En Chile, el nombre “roman de gare” no funciona.
No hay ferrocarril en los términos que el género exige. Lo cual reduce
considerablemente las formas de narrar. Se narraba, en Chile, de Norte a Sur, o
de Sur a Norte, siguiendo la línea del tren. Hay pocas narraciones de ramales.
Y luego, vino el derrumbe. Entonces, los camiones. Pero no hay novela de
terminales de camiones. No hay novelas de camioneros, tampoco. En el imaginario
de los escritores de izquierda tampoco los camioneros son objeto de narración.
Es un castigo por su participación en el golpe militar. Pero tampoco hay narraciones de terminales de
buses. No hay historias de rodoviarios. De este modo, ya no hay viajeros que
sean objeto de una trama. Ya no hay viajeros que consideren que leer un libro
en el trayecto, valga la pena. Los videos y las conversaciones abiertas por
celular impiden que el viaje sea, durante el día, un asunto donde un mínimo
espacio privado sea respetado.
Recuerdo lo que era viajar en AndesMarBus, a
fines de los sesenta. Era elegante. Hasta el modelo cincuentero de las máquinas
estaban acorde con un concepto de velocidad y de traslado. Se podía leer. Eran
buses Chausson.
En la red de ferrocarriles francesa, en todo
caso, la vida del roman de gare no es fácil tampoco. Un Paris-Marsella en TGV
no demora cuatro horas. No hay novela corta que resista. Las novelas serán,
entonces, de ida y regreso, como los boletos. Los cambios que han tenido lugar
en la tecnología ferroviaria ha tenido efectos editoriales.
Había una fórmula que funcionaba en el marco de
la ferrovía antigua. Todavía opera en
los pueblos en que los pasajeros atraviesan directamente la vía.
Entonces había un letrero que decía: Faites
attention / Un train peut en cacher un autre. (Tenga cuidado. Un tren
siempre puede esconder otro (tren)). De ahí que un roman peut toujours en cacher un autre. Una novela esconde
siempre otra (novela). La que leo, en estas circunstancias, es la novela que
está oculta por la primera. En términos vulgares, quiere decir “las apariencias
engañan”. Pero al menos, indica la forma de la sobre posición. ¿Qué hay debajo
de la novela? ¡Otra novela! Pero bajo la forma de una sub/novela. No de una
novela corta, sino de un diagrama que corre bajo la versión. Por eso, siempre,
esa novela es sub/versiva. Todo se desliza por la hendidura que la separa de la
supra/novela.
Acabo de enterarme que Hueders publica “El niño
alcalde”, una nueva novela de Marcelo Mellado. Pero al mismo tiempo, que
Random-House re/publica “Informe Tapia”. Ahí está la diferencia: “Informe Tapia”
es la supra/novela. Llamémosle así: novela significante. Eso quiere decir que
para leer todas las demás novelas, hay que pasar por “Informe Tapia”; es decir,
leerlas desde el diagrama inconsciente de
su maquinalidad. Es decir, de cómo funciona, no como narración, sino
como escritura.
Ya le han preguntado si el título de la novela
sub/versiva tiene que ver con Sharp. Esa es una carajada literaria. (Risas). Marcelo
Mellado ha hecho del poder municipal un campo de explotación lexical que define
las prácticas de enunciación burocrática de un tipo de funcionariato que
reproduce en su estructura obstructiva la retención de roles. Nadie está
autorizado a sobrepasar los límites de sus atribuciones ni a suplantar a otro
en sus funciones; pero –en verdad- todo funciona gracias a la suplantación
generalizada de roles, porque una cosa es la ordenanza, y otra cosa es lo real.
De modo que la maquinaria trabaja con
indicios de acción decretal, para luego enumerar los encubrimientos que serán
necesarios para distribuir prebendas como sistema relacional, terminando por
ejercer las dinámicas de colocación que satisfacen la voracidad de la tribu.
En cultura, la sub/novela está siempre
garantizada por un poeta; es decir, todo en Marcelo Mellado está pensado para
reivindicar la poesía-trouvée en la pragmática retórica del concejo, como
senado romano de pacotilla. Es decir, espacios de intercambio de palabra que se
concreta en enunciados encubridores y compensatorios. De este modo, no es justo asociar a Sharp, al
diagrama de la sub/versión, porque se trata simplemente de un “juego de
palabras”, donde el título apela a todos los otros títulos en los que la palabra
“niño” trabaja su duelo. Por ejemplo, el niño que enloqueció de amor. O bien: el pequeño vigía lombardo. La asociación
funciona: una autoridad ordena a un niño subir a un árbol para vigilar al
enemigo. El poder municipal ordena a los ciudadanos a ponerse en riesgo. Y
además, los culpa de sus derrumbes. Pero es el derrumbe de sus palabras.
Aquí, la frase puede experimentar cierta
variación: detrás de un alcalde, siempre
hay otro alcalde. Por eso, “El niño alcalde” es la sub/novela de un fantasma;
pero de un fantasma literario donde la narración (siempre) tiene su origen en
la búsqueda de un decreto perdido.
Es verdad, no hay condiciones de posibilidad para tal emulación... Más, todavía quedan viajeros en buses baratos, semi cama (o semi cripta) , viajes de 18 horas, de Antofagasta a Santiago donde, bajo el sueño y la pesantez del aire se genera el ambiente adecuado para las alucinaciones.. He aquí leyendo, emulando, Río Loa, estación de los sueños, de Zeller.
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