domingo, 28 de julio de 2019

IMPRESOS


Accedí al lugar del que había estado separado a causa de un largo olvido. Algo había sido sumergido y permanecía, habiendo determinado la construcción de una escena. En ella, la oficina de la inspectoría general exhibía en uno de sus muros la reproducción en blanco y negro del retrato de Elisabeth d´Autriche, pintada por François Clouet en 1571-1572.

Doble olvido. Recuperé el dominio de la imagen cuando tuve que leer el primer capítulo de “Pensamiento Salvaje”, fuera del programa de estudios. Es decir, que formaba parte de la bibliografía que en paralelo a los estudios descritos en el programa oficial, se había convertido en el andamiaje de nuevos saberes que incidían en nuestra propia construcción de lo real. Fue entre esas páginas que encontré, impresa, la reproducción del retrato de la reina[1].

Triple olvido, en verdad, porque este retrato encubría una escena anterior, referida a otro impreso, que formaba parte de la escolaridad temprana a través de un libro de historia de Francia para clases principiantes, cuya portada sostenía un fragmento del tapiz de Bayeux.  Es decir, dispongo desde temprana edad del peso referencial de tres historias de imágenes impresas. La primera es la  una escena de conquista: los normandos invadiendo Inglaterra. La segunda es la reproducción parcial de los vitrales de la Sainte Chapelle, y la tercera es la de un retrato del rey Saint Louis.



La tapicería de Bayeux, que en términos estrictos no es un tapiz, sino un bordado de hilo de lana sobre tela de lino, es a la vez un poema épico y una obra moralizadora. Pero lo que importa para mi propósito es que se aproxima a la retórica visual del vitral. Más aún, cuando sobre la portada del libro escolar, la reproducción estaba impresa en blanco y negro, haciendo ostentosamente visibles las líneas de contorno de las figuras.

Estas líneas se aproximaban a la reproducción de los vitrales de la Sainte Chapelle, que también estaban impresos en blanco y negro, porque para la época, en los textos escolares primaba más que nada el “contenido” de la historia que la materialidad cromática de su representación. El retrato de Saint Louis, por su parte,  correspondía a la fotografía impresa de una escultura que había sido realizada en 1309.

Pero desde ya, lo que importa –además- como “acontecimiento de retorno” desde lo impreso,  es que la Sainte Chapelle haya sido construida como la trasposición de un gran libro de imágenes, como si fuera un manuscrito monumentalizado que reproducía en vitrales la dimensión política terrenal de las sagradas escrituras, que debían servir de encuadre a la función de relicario; es decir, una arquitectura especialmente concebida para guardar  reliquias de Cristo.
Todo había comenzado en 1234 cuando Saint Louis había recibido una carta del último emperador latino de Constantinopla (Balduino II), que asfixiado económicamente le ofrecía comprar la corona de espinas de Cristo.  ¡El motivo es espectacular! Tiene que ser el último emperador latino. Y por ser último, solo le queda escribir una carta para ofrecer una reliquia a quien sabe que la puede adquirir; es decir, a quien por cuya compra le traspasará simbólicamente un imperio simbólico.  De eso, Saint Louis hará un asunto político destinado a asegurar la unidad de la Iglesia y del Reino; es decir, el reino de la iglesia y la iglesia como reino.
En un corto tiempo logró reunir una decena de reliquias y resolvió construir esta capilla para “colocar” las reliquias como garantías teológicas objetualizadas.  Concebida en dos alturas a imagen y semejanza de la distinción escolástica de los mundos, reproduce la distribución del poder terrenal en la capilla baja y expone el comentario  de las Escrituras  -escrito por delegación de la luz divina- en la capilla alta.  


Sin embargo, lo que debo retener es la existencia de la carta con la oferta: una letra de cambio.  El valor de la corona de espinas está inscrito en un texto que la describe y que sanciona su procedencia, escrita como emanación de una escritura sagrada, de la que la capilla será un “comentario expandido”: en el principio era el Verbo y el Verbo estaba impreso.
Entonces, primero está el “vitral de trapo” de la portada del libro de historia como principio  impreso de lo que será encarnado como relato en los vitrales de vidrio, y que corresponde a un programa iconográfico de autor anónimo. La Sainte Chapelle equivale a la santa casa de la lengua franca, que se rige por el libro de historia al que ya se ha hecho mención. Ya se sabe: es la escena del desembarco de Guillaume le Conquérant en las costas inglesas, con la consiguiente muerte del rey Harold, atravesado por una flecha en uno de sus ojos.
La mirada de Elisabeth d´Autriche (impresa en la reproducción de la pintura de Clouet) concentra la intensidad del dolor producida por el flechazo del arquero normando, fijando la condición material de los relatos. Sin embargo, provocó la herida por la que se monta la ficción de una escritura que sutura y  reproduce la costra significante del trazo como efecto material de impresión.  
De pie, en medio de la inspectoría general, espero –en vano- ser acogido por Saint Luis; sin embargo, advierto (tardíamente) que la escultura está rota a la altura de los antebrazos. No podrá haber acogida, ni siquiera por la imagen.
Solo puedo pensar que el monarca se hace objeto de comentario incorporado porque ha sido justo con su pueblo (reformador jurídico) y pastor de su iglesia (habiendo conducido a la cristiandad a dos cruzadas).


[1] En ese retrato hay dos cosas que me han inquietado durante el resto de la vida: la mirada y el vestido.

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