En el tren, en dirección de Brest, leo la última columna de Roberto Merino, en
que habla de los momentos de felicidad en la escritura. En verdad, ¿habla de
eso? Siempre habla de otra cosa. Me impongo el trabajo de formular una
hipótesis acerca de esa otra cosa de la que habla.
Pensé en Petrarca y su búsqueda de la soledad,
solo como condición para poder estar con
otros. Luego, se está con otros (solo) para recuperar la soledad. Ese es el
comienzo del curso de Barthes, Como vivir
juntos. Lo escuché en una conferencia de Patrick Boucheron, medievalista
contemporáneo, que bajé de you tube. Ahora,
sin embargo, estoy sentado en un lugar muy parecido al que Roberto Merino
describe en la columna. La felicidad es sorpresiva. Borges decía que la podía
experimentar a la vuelta de una esquina.
Desciendo del tren para iniciar la peregrinación
hacia el santuario de la rue de Siam,
cuyo nombre ya estaba impreso en un poema que aprendí en la baja escolaridad. En
la alta escolaridad dejé de aprender poemas “para tener que poder” leer los
conceptos elementales del materialismo histórico (Risas), apelando a la
existencia de una materia prima del lenguaje que se modulaba y modelaba gracias
al empleo de herramientas teóricas de transformación de la literalidad de lo
sensible, en síntoma de un inteligible innombrable. En fin, los glosistas agregarían la palabra inmemorial. No solo no se puede escribir
poesía después de La Catástrofe, sino que tenemos serias dificultades para
memorializarla.
Acuérdate, Bárbara, llovía ese día en Brest y tu
caminabas sonriente bajo la lluvia. Debía decir: caminabas sonriente, bajo la
lluvia de Brest. La traducción suele ser deficiente, porque si no, no sería
traducción. Merino habla siempre de eso. Toda su columnistica se baja en esa
deficiencia. La lengua está siempre en déficit al momento de asegurar la
intraducibilidad en que parece tomar sentido el vacío de ser. Escuché a Natalia
Babarovic decirle una vez, tomando café en el Sebastián: escribís-de-pájaros-y-no-sabís-na-de-pájaros. Hacía un chiste para
hilvanar lo verosímil con la portada ilustrada de “Por las ramas”, publicado
por Hueders, haciendo mención directa a la recuperación de las ilustraciones de
Claudio Gay por la industria editorial. Los pájaros naturales no tenían la menor importancia.
Para ponerme en situación "epocal", debo señalar
la declinación discográfica del nombre de la calle mojada. Nunca se ha podido
mostrar una sola foto de la calle mojada, ni tampoco de la fachada de la
fábrica donde trabajaba Manuel. Es secreto partidario. Pero la verdad de la
historia se (di)simula en la portada de un disco del sello DICAP.
Bajo un portal, un hombre grita tu nombre y
corres hacia él. Todo eso es
interpretado en el teatro de la rue de
Siam; es decir, en la rue de Siam
como teatro anticipativo del drama de reconocimiento. Es la guerra. No se sabe
qué guerra. Siempre hay una guerra. Escuché decir que el primero de mayo de
1962, Francia no estaba en guerra con nadie. Por esa razón Chris Marker habría
realizado Le joli mai. Antoine Bonfanti se ocupó del sonido directo.
Eugenio Téllez estaba en Paris en el momento en que se firmaron los Acuerdos de
Evian.
Todo lo que sabía de Brest estaba condensado en
ese nombre, convertido en la base de mi educación sentimental. Leí a Jacques Prévert (mucho) antes que a
Nicanor Parra.
Cambiemos la lluvia por el pueblo marchando. Vístase, antes que llegue su marido.
Nicanor pensó que se adelantaba a Duchamp y apostó al modelo explicativo de la
conyugalidad alterada. Todas las colorinas tienen pecas es el verso más obsceno que se haya escrito en
la poesía chilena y por eso le costó el
premio Nobel.
Acuérdate, Bárbara, íbamos en sentido inverso al
meeting de las seis en el centro,
donde estaría todo el pueblo gritando, para defender lo que se había
conquistado. Tendría que gritar tu nombre en medio de la gente para tomarte de
la mano y correr. No te encontré.
Al final de cuentas, era un truco universal.
Victor Jara cambió la rue de Siam por
la fábrica donde trabajaba Manuel y convirtió en plan quinquenal la producción
de subjetividad. Nada fue como el verso. Nadie corrió por la calle mojada y no
grité ningún nombre, porque todavía no lo había leído. No estaba escrito. El
estúpido quedó pegado en la rue de Siam
porque buscaba (a)pegarse a alguien. Pero leyó su nombre al revés.
Acuérdate, Bárbara, "llovía sobre mojado" en la
Cultura y tu caminabas sonriente. Habías
inventado un mecanismo que verificaba el cumplimiento de unas metas que ya había
fijado UNESCO, para disponer un rango
mínimo evaluable en cuestiones de inclusión y diversidad.
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