Hablemos de los poetas chilenos como de unos aventureros
(adelantados) de la lengua. Así como en un momento pudimos hablar de unos
aventureros del saber, cuando estudiábamos a quienes se encargaban de traficar
con las ideas en el Mediterráneo de Fernand Braudel. Una historia lenta y
móvil, de corrientes, de vientos dominantes, de lugares de tránsito, de
refugios, para hacer de todo este mundo una historia no dominada por la
arrogancia del presente; una historia larga y ribereña, que ya desde la Edad
Media, en términos de larga duración, hicieron que la lengua de Europa fuera la
traducción.
La lengua de Europa es la traducción. Esta frase
le ha sido atribuida a Umberto Eco. La habría pronunciado en Arles en 1993 en
las “Assises de la traduction littéraire”; aunque se dice que fue en la lección
inaugural del College de France en 1992. Pero esto hace que la inquietud sobre la
situación que se instala entre-dos[1]
lenguas nos conduzca a la existencia de dos orillas, de dos bordes; por
ejemplo, en un frente a frente, en los que existen dos filtros; como es el caso
de Africa y Europa mediterránea. Esto tiene que ver con una historia que se
asume como plural y diversa que poner al día diferentes texturas del tiempo.
Todo lo anterior ha sido observado por Patrick
Boucheron en una conferencia sobre las historias conectadas del mediterráneo, que para plantear su propósito recurre al
título de la autobiografía de Vladimir Nabokof –"Las otras orillas"- en que hace el
relato de la Rusia perdida y la manera de cómo no se resigna a perder su
lengua. Es el libro de la infancia, del exilio, de la memoria, el libro del entre-dos de las lenguas, al punto de
volver a traducir al ruso aquello que había escrito en inglés, de un modo
análogo a cómo se escribe en español pensando en francés.
Nabokof aprendió una lengua que no era la suya,
de manera suficiente para escribir y convertirse en escritor en esa misma
lengua, para dominarla, practicando esa escritura porque finalmente escribir significa hacerse
extranjero en su propia lengua, para luego regresar a la lengua perdida. Esto significa pasar sin transición de la
familiaridad a la inquieta perturbación. En eso consiste nuestro trabajo:
producir la familiaridad de aquello que nos parece lejos; proyectar la lejanía
necesaria de aquello que está bajo nuestros ojos, para hacerlo regresar.
Al final de cuentas, ¿dónde se juega el poder de
una política exterior, sino en las traducciones? Antes de venir aquí, tuve que
leer “Decir casi la misma cosa” del propio Eco. Fue mi libro de cabecera
mientras trabajé en Valparaíso, “traduciendo” unos conceptos (lengua de
partida) en programas de acción (lengua de arribo).
Las traducciones son una actividad
institucionalizante que hacen concurrir, por un lado, una universidad; por otro
lado, una editorial; finalmente, un traductor. Lo que se arma es un triángulo
productivo que pone en resonancia una palabra en una condición de extrañeza
fundamental. Es lo que se lee en las
introducciones sobