sábado, 27 de febrero de 2016

DESIDIA PATRIMONIAL


La inundación del cementerio de Negreiros y la “renovación” de las cruces en el cementerio de Pisagua señalan hasta qué punto  su existencia  sostiene una historia re/versiva del poblamiento.

Más aún, si en cada una de esas localidades, lo que  se comparte –hoy en día- es la función de un despojo histórico.  Los nombres recubren modos de permanencia crítica de los objetos y de las huellas de los cuerpos.  La cuestión de la patrimonialidad obliga a recomponer el discurso de la pérdida, pero de un modo diferente a cómo este fenómeno se ha realizado en el Valle Central. 

De esto hay que hacer historia: de la especificidad de las recuperaciones. Las ruinas del Norte Grande son el efecto de un colapso acelerado del modelo productivo, que se verifica en un abandono masivo de lugares de residencia.  Hay un momento en que todos se ponen a caminar hacia el sur. 

De caminar hacia el Sur, esas masas de migrantes interiores pasan por Santiago y producen una enorme inquietud.  El Padre  Hurtado anticipa esta catástrofe que amenaza al espíritu católico y acelera las recuperaciones de conflicto que ya estaban impresas en algunas encíclicas que la propia Oligarquía había dejado de estimar, como síntoma de su quiebre simbólico.  Sin embargo, hay quienes siguen caminando hacia el Sur y atraviesan las haciendas del Valle central trayendo consigo la peste del socialismo y de la organización campesina.  Todo eso tuvo lugar en treinta años. 

Luego, vino un cineasta, Helvio Soto, que nos puso a Negreiros en el mapa cultural, al realizar una película   que llevaba el título de Caliche sangriento.  Negreiros fue  una de las locaciones del film.  Pero lo más importante de este asunto es que en la última imagen  aparecía sobreimpreso un pequeño párrafo en el que se podía leer  que  el inglés  Thomas North  había ganado la verdadera  Guerra del Pacífico, mientras que  Chile, Perú y Bolivia habían aportado a este negocio más de 25 mil muertos.  La reacción del  Gobierno  y del Ejército fue inmediata. Ambos solicitaron  que se eliminara dicho párrafo.   Hubo censura.  Pero yo vi la película cuando salió y leí ese párrafo en el cine.

Una década más tarde, los operadores culturales de la oligarquía inventaron el Patrimonio en Chile. Fue duro que aceptaran que  Lota y Humberstone pudieran ser incluidos en el  movimiento de patrimonialización que se vendría.  Quedaba por resolver una cuestión crucial: ¿eran ruinas de procesos industriales  desafectados o  ruinas de una conciencia obrera (minera) derrotada?   

Las fotografías de la fosa de Pisagua  (1991) nos re/instaló el nombre del sitio en la memoria comprimida que  la historia ya había fabricado:  los restos  desenterrados asumían la apariencia primera de restos arqueológicos  (momias) y luego de restos de soldados de la guerra. Pero nada de eso. Eran las sobrevivencias de una contemporaneidad arcaizada, que comprimía la comprensión de todas esas épocas.  

Cualquier intervención de su disposición objetual debiera ser objeto del más riguroso análisis y cuidado material. No es necesario que un sitio  sea reconocido  en la categoría de monumento nacional para que la comunidad política local ejerza la soberanía de  un conocimiento compartido.  Difícil tarea, por cuanto dicha  comunidad  ha demostrado no estar  en condiciones de  asumir  esta soberanía.  Menos aún, los miembros del Consejo Regional.


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