sábado, 20 de julio de 2019

TEATRO FILMADO



Inspirados en una novela de Marcel Aimée, “La travesía de París”, Pierre Bost y Jean Aurenche firmaron el guión de la película que realizó en 1956 Claude Autant-Lara, teniendo de actores a tres nombres excepcionales: Louis de Funés, Bourvil y Jean Gabin.

Un adelanto sobre el director: en la prensa crítica se le sindica como un viejo tonto (falto de espíritu) cercano al Frente Nacional. Es el tipo más adecuado para convertirse en objeto de la crítica de la nouvelle vague. Sin embargo, François Truffault  escribe una nota extraordinaria sobre cómo un débil de espíritu puede realizar una obra que difícilmente se puede omitir en el panorama de la cinematografía francesa. 

No deja de ser curioso que esta película haya sido realizada en 1956,  el mismo año en que el personaje de la novela de Mac Ewan desembarca en Berlín. También es el año de la insurrección de Budapest. De todos modos, ya he mencionado en DESMEMBRAR la escena de cuando María recupera los miembros y los envuelve maternalmente en trozos de tela engomada, para ordenarlo en la maleta. En la película, tiene lugar otro desmembramiento; en el sentido de hacer visibles a aquellos que no habían sido miembros de una epopeya (la Francia Libre), a diez años de terminada la segunda guerra[1].

La palabra desmembrar, de por sí, cumple con los requisitos de una denotación directa que nos conduce a reaccionar con horror. Sin embargo, el desmembramiento que tiene lugar en la película es el que corresponde a un cerdo cuyos chillidos deben ser cubiertos por el sonido de un acordeón, emblema de la música popular francesa, que metaforiza los modos de resoplar[2].  La nación Ocupada está desmembrada en su poder de enunciación. Desde las primeras escenas, se anuncia lo que no habría que ver, y que sin embargo será visto. Sentado en las escaleras que descienden hacia el acceso a la estación de Metro Saint Marcel, un músico ciego interpreta en violín, instrumento de tensión contenible, los aires de la Marsellesa. Una mujer le advierte al oído que se acerca un oficial alemán. Este extrae una moneda del bolsillo y la deja caer en la gorra del violinista, porque esa muestra de patriotismo pasa a ser exótica: el hombre está sentado en un descendimiento, es ciego, e interpreta la Marsellesa como una marcha fúnebre.

François Truffault escribe que Claude Autant-Lara –como director de cine- siempre le había aparecido un carnicero que se obstinaba en hacer encajes. Y luego agrega: “Si admiro hoy día casi sin reserva este film, y si el éxito esta vez me parece evidente, es porque Claude Autant-Lara ha encontrado por fin el tema de su vida, donde la truculencia, la exageración, la amargura, la vulgaridad, la desmesura, lejos de perjudicar, han levantado un monumento épico”.

Durante la Ocupación, dos hombres atraviesan Paris portando clandestinamente unas maletas. Cualquiera diría que reproduce la travesía de un desierto nocturno, después del cual se anuncia la tierra prometida de la Liberación. Se podría esperar que fuesen armas para la Resistencia. No, nada de eso. Las maletas contienen un cerdo trozado para ser comerciado en el mercado negro, proporcionando ganancias para las cuáles hay que tomar algunos riesgos.

La estructura del film es muy simple: todo parece realizado en un Paris de escenografía, como si fuese teatro filmado, en cuyo espacio se despliega el diálogo más espectacular del cine francés, que a juicio de Truffault, desde hacía ya diez años buscaba su “travesía de Paris” y no la encontraba.

No solo había teatro filmado, para escenas de interior. Para la única escena de exterior, durante la noche, la acción parecía desenvolverse en un lugar donde lo que se movía era, en verdad, el telón de fondo, mediante una astucia de la dirección de arte. Mientras la totalidad del film ocurre durante las horas de una noche, la escena final, a la luz del día, satisface plenamente lo que puede ser considerado una parodia de la verdad, no sin antes confirmar el viejo adagio según el cual, en la noche todos los gatos son pardos, porque pocas películas han permitido lo que ésta: reflexionar sobre el “francés medio”, que define su oscilación expresiva entre un lenguaje celiniano y un anclaje becketiano, donde combinan su indolente presencia el inocente pequeño hombrecito exasperante aplastado por la vida, con el ostentoso artista de honesta truculencia, que exhibe sus buenas maneras de atravesar, no ya Paris, sino los estratos de la vida (en) común, a costa de quienes siempre están disponibles a portar sus maletas[3].


