Al ver la fotografía del Ministro de Ceremonias con la
Señora Presidenta y el artista Pablo Echaurren, me pregunto si existe algún
artista chileno que sea capaz de pedirle al “Alejandro-magno-de-turno” que se
corra un poco porque le tapa el sol. La
paradoja es que el único que lo hizo fue Roberto Matta, cuando recibió el
premio nacional que manipuló el círculo laguista, para vengarse de la
democracia-cristiana, que le había levantado a Carmen Waugh de la dirección del
MNBA. Nemesio Antúnez pagó el costo y
Roberto Matta se rió en la cara de los agentes chilenos encargados de hacer de
la entrega del premio un gran acto de propaganda social-demócrata. Matta no necesitaba la jubilación.
La familia Matta siempre anda rondando La Moneda, ya sea con
Lagos, con Bachelet, con Piñera. Es como una costumbre de meter-él-dedo-en-el-ojo,
por si resulta algo, indeterminado pero factible. Nunca
he sido testigo de una acto más patético y más indigno que el de una viuda
tratando de meter la “pescada pasada”. Aprecio
la preferencia de Lagos por Gracia Barrios.
Ahora, Pablo Echaurren, que no necesita que lo asocien a su padre para
tener un lugar en el arte, ¿cómo no sabe? Una visita al gabinete presidencial
no garantiza nada. Más bien, des/legitima. ¿No se lo advirtieron? No había que venir.
Este país, para él, está “funado”. El
Ministro de Simulacro debe hacerse responsable de la conversión de la historia en un asunto
doméstico, en la misma semana de la
renuncia del embajador de Chile en Francia, por presunción. Acto
de proyecciones insospechadas
para politizar la carga de la metáfora teatral que la precede
como tragedia griega de pacotilla.
Al mencionar el ejemplo de Diógenes como artista sin
domicilio fijo, abordé de manera directa la cuestión del fraude de enseñanza. Me
han hecho severas observaciones al respecto.
Me acusan de atentar contra el derecho al empleo de los artistas. Es más grave, todavía. Solo hago una
advertencia. Lo que pasa en el arte va a
ocurrir en la sociedad chilena, en un futuro próximo, si es que no está
teniendo lugar desde ya. Se trata de la precarización generalizada de los
empleos.
Si declaro que no hay razón ética para seguir sosteniendo el
fraude de enseñanza, no por ello es
sostenible la exigencia de dejar de hacer clases. A menos que sean éstas una escena para la
expresión perversa de una frustración que se habría convertido en efecto académico. Y eso es lo más grave todavía, porque el maltrato se habría convertido en el
sistema digestivo de un mercado sustituto. No sé hasta que punto los padres de los
estudiantes se han percatado de la
irresponsabilidad en que incurren, por diferir los defectos de una formación
destinada a desmontar en ellos toda tendencia emprendedora. Las escuelas de arte son una máquina de
fabricar el desmontaje subjetivo de
generaciones completas. ¿Quién está
dispuesto Mensjea hacerse responsable de la puesta en circulación de diplomas
que no tienen valor en mercado laboral alguno?
Mensaje para los estudiantes: no es ninguna obligación ser
artista. El diploma no garantiza nada. Imaginen ustedes que el Magister de la
Chile está pensado para erigir el “ninguneo” y la desidia en criterio de una validación que no tiene la menor utilidad en la escena
local; ni siquiera para asegurarse de una plaza en alguna (otra) escuela. Porque toda permanencia depende de una red de
nepotismo que ya está bloqueada. Solo
que las acreditaciones universitarias exigen tener más diplomas.
Pero como en Chile no hay museos “en forma”, las plazas de
trabajo que pudieran ofrecer ya están ocupadas. A menos que los cargos de
gobierno ofrezcan una pequeña aptitud para los yes-men que hablan duro y mantienen una obra mediocremente
alternativa.
Ninguna de las escuelas actualmente en función puede
asegurar fidelización sino bajo la promesa de ocuparse de un servicio
post-venta que se puede traducir en facultades de distribución de residencias. Pero ninguna escuela nacional posee suficiente
prestigio para realizar convenios con entidades extranjeras de gestión de
residencias. De modo que ofrecen
post-diplomados tan solo como una manera
de hacer un quinto año suplementario como plataforma conectiva que a
fin de cuentas solo puede favorecer posibilidades de trabajo muy
restrictivas, porque –simplemente- esta escena “no da” para más. Ya he
mencionado que el “espacio real” del campo del arte está configurado por lo más
de cien personas, que ocupan toda la cadena de valor del artista-docente con
eficiencia energética. De esas cien personas que ocupan el mercado de la
enseñanza, solo un veinticinco por ciento pueden disponer de una relativa
autonomía como operadores visuales, y de ese porcentaje, menos de la mitad
logran estar representados por galerías extranjeras. Y es muy probable que dado el tamaño de esta
escena, no sea necesario disponer más
que de eso. Habría que recalificar, entonces, la presencia que este grupo tiene
en el concierto internacional y fomentar políticas de apoyo a la consolidación
de quienes demuestren rentabilidades inscriptivas consistentes. Ahí tendremos otro problema: ¿quién y como se
definen dichas consistencias? Les aseguro que no lo hace una investigación
sobre Marca Sectorial.
Lo que propongo es que convirtamos la enseñanza de arte en una
especie de “maestría civil de la visualidad”, donde el proyecto no tendría como
objetivo “formar artistas”, sino tan solo proporcionar a un contingente de bachilleres
un tipo de conocimiento en “modos de hacer” y “modos de leer” unas prácticas complejas, que son limítrofes
entre un cierto arte y una cierta etnografía,
destinados a complementarizar la
“educación sentimental” de unos estudiantes que poseen diplomas de diversa
magnitud, ya sea en ciencias humanas como en ciencias “duras”.
Un buen curso de historia del arte puede ser muy útil a estudiantes de
historia y de comunicaciones. Por poner
un ejemplo, el estudio de un cuadro como “Los embajadores” de Holbein, permite
producir una articulación
conceptualmente muy eficaz entre
arte, religión y política.
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