viernes, 9 de agosto de 2019

PORTRAIT



¿No es feroz? Mientras Eugenio Dittborn pinta en 1967  esta pintura del gallinero-como-campo-de-fuerzas  –sobre fondo referencial de figuración narrativa francesa-,  profesores de la Facultad exponen en la Feria de Artes Plásticas de Santiago. Después de la Feria vendría la adjudicación de la decoración del paso bajo nivel de calle Carmen, que ha sido declarado como una de las cumbres del arte público. Eso ya no es feroz. Es patético. Y quienes lo sostienen no tienen la menor vergüenza ni el menor sentido del ridículo.

Antes que nada, recomiendo leer en issue el famoso catálogo sobre Gilles Aillaud, publicado por ediciones Somogy. En él hay un precioso ensayo sobre animales y paisaje. O bien, sobre el paisaje con animales. Algo así como un portrait-de-dame-avec-groupe. Imaginen: retrato-de-dama-con-hipopótamo. La dama está, vaginalmente metamorfoseada y metamorfoseante, como un guante invertido, en el propio cuerpo del anfibio. Habrá que saber que en el antiguo Egipto el hipopótamo protege la maternidad, lo cual conduce a la distinción, en el cuadro,  entre dos  facultades, la de empollar y de parir. Nueva distinción al interior de la segunda: espacio acuático (uterino) y espacio terrestre (zoo). La cría de hipopótamo nace en el agua. El voluminoso tronco del animal hace referencia, desde entonces,  al vientre,   que será objeto de registro (tomodensitometría) en impresos y videos de Dittborn, producidos en los años 1982-1984. De todos modos, el zoo como ya dije, es un aparato ideológico de Estado que se homologa con el sistema hospitalario. Y con los museos.

Además, el tronco del animal se apresura en su devenir-vagina excediéndose como (una) cavidad, en todos los tonos, desde el rosa pálido nacarado hasta el blanco viscoso del borde superior. Nada es homogéneo, porque la luz distribuye el triángulo de Rembrandt en “este otro” costado, intensificando los efectos de la fórmula que definía al manchismo de la Facultad: los blancos se empastan, los negros se entintan. En este caso, habrá que hablar  de la sustancia roja que despide el hipopótamo para proteger la piel. Y en su cabeza fetal exteriorizada hacia adelante, el hipopótamo expone la necesidad de aparición como un hiper-tropo. Solo entonces, esa cabeza taciturnizada modifica las condiciones de lo natal. Pero hace que el retrato reconstruya la filiación con lo más humano de la animalidad.

Lo que define el límite de lo humano es el lenguaje: entonces, en pintura hay que seguir las indicaciones que hace Jacques Prévert, cuando escribe “Pour faire le portrait d´un oiseau” (para dibujar el retrato de un pájaro). En el poema, todo se hace gracias a adjunciones (con un pincel) y luego a borraduras. Se cubren, por ejemplo, los barrotes de la jaula, teniendo cuidado de no afectar las plumas. Hasta que al final, se le saca una pluma al pájaro pintado y con ella se firma el retrato. El buen problema de pintura es que el hipopótamo ha sido puesto para hacer  síntoma de la fragilidad de la representación de la carne, como una especie de grado cero de la cromaticidad.

Eugenio Dittborn dicta las condiciones para dibujar el retrato de una conversión fisiognómica. De todo eso hablará en su obra posterior. Por eso, lo que busca en esta pintura de 1967 es un retrato de validación imposible, porque éste se sostiene en la mirada y por la mirada. Solo hay retrato de un sujeto. Diez años después, Eugenio Dittborn comenzará un nuevo período de trabajos, que titulará acertadamente “historias del rostro”.

Pero antes, somete a un animal a la prueba paródica de su representación como emblema de una crisis que se viene, pero que no logra adquirir su propia forma de expresión. Por eso emplea un recurso antiguo, para declarar un retorno al origen de las reproducciones, como acontecimiento de pintura, donde la frontalidad impone una facialidad humana, solo mediante la distribución paródicamente rembrantiana de la luz. Pero se ocupa de dejar al descubierto la espalda, como el lugar cromáticamente más desprotegido.

En el Chile de 1967, todavía, digámoslo así, de lo único que se puede hablar, en serio, en pintura, es de la pequeña serie de retratos del Che que pinta José Balmes. Sobre todo, el “Homenaje a Lumumba”, que hoy es un cuadro perdido. Todas, obras de 1967.

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