El Winnipeg arribó a Valparaíso el 3 de
septiembre de 1939; el mismo día que Francia e Inglaterra le declaran la guerra
a la Alemania nazi. Ya se sabe: Salvador Allende, sub-secretario de salud, los
estaba esperando. Son conocidas las fotos de la gran pintura del presidente
Aguirre Cerda colgando en el barco. Lo que no se sabe es sobre las malas
relaciones que mantenía el capitán del barco con la tripulación, que era toda
francesa. De hecho, nada se sabe de esta tripulación.
José Balmes siempre contaba que la prensa
chilena los había recibido con una campaña de desprestigio donde prevenía al
país del arribo de los rojos. Entonces, busqué en los archivos y encontré,
efectivamente, los ecos de esta campaña. Fue, principalmente, en El Diario
Ilustrado. Pero revisando las páginas de septiembre y octubre, me fue posible
enterarme de las vicisitudes de la tripulación, una vez que los refugiados españoles
fueron recibidos y distribuidos en los lugares de acogida que habían sido
preparados.
El próximo septiembre se celebran los ochenta
años del arribo del Winnipeg a Valparaíso.
Siempre ha existido la percepción de que es una
historia que concierne, más que nada, a los refugiados españoles. Y luego, todo
el mundo conoce el relato de Pablo Neruda en “Confieso que he vivido”. De todo
eso, ya existe suficiente caudal para celebrar la fecha de acuerdo a los
intereses de los grupos decisivos y decidores de hoy. En períodos de derrota
estratégica, hay sectores sociales que recurren a la explotación de sus “mitos
fundadores” para conjurar amenazas mayores. Entre estas fechas, el arribo del
Winnipeg es una de las preferidas. Sea
lo que parezca, lo cierto es que siempre ha sido conocida como una historia de
refugiados.
José Balmes me introdujo a la versión francesa de
esta historia. Mejor dicho, en la historia de la tripulación. Pero su relato
fue conscientemente incompleto. Me habló, entonces, de quien fuera el
médico del barco. Pero resulta, lo sabría después, que había tres médicos.
Balmes, sin embargo, solo me mencionaba a la doctora, porque de algún modo
formaba parte de la “aristocracia del partido comunista francés”, ya que era la
hija de uno de sus fundadores. Y me decía que su marido era el “comisario
político” del barco; lo que daba a entender que la tripulación era, si no toda,
en su gran mayoría, comunista.
Hace diez años, esta historia empezó a ser
conocida, por el relato de algunos familiares, que vinieron a Chile, hablaron
con mucha gente, en un ambiente muy emotivo, pero no pasó nunca más nada. Raro.
Uno pensaría que se trataba de una historia a ser “explotada”. Pero no. Pasó
bajo silencio. ¿Alguien habrá pensado, hace diez o veinte años atrás, que decir
que la tripulación del barco era comunista le restaba densidad a la historia
heroica del Winnipeg? De todos modos, reivindicar viejas historias comunistas
no hace más daño que a los comunistas. Justamente, porque pone en evidencia la
filigrana de la historia. Es decir, la
reconstrucción material de una historia compleja.
Balmes me había dicho que el comisario político
del barco era el marido de la doctora. Lo cual no es efectivo, por la
recopilación de otros relatos. Ocupaba un lugar, es cierto, pero el comisario
político era otra persona. Pero los relatos llegan hasta ahí.
En plena travesía, el 23 de agosto, los
“viajeros” se van a enterar de la firma del pacto germano-soviético. El
Winnipeg se acerca a Valparaíso en los días del ataque alemán a Polonia. De inmediato se plantea un problema: ¿Qué harán los comunistas
franceses? El problema no deja de ser crucial para la tripulación. Desde fines
de agosto, el partido comunista había comenzado a ser objeto de una severa represión,
que se intensificó el 26 de septiembre con la publicación del decreto de su disolución.
Lo que Balmes no me dijo es que el Winnipeg era propiedad de una compañía que se
llamaba France Navigation y que ya desde su constitución –en 1937- había
despertado sospechas en la Cámara de Comercio, que había ordenado una
investigación. Hoy día, la historia de esta compañía forma parte de la historia general de la guerra civil española.
El Winnipeg había sido comprado por esta
sociedad, que llegó a tener 21 navíos, todos ellos empleados en el transporte
de armas y vituallas para el gobierno de la República. Sin embargo, la discreción de Balmes fue más
allá. Solo me habló de lo mal que los había tratado la prensa. Pero nada de la
tripulación. Hasta que revisando los diarios en las páginas finales del mes de septiembre
descubro que los “cosacos” habían ocupado el Winnipeg por la fuerza, a
solicitud del cónsul francés, y que toda la tripulación había sido conducida al
cuartel Silva Palma acusada de motín. O sea, en el mismo momento que los
refugiados españoles eran recibidos en Chile, los tripulantes franceses del
Winnipeg eran detenidos y reconducidos a Francia, para ser enjuiciados,
acusados de querer entregar el navío a los soviéticos.
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