miércoles, 3 de febrero de 2016

LA CONTEMPORANEIDAD DEL SIGLO XIX (2).



En (en)clave Masculino, Gloria Cortés dispuso las pinturas  Prometeo encadenado y Sísifo, de Pedro Lira, una junto a la otra. No tengo noticias de que hayan estado colgadas de este modo. Esta juntura resulta ser extraordinaria. Sísifo ingresó a la colección del MNBA en 1919, mientras que Prometeo acaba de ser adquirida, motivada por la necesidad de esta juntura y  para poder contar con dos “pinturas viriles”, de la mano de quien se caracterizó, también, por realizar emblemáticas “pinturas galantes”. 




Sin embargo, la ostentación de la “pintura viril” valida su contrario como recurso de encubrimiento, no tanto como el anverso de una “pintura galante”, sino como expresión fantasmal de una pulsión homo-erótica. De este modo, el “hombrón” de Sísifo  abandona de modo ascendente la actitud yaciente de Prometeo, respecto del cual debemos señalar, al menos, cuatro detalles: 1) está tendido sobre una roca, reuniendo la  escena de la piedra del  santo sepulcro con el gesto de la crucifixión; 2) la antorcha está casi apagada; no tiene llama;  el fuego es apenas incandescente; 3) el sexo masculino ha sido obliterado mediante el efecto cubriente de una gruesa pincelada; 4) el águila que amenaza con devorar el hígado tiene cogote de cóndor.

Lo que no podemos dejar pasar es el rostro feminizado de Prometeo,  que espera la arremetida de una ave en la que  el pico  se metamorfosea en  saeta de una escena de sacrificio de San Sebastián. Como tampoco se puede dejar de mencionar que el “hombrón” de Sísifo se asemeja demasiado a  la contextura de los soldados mutilados que han sido fotografiados  como prueba de la entrega de una prótesis de herido de guerra.  Solo ue en la pintura están retrato de cuerpo completo, en plena erección gestual, poniendo en escena la distribución del paralelogramo de fuerzas del impulso humano.

Entre ambas pinturas se puede establecer una línea que va de la erección al desfallecimiento,  donde la flaccidez está orientada a consumir la rectitud del mango para  incandescencia casi terminal.  Se trata de un Prometeo carente de heroísmo compensatorio, en que la antorcha está disponible solo para figurar el desplazamiento del sexo obliterado; justamente, para hacerlo aparecer en otro lugar.  En cambio,  a los pies  del Prometeo chilensis, Pedro Lira re-figuraliza la condición de la política chilena post-balmacedista mediante la silueta catastrófica de una ciudad en llamas.  El deseo-de-polis  aparece  representado “en clave” nobiliaria europea; solo en dicho continente hay muros perimetrales en ciudades mediavales fortificadas.  Balmaceda  es el síntoma  habilitador de la barbarie de medio pelo que,  disimulada en el cuadro del Mulato,  expresa la medida inaceptable del mamarracho, en la acepción que Josefina de la Maza plantea en el libro ya mencionado en entregas anteriores.

Entonces, si pensamos que estas pinturas son síntomas, el Prometeo de 1883 coincide con el regreso de las tropas; sin embargo, coincide con el regreso del propio  Pedro Lira a su país natal, en el que encontrará aves de rapiña que querrán devorar sus hígado por traer consigo el principio de la Luz.  El aguila-condorizada no es más que un emblema de la rapiña plebeya que  anuncia una voracidad social de nuevo tipo, que conducirá al país a la desolación narrada en la base del Sísifo, como paisaje arruinado, en contraste con las arborescencias eminentes que sirven para recordar la memoria de un paisaje “otro” en el  Prometeo.   Un “otro” que no será comprable ni encontrable  como referencia territorial en el Valle Central. 



Lo he señalado: estas pinturas se declaran como faros simbólicos para re-ubicar las fallas de la oligarquía en el período comprendido entre la post-Guerra del Pacifico y la post-Guerra Civil.  De nada le servirá a Valenzuela Puelma pintar La lección de geografía, porque el oligarca de Pedro Lira ocupará la escena pictórica  local de un modo análogo a la Ocupación de Lima.  Valenzuela Puelma está en Paris y debe asumir el efecto directo de los quiebres simbólicos de la sociedad que lo recibe, que a una década de la ocupación prusiana apenas alcanza a soportar la “pérdida” de la Alsacia y  la Lorena. Mientras en Santiago se recompone el esfuerzo cívico del recomienzo de la república: a cada día su afán.





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