Debo constatar con estupor y no sin cierta decepción
que la gente que se ocupa del arte o que manifiesta un cierto interés por el
manejo de sus escenas, padece de un síndrome que no sabría cómo designar, pero
que pone de manifiesto un gran malestar. He recibido ásperos comentarios sobre
mi comparación de la pintura con un gallinero. En verdad, debían hacer el
reclamo al propio Eugenio Dittborn, porque fue él quien pintó las siete gallinas.
Cuando hay ese número de gallinas en un formato habitual de pintura, que or lo
demás, se asemeja en sus dimensiones a un gallinero hecho y derecho, es
factible hacer uso de la metáfora. No es de mi responsabilidad la asociación
común que se hace entre campo social y gallinero. Incluso, algunos autores han
restringido más aún la comparación y la han remitido a revelar el carácter del
espacio político propiamente tal. Aunque en todo caso, hay analistas de conflictos
que asocian la configuración del gallinero con cualquier espacio social en que
tenga lugar una dinámica de poder. Entonces, debemos identificar un gallo, unas
gallinas primeras que descansan en los travesaños de mayor altura, dejando a
las gallinas segundas el lugar reservado a quienes reciben las fecas de quienes
están más arriba. La verdad es que en el
espacio del cuadro se debe reconocer un indicio que ejerza la “función gallo”,
para luego distribuir los roles; en el entendido que el grupo será dividido
entre quienes reciben más y quienes reciben menos, gracias a la fuerza de (la)
gravedad. Así, las gallinas pintadas de Eugenio Dittborn no están paradas sobre
un travesaño, sino que forman una línea cercana al cierre inferior del cuadro.
Pero lo importante de este gallinero es que las cabezas identificables e
identificatorias están marcadas por una matricería que las convierte en objetos
de serie. El artista ha puesto todos los huevos (potenciales) en el mismo
cuadro. Lo que no se advierte como un dato positivo es que yo haya escrito que
el suelo del gallinero era de cenizas, porque esta es una manera de evitar
infecciones y piojos. Aquí tenemos, entonces, una hipótesis acerca de la
pintura como des/infección de los signos.
De todos modos, quisiera aclarar que la pintura
de Eugenio Dittborn es una plataforma de sublimación que toma el espacio del
zoo como meta/relato de la crítica política. Me refiero a la noción adyacente
de “zoológico humano”, sabiendo que en esa fecha Eugenio Dittborn viaja a
menudo entre París y Berlín, y que es en medio del ambiente de revuelta del movimiento
de estudiantes alemanes que va a dimensionar la visualidad diagramal del zoo
como un modelo de aparato ideológico de Estado, que a la vez resulta ser un
sustituto del propio espacio de la ciudad como “jaula”. Resuenan las palabras
de Kennedy en 1963: “Todos los hombres libres, dondequiera que ellos
vivan, son ciudadanos de Berlín. Y por lo tanto, como hombres libres, yo con
orgullo digo estas palabras “Ich bin ein Berliner” ”.
En el mes de abril
de 1968, el líder de los estudiantes alemanes, Rudi Dutshcke es víctima de un
atentado. En 1967 Eugenio Dittborn está en París. Todavía no tiene lugar Mayo 68. Esto es más importante aún: en
el campo artístico tienen lugar dos exposiciones, organizadas por el crítico Gérard
Gassiot-Talabot organiza, en 1964 y 1965, “Mitologías cotidianas” y “Figuración
narrativa”. Este es el “ambiente” en el que se desenvuelve Eugenio Dittborn
cuando se instala en la rue Visconti. No sabemos cuál fue la calidad y la
intensidad de su permanencia, ni hemos podido reconstruir la ambientación
intelectual de su estadía. Eso será objeto de un estudio suplementario. No hay
que reproducir los errores historiográficos sobre “los chilenos en Paris”, a
los que ya hemos sido acostumbrados. Pero ayer hice mención a los colores
pastel y al neocapitalismo cromático que operan como fondo sensible. Los
artistas franceses reaccionan contra la hegemonía del pop, sinónimo de un
arte-de-consumo, oponiendo la figuración narrativa como crítica. De este modo,
sería posible incorporar a Eugenio Dittborn a la figuración narrativa, pero por
extensión. En esto, a lo menos se adelanta en tres años a la pintura de
hipopótamo de Gilles Aillaud, uno de los puntales de la figuración narrativa,
junto a Monnory y Fromanger. El cuadro
deja de ser un objeto de contemplación para pasar a ser una herramienta de
comunicación.
Los términos
anteriores son propios de la crítica francesa de la época. Resulta hasta de una
ternura inconmensurable esta declaración que opone la contemplación a la
comunicación, introduciendo una palabra que proviene del mundo de las máquinas
y herramientas: l´outil. La
traducción queda a medio camino entre utensilio y herramienta. Pero herramienta
es tendenciosamente fabril. Utensilio sigue teniendo una connotación doméstica.
En el obrerismo de la crítica, debemos traducir como herramienta. La palabra
dispositivo será introducida recién a comienzos de los setenta por Lyotard en
su ensayo sobre la pintura de Monnory. Entonces, es de imaginar el carácter
irruptivo de esta pintura de Eugenio Dittborn, que superaba –digámoslo así-
todo lo que “revolucionariamente” se planteaba en la Facultad en la Brugnoli
ejercía un importante cargo de control académico y político. Es decir, la
propia Facultad tenía la flexibilidad para pasar de gallinero a Zoo sin
transición alguna. No vamos a comparar esta pintura con la de los profesores de
1970: por decir. Esta pintura de Eugenio Dittborn, realizada en el París de
1967, se adelanta en todo los aspectos posibles
a las pinturas de los oficiales del
espectáculo Facultad-Unctad.
Recordemos, para
dimensionar las cosas, que en 1967, eminentes profesores de la Facultad
exponían en la Feria de Artes Plásticas del Parque Forestal.
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