, que no puede contener los des/varíos de una socialidad en instancias de des/mantelamiento estructural. Marcelo Mellado da cuenta del funcionamiento de una institución primitiva de la palabra, que solo se hace perceptible y verificable bajo condiciones de manejo de una ruina administrable. Sin embargo, como lo sugiere Pedro Gandolfo, “El niño alcalde” es una novela en clave que -en un primer nivel- remite a la singularidad de un personaje inventado -“niño mamón”- para servir de medida a la ensoñación que condensa la invención de origen  del ciudadano.


  

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