Hace unos díaz, en la tierra de la cordillera cercana
a Santiago, fueron esparcidas las cenizas de Carlos Leppe. La ceremonia
privada, coincide con la proximidad –pública- del coloquio “Solidarity”, que
tendrá lugar en Berlín el 22 y el 23 de junio. Coincide, además, con mi
adquisición de la biografía de Pierre Bonnard, escrita por Oliver Ranault, en
cuya portada se reproduce un detalle de su autorretrato, en que porta unos
anteojos parecidos a los que usaba Chardin, en homenaje al maestro de la
naturaleza muerta y al siglo XVIII que tanto amaba.
Carlos Leppe me regaló unos anteojos redondos “a lo
Bonnard-Chardin”, pensando en que era un chiste trostkista. Son los que
actualmente llego conmigo, después de haber recorrido varios talleres ópticos,
ya que es un modelo muy antiguo que al recibir los nuevos cristales podría
haber prendido fuego. No pasó nada y viajé con mis “nuevos” anteojos, similares
a los que encontré impresos en la portada del libro de Bonnard, el día que supe
que habían esparcido las cenizas de Leppe en la cordillera, a proximidad del
coloquio para el cual preparo las imágenes que irán en el “power-point” que
tendré que presentar sobre su performance de 1989.
Parodiando a Eugenio Tironi, no me faltará “Word”.
Leppe le tenía fobia a Bonnard, porque lo asociaba al Adolfo Couve que ejercía poderes menores en una Facultad
dominada, primero por los mal denominados post-impresionistas, y después, por
los mal enumerados post-surrealistas,
antes del arribo de los signistas[1].
Bonnard no era impresionista, en todo
caso[2].
Pero representaba dogmáticamente el enemigo a abatir, mediante la ofensiva
corporal de un artista que hacía gárgaras con la pintura y que provenía del objetualismo de
anticuario, fácilmente atribuible a un duchampianismo tardío muy bien pauteado.
Jamás imaginé, hace treinta
años, no solo que impediría que los académicos de la normalización
universitaria me sacaran del catálogo, sino que acudiría a un coloquio donde se
abordaría, a partir de las obras producidas
en el período de una década, tanto el equívoco
de la solidaridad como la solidaridad de un equívoco. [3]
En la performance de Berlín, Leppe se echó a la boca
pigmento diluido en leche, para hacer gárgaras y devolver la mezcla sobre una
jofaina. Sin embargo en el curso de su ingurgitación, derramó el contenido
sobre sus pantalones blancos, en abierta alusión al paño sobre cuya
extensión se reproducía el rostro de Cristo, como si hubiera un pasaje desde el
vero icono al vero semen. Esta es una de
las razones de por qué Leppe nunca fue desnudo a una performance; ya que
siempre debía portar el sudario que le habían mandado a coser, para recoger el
efecto de mancha.
Hacer gárgaras era sinónimo de “jajajeo”. Leppe “se
ríe” de la pintura. También, quiere lavarse la boca después de decir palabrotas.
No solo pone en ridículo la práctica de la pintura (la pintura como práctica),
sino que hace de la cacofonía el símil de su discurso. Además, disuelve el
pigmento usando para ello un zapato masculino
como recipiente. En el año 2000 recitará el verso de Nicanor Parra: mis zapatos son como dos ataúdes.
