Si Borges decía que la felicidad se podía
encontrar sorpresivamente a la vuelta de la esquina, también es posible
enfrentarla en la lectura de un título o en la captura de una atención flotante
que asegura la conexión con la palabra Berlín a propósito del check point Charly, que me conduce
irremediablemente al título de la novela escrita por Anne Wiazemsky en el
2009, “Mi bebé de Berlín”, justamente,
porque es una historia de post-guerra, donde hay un sector americano y un
sector soviético de la literatura, como si dijéramos que en el primero se
levanta la semi-abstracción púdica de la escuela de Paris y que en el segundo
se escurre la figuración ilustrativa de un arte destinado a la propaganda fide[1].
Marcando, desde ya, la distinción espacial en torno a la cual se organiza la
exhibición de cinco mujeres en el Musée des Beaux Arts de Brest bajo el título
“la vraie vie est ailleurs” (la verdadera vida está más allá), que aborda
historias de artistas que atravesaron fronteras para forjar una posición de obra[2].
Cuestión, entonces, de sellar una polémica sobre la visibilidad de las mujeres
artistas en la coyuntura de los años cincuenta, cuando se consideraba “natural”
que ocuparan la segunda línea. De eso hablaría Beatrice Josse cuando fue al
CEdA[3]
en el 2017 y se refirió a la persistencia de la misma naturalización respecto
de la adquisición de obras de artistas mujeres en los fondos regionales de arte
contemporáneo, en la Francia (muy) republicana. Lo escribo en condicional porque
no se ha podido demostrar avance significativo en la materia. Sin embargo,
persiste la división de los sectores sostenidos por quienes firman la
capitulación de los otros, hasta que encuentro la cita que aproxima la imagen dialéctica con la palabra puesta en reserva, previniendo
que la designación de la primera esté contaminada por el benjaminismo canónico
practicado en una determinada escena chilena de lectura, mientras la segunda
expropia la referencia de un manual de etnología que sirve para delimitar la
extensión temporal de expediciones en territorios recientemente anexados a la
gran empresa de narratividad conectiva, donde el apellido Winckler opera como
un caza-bobos, trasladando un encubrimiento de filiación a través del
pseudónimo de Martin Winckler[4],
que remite indefectiblemente a la obra de Georges Perec y a ciertos principios
de restricción formal que conectan novelas médicas con relatos en los que la
heroína, vamos a decir, es una enfermera de la Cruz Roja francesa que sigue a
las tropas aliadas hasta Berlín[5]
en ruinas para ocuparse de la búsqueda, encuentro y rescate de los olvidados;
trabajo en el curso del cual se enamora de un oficial de enlace con quien
contrae matrimonio y de quien tiene un hijo que es traído al mundo gracias a
los cuidados de un extraordinario médico alemán, que le salva la vida, en un parto
por lo demás difícil. Días después, el mismo médico es apresado por los
aliados, enjuiciado como criminal de guerra y condenado a morir en la horca. En
cambio, veinte años después, otro médico, francés esta vez, queda viudo a raíz
de un atentado que le cuesta la vida a su mujer, durante la batalla de Argel[6].
Esto es lo que llamo, novela médica; es
decir, novela de la recomposición de los cuerpos. Veinte años más tarde, unos pintores chilenos
realizan obras que reproducen las condiciones de trazabilidad de las huellas,
como único indicio gráfico de la hipótesis de secuestro permanente. Entonces,
la novela persigue a la historia, narrando las secuelas de la guerra de Argelia y las
consecuencias insospechables de Mayo 68,
donde la trampa referencial se verifica en la verosimilitud de títulos escogidos, como si formaran parte de
un protocolo a descifrar, para entender
el título de la exposición de las mujeres en Brest, formado por dos fragmentos de
frase, expropiables gracias a la fragilidad de los materiales de segunda mano
convertidos en la piedra de toque de la escritura. De ese modo, “la verdadera vida” hace alusión
–por un lado- a otra novela de separación migratoria, pero escrita en 1967 por
Claire Etcherelli (“Elisa o la verdadera vida”), que condensaba la ilusión de la vida en una joven de
provincia que se traslada a Paris para trabajar de obrera en los talleres de
Citroën, -y por otro lado- fijaba el doble sentido de la palabra ailleurs, que puede significar algo que
está “más allá” o que proviene “de allá”, pero que también designa la marca
lingüística para verificar que siempre hay algo que agregar, ya sea en la forma
de una digresión o de una adjunción. La novela médica cuya escena está
localizada en 1945 será sustituida por la novela fabril de 1961, cuyo impulso
narrable terminará en los peldaños de la escalera de acceso a la estación de
metro Charonne[7]. Sin
embargo, en 1937, nacida en el seno de una familia de migrantes alemanes, Juana
Muller logró construir su verdadera vida fuera del Natal. Dejó la enseñanza
viril de Lorenzo Domínguez, maestro de escultura en la escuela de bellas artes,
para acceder a la enseñanza no menos viril de Zadkine y Brancusi, maestros de
habilitación, señalando la existencia de otra piedra de toque, en la escultura[8].
[2] La vraie vie
est ailleurs. Artistas mujeres en torno a Marta Pan: Simone
Boisecq, Charlotte Calmis, Juana Muller, Vera Pagava, Judit Reigl. Musée de
beaux arts de Brest, Bretagne, France. Del 27 de junio 2019 al 5 de enero del
2020. Esta exposición, comisariada por Marie-Jo Bonnet, historiadora del arte y
de las mujeres, rinde homenaje a estas artistas extranjeras que tuvieron el
coraje de dejar la tierra natal para instalarse en Francia y vivir la “verdadera
vida” de la creación artística, desde un cierto exilio.
[4] WINCKLER, Martin. Les histoires de Franz (Las
historias de Franza) es la continuación de un proyecto narrativo inaugurado en
el 2016 por “Abraham e hijo”, en que un padre nacido en Argel es repatriado
junto a su hijo de once años y se instala en una amplia y vieja casa en
Tilliers en 1963, pequeña ciudad de la región de la Beauce. Allí conoce a
Claire, una viuda, junto a su hija, con quienes elucidan el enigma en torno a
unas familias judías que se habían escondido en ese lugar en 1942. Novela
polifónica, “Las historias de Franz” evoca la Francia de los años sesenta a
través de otras fuentes que los libros de historia, como la literatura de
aventura y de misterio, los folletines, las series de televisión y las noticias
de diarios.
[5] WIASEMSKY, Anne. “Mon enfant de Berlin”, Gallimard, 2009.
[7] Desde hacía meses los clandestinos de la OAS
multiplican sus atentados contra funcionarios de un gobierno al que acusan de
entregar Argelia al FLN. El 7 de agosto de 1962 una carga de plástico estalló en
el domicilio de André Malraux. Restos de vidrio hieren de gravedad a una niña
de cuatro años. Direcciones políticas y
dirigencias sindicales llaman a la población a expresar su rechazo a los
atentados convocando a una manifestación para el día siguiente en la plaza de
la Bastilla. El ministro del interior prohíbe la manifestación y el prefecto de
polcía despliega importantes efectivos para impedir el acceso a la plaza. Los
manifestantes logran agruparse en las inmediaciones y comienzan a enfrentarse
con la policía. Para escapar a los golpes de matraca, algunos grupos huyen
hacia la entrada del metro Charonne, no sabiendo que el acceso estaba cerrado
desde hacía horas. Hacia las 20 horas, cuando la manifestación comienza a
disolverse, la policía carga sobre el grupo que intenta refugiarse en la
estación. La multitud se desespera y la presión ejercida revienta las rejas. El
saldo final es de ocho muertos, por asfixia y por paro cardíaco. En los años
81, el artista Ernest-Pignon-Ernest fue invitado a Chile para realizar una
intervención serigráfica en el Taller de Artes Visuales. En ese momento venía de
conocer a Carlos Leppe, de modo que fui “citado” a un encuentro que el artista
iba a tener con gente “acreditada” por el Salón Florida. Le hice una observación
que molestó en demasía a los anfitriones. Entendí que mi presencia era parte de
una operación de amedrentamiento y que mi propia autonomía estaba en peligro. Simplemente le pregunté por un artista francés
que había realizado un trabajo que me había interesado tanto, mientras
estudiaba en Francia. En las revistas que llegaban a la Biblioteca Méjanes y
que eran de libre consulta, había algunas de arte contemporáneo, en la que
hacían un reportaje al artista en cuestión. El hombre había impreso en el suelo
de las escaleras del metro Charonne imágenes de cuerpos caídos, dibujados en
tamaño natural, tramados y traspasados en serigrafía. Luego, había otro, le
comenté, en que para protestar por los accidentes del trabajo en Francia, había
impreso (uno a uno) el retrato de un obrero en ropa de trabajo y había tapizado
el muro perimetral de muchas fábricas. Entonces, el tipo sonrió, me miró y me
dijo: “soy yo”. Leppe no tardó en mostrar su malestar.
[8] Juana Muller nace el 12 de febrero de 1911, hija de
Alfred Muller, negociante en textiles, y de Juana Reese Goldmann. Durante la
Primer Guerra mundial vive sola con su madre en Alemania, mientras su padre
permanece en América del Sur. En los años siguientes volverá a viajar a Europa
en varias ocasiones. Sin embargo, permanece en Chile para realizar sus estudios
en la escuela de bellas artes bajo la dirección de Julio Antonio Vásquez y
luego de Lorenzo Dominguez, entre 1930 y 1933. Muy implicada en la vida de la
escuela se convierte en ayudante del taller de escultura entre 1933 y 1937.
Participa en salones y concursos obteniendo reconocimiento local inmediato, que
se traduce en la obtención de una beca de estudios para dirigirse a Francia en
1937. (Ver http://escenaslocales.blogspot.com/2019/02/hacer-visible.html)
No hay comentarios:
Publicar un comentario