jueves, 18 de julio de 2019

DESMEMBRAR



A propósito de las impunidades de que hablo en CHAPA, debo incorporar a esta refracción analítica, aquello que en una columna anterior mencioné a propósito de la lectura de Gilles Perrault durante los meses inmediatamente posteriores al golpe militar.  Gracias a “La orquesta roja” algunos operadores de filiación obrero-campesina instalaron la hipótesis según la cual “había que decir” que las fuerzas armadas actuaban como ejército de ocupación, solo para poder especular sobre la realidad deseada de una resistencia chilena antifascista ante el Ocupante. En la teoría de las lecturas útiles esta vendría a ser de extrema urgencia y pertinencia, porque ya en ese entonces indicaba la escala de la lucha por venir[1].

De este modo, durante las discusiones que la Oposición comenzó a sostener en 1986, por decir una fecha, en la perspectiva del Plebiscito de 1988, hubo que reflotar la hipótesis de la alemanización de la dictadura para concebir de este modo el comienzo del final de una Ocupación, pudiendo abrigar el deseo de pactar a espaldas de los comunistas, un acuerdo de “salida” por separado, para saldar apenas el deseo de implementar el final de un comienzo.

Los comunistas habían dejado de tener espalda, valga decir, porque todo lo habían invertido en tener un Frente. (Risas). De ahí que en esa actualidad fuera muy complicado identificar al enemigo en el terreno de las narraciones. En cambio, hoy día dejó de existir un frente. Pero la concepción del Estado que todavía sostienen los comunistas chilenos les impidió comprender, ya en esa época, que la realidad era más foucaultiana de lo que esperaban. 

La noción de “frente de masas” dejó de existir y pasó a constituirse en clientelismo tribalizante.

De este modo ocupó el horizonte de espera de los partidos clásicos de la clase obrera y del pueblo, incluyendo sus nuevos destacamentos proletarios.  La recomposición fue la medida justa del naufragio experimentado por los agentes de sustitución partidaria -“ciencias humanas alternativas”- que tuvieron que acelerar su des/marxistización para poder seguir percibiendo recursos de  fundaciones.

No es que hayan elaborado una autocrítica que los hubiese conducido a la tal des/marxistización. Simplemente se dedicaron a  desplazar los temas relevantes en los formularios, de una manera análoga a cómo Leonard reemplazaba  los diodos en los aparatos de registro, que había instalado para grabar las conversaciones de los soviéticos en la novela de la que estoy hablando. Lo que no sospechaban los anglo-americanos era que los soviéticos sabían de antemano que estaban siendo grabados y mantuvieron la situación hasta que después de un análisis objetivo de la situación concreta decidieran hacerlo público, tomando las precauciones para no ser percibidos como unos inocentes.

En la novela[2], todos rehúsan ser considerados inocentes. Aunque en esa época –albores de 1960- los estudios de sociología recién se estaban “fundando”, ya sea con la regla de cálculo americana para instalar la ciencia estadística, ya sea con la teoría veckemansiana del desarrollismo. Ambas tentativas buscaban conjurar la amenaza de la revolución cubana. De todos modos, la sociología chilena anunciaba el “fin de la inocencia”, porque  accedería –finalmente- a la verdad de la historia, gracias al dinero de la fundaciones americanas y no mediante la aplicación de los conceptos elementales del materialismo histórico. 

Leonard y María desmembran el cuerpo de Otto. (Del Otro). El relato es de antología.  El modelo de la disputa conyugal da forma a la distinción intelectual en el seno del onegismo chileno de los orígenes. Otto regresaba dos o tres veces al año para pedirle dinero, y de paso la golpeaba, para hacerle recordar quien mandaba, en última instancia. Ni que fuera una novela rural. María no lo podía denunciar porque los policías urbanos no actuarían en contra de un héroe de guerra que acarreaba su sombra entre las ruinas; porque él mismo, ya era una proyección acarreada del hundimiento. El tema de siempre era cómo construir el estatuto de María. Más bien, María como estatuto para descender de la cruz los despojos del movimiento obrero y popular chileno y tenderlos sobre el sudario de la renovación socialista.  Pero esta última hace pensar en el traslado, en la noche parisina de un día de 1942, de unas maletas que contienen carne de cerdo desmembrada y envuelta en paños para ser ofrecida en el mercado negro. El film es de Claude Autant- Lara y se llama “La travesía de París”.

En la escena de arte, Leppe siempre buscaba a alguien que encarnara la condición de María. Incluso cuando trabajaba para la agencia de publicidad de Francisco Zegers y hacía la campaña de Viña Doña Carmen, la María de los vinos chilenos. ¿Qué tal? Es la coyuntura de 1980, cuando re-interpreta su cuerpo corregido, declarando la certificación bibliográfica de origen en la ya famosa performance “La pietà” (mayo 1982).  De ahí que su cuerpo fuese fácilmente desmembrado por la violencia de la interpretación, como una metáfora de la crisis de las ciencias europeas.


[1] Había tres lecturas: la primera, italiana (Berlinguer); la segunda, francesa (Marchais); la tercera, española (Carrillo). Había tres heridas: la de la vida, la del amor, la de la muerte.
[2] En la escena chilena, cada período posee la novela que corresponde a su carácter. Gilles Perrault sirve para el análisis reparatorio de la derrota inmediata. Ian Mac Ewan, en cambio, sirve para la meta-política de recuperación de roles, después del quiebre estrepitoso de Universidad ARCIS. John Le Carré sostiene, por sau parte,  la incorporación de las responsabilidades individuales en el debate sobre las masacres que condujeron a la evidente fracaso de la estrategia de la guerra popular de masas, como recurso discursivo para seguir pidiendo plata a nombre de una Resistencia chilena. Entre tanto, Kadhafi entregaba su contribución, no precisamente para promover la escritura de papers indexados.

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