[1] Los primeros planos de “La travesía de París” reproducen el desfile de las tropas alemanas por los Champs Elysées, mientras los penúltimos planos están dedicados al desfile de las tropas aliadas. En los primeros, las veredas están vacías; en los penúltimos, las veredas están abarrotadas de gente celebrando la Liberación. Entre ambos, tiene lugar la travesía de dos hombres, que portan maletas llenas con trozos de carne de cerdo. Uno de ellos es un taxista, cesante, que encuentra a un segundo, dispuesto a prestarle ayuda para trasladar las maletas. Estas deben ser llevadas desde una “central de acopio” del mercado negro, a una “central de distribución”; es decir, desde un comercio a otro. El segundo es un tipo que escoge porque tiene algo que ocultar. Acaba de ingresar a un bar para lavarse las manos. Hay un incidente acerca del uso del jabón. De inmediato, ingresan al bistrot un par de policías que buscan a un hombre con las manos sucias, descubierto mientras robaba carbón de una peniche. Eso bastaría para confiar en él. Sin embargo, el tipo presenta rasgos de carácter que no son comunes en el Paris de 1942. De partida, es altanero, indolente, desprendido. No tiene necesidad de ganarse unos francos. Lo hace por curiosidad. Porque deseaba experimentar la excitación de transgredir.  Desafiando a la policía, en una actividad clandestina de manejo de mercancías prohibidas en que se defrauda a las autoridades locales. Al menos, en ese terreno. Porque no estamos hablando de ingresar en la Resistencia.  Durante la travesía, una mujer los esconde por un momento, para escapar de un control, porque cree que acaban de ser enviados en paracaídas y están siendo buscados. También, hay una escena donde los perros comienzan a seguirlos, guiados por el olor de la carne fresca. En “El inocente”, Leonard trasladas las valijas con los restos de Otto, y también se le acerca un perro, que pasea junto a una dama. Está atado a una correa. El olfato es de los sentidos, el más arcaico. [De ahí que Francesca Lombardo apreciara el libro de Alain Corbin, “Le miasme et la jonquille”. L´odorat et l´imaginaire social. (XVIII-XIX siécles). Aubier Montaigne, 1982] En una ciudad diurna desodorizada, los hombres de las maletas han reintroducido el “mal olor” de su actividad.   La travesía es la vía de resolución de un enigma. No se trata sólo de llevar los restos del cerdo a destino, sino de fijar los puntos relacionales intermedios a través de los cuáles Autant-Lara realiza un “fresco” del París bajo la Ocupación. Entre los cuáles, para avanzar rápido, está el momento en que Bourvil descubre que Jean Gabin es un pintor. Magistral escena en la que el primero manifiesta haber pensado que era pintor de brocha gorda y hace el gesto de pintar un muro, llevando la mano de arriba hacia abajo. El segundo lo saca de su error haciendo el gesto de escribir en el aire, de izquierda a derecha.  
[2] Los dos fuelles del acordeón –instrumento de clases humildes- metaforizan por adelantado las dos valijas en las que serán transportados los trozos de cerdo. En un período en que los alemanes conducen a muchos franceses como “chanchos al matadero”, la melodía en el acordeón encubre la desesperación de quienes han sido rebajados, simbólicamente, del cordero (agnus dei) al cerdo.

[3] Bourvil y Jean Gabin son arrestados por una patrulla alemana. En la comandancia, el oficial a cargo lo reconoce como artista y lo felicita porque un museo alemán tiene una litografía suya. Pero frente a esta gran cantidad de cerdo, ¿Qué explicación podría dar un pintor? El oficial hace un chiste: “¿últimamente veo que se ha estado dedicando usted a la naturaleza muerta?” A lo que Gabin responde: “Bello cerdo, ¿verdad? Usted sabe lo que se dice, señor comandante, que en cada francés hay un cerdo que dormita. Y quizás en cada hombre”. El alemán responde: “Quizás”. Mientras esta conversación tiene lugar y cuando todo parece indicar que van a salvar de ésta, el comandante recibe la noticia de que la Resistencia ha descendido a un coronel. Todos los que se encuentran detenidos en ese momento, por lo que parecían ser delitos menores, serán introducidos en un camión que los llevará en dirección desconocida. Esta escena es una anticipación de la salida rápida de los alemanes. En 1940 Ingresan marchando, a caballo.  En 1944 salen rápido, en camiones. Pero sin anticipar, unos detenidos “por toque de queda” serán convertidos en rehenes. Sin embargo,  el comandante devuelve los papeles a Gabin y lo deja libre. Bourvil grita desde el camión mientras se aleja. Para ser justos, Gabin intenta salvar a Bourvil, pero el incidente del coronel precipita las cosas y todo lo que había intentado sería en vano. La última escena del film tiene lugar en los andenes de la Gare de Lyon. La guerra ha terminado. Gabin se va de viaje. Pide que un portador le lleve las maletas. Solo cuando está en la ventanilla del tren y le entrega la propina, se da cuenta que es Bourvil. Este ha sobrevivido a la deportación. Mientras el tren se pone en movimiento, Gabin pronuncia unas últimas palabras: “Entonces, ¿cómo siempre transportando maletas?”.

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