En los “cuadros plásticos” realizados en antiguos
burdeles literarios se solía representar a una apasionada y lúbrica acompañante
llenando su zapato con champagne, como si fuera una copa, con el propósito de darlo a beber a su pareja
de ocasión. Ese era el ánimo de Leppe para declarar la pintura de Bonnard como
una casa de remolienda sin brillo, mientras Couve escribía “La comedia del
arte”, en la que produce la asociación entre “cuadro plástico”, naturaleza
muerta e instalación. Es decir, rebaja toda heroicidad al cometido de las
“vanguardias”, declarando que las instalaciones no son más que expansiones de
una vanitas, que era lo que su propio
discípulo –Gonzalo Díaz- había declarado en torno a los años 83 y 84, cuando
reivindica el origen pictórico de su dispositivo de distribución objetual
¡Pobre Bonnard! Si tan solo era un “anarquista amable”,
como dirá Olivier Renault. Pero Leppe, equivocado en su lectura de la fase,
reemplazaba el discurso hablado por el
sonoro de las gárgaras, omitiendo el hecho que Bonnard hubiera pintado
tanta mujer desnuda. Lo que no sabía era
que Picasso lo detestaba. Tampoco sabía que durante la Ocupación expuso en la
galería de Jean Moulin. Eso tampoco lo sabían sus “colegas” del viaje a Berlín.
Lo genial de todo es que el unificador de la resistencia francesa escogiera
como “chapa” el oficio de galerista. Todo esto queda para mantener la fábula
según la que los artistas –en 1989- eran unos heroicos resistentes que la
transición democrática premió como correspondía.
[1] Hablo de la pintura de José
Balmes, malamente reconocida como “informalista” por quienes padecen la
enfermedad historiográfica de la analogía dependiente.
[2] Está vinculado a los nabis y posee un aparato fotográfico
desde comienzos de 1890. Desde 1983, próximo a La revue blanche, producirá sus primeras litografías, cuya práctica
influyó enormemente sobre su práctica pictórica. ¿Podremos hablar de práctica,
en términos estrictos, o solo esa palabra es de uso exclusivo de los
“conceptualistas” de 1982? ¡Que facilidad para secuestrar impunemente el
lenguaje! Habrá que sugerir a los estudiosos de hoy que combinen estas
informaciones sobre manejo litográfico y gestión de la pre-fotografía, a fines
del siglo XIX, y que formulen algunas hipótesis acerca de los efectos de estas
tecnologías en el desarrollo de las obras pictóricas de quienes serán
declarados enemigos por flojera metodológica. Bonnars es antes que nada un ser
de la sensación, para quien la “teoría” debe ser probada en la experiencia. La teoría
es, para retomar la luminosa fórmula de Althusser, un momento de la práctica.
Hay que saber dimensionar dicha práctica, para distinguirla de los efectos de
Morandi.
[3] La acepción del término
solidaridad varía según los períodos. En 1972, la solidaridad se hace acto
institucional a través de la formación de un museo, en el marco de la Operación
Verdad, burocrático recurso de propaganda realizado desde la oficina de
comunicaciones de la presidencia de la república que invita a artistas e intelectuales
del mundo a tomar contacto directo con la realidad del país y así contrarrestar
el cerco informativo del imperialismo americano. En 1974, solidaridad pasará a
significar el apoyo, a tres cosas, de manera indiferenciada: de los gobiernos
de la Europa del Este al partido comunista chileno; de los gobiernos de la
Europa del Oeste a la oposición democrática a la dictadura; y de organizaciones
autónomas (sociedad civil) de países de Europa occidental a organizaciones
“supuestamente” autónomas en el interior del país. El aparato oficial de la
oposición, garantizado eclesiásticamente, pasó a ser el que sería encarnado por
el segundo tipo de apoyo señalado. Lo que es común, sin embargo, es el equívoco
sobre el que está montado el término. Quien emite el acto solidario espera
determinadas respuestas de parte de quien recibe la solidaridad como donación,
que jamás son satisfechas. Quienes reciben los dones deben acomodar
discursivamente sus objetivos para legitimar la recepción, bajo conceptos
encubridores. Los donadores creerán estar apoyando determinados programas, que
en términos estrictos habrán sido domesticados para calzar con los objetivos de
sobrevivencia de corto plazo de entidades de recepción acreditadas. En
septiembre de 1989 el destino del primer gobierno de la transición ya estaba
resuelto, en el desconocimiento que hace de la oposición comunista y
extremoizquierdista. Las autonomías, por su parte, serán puestas en regla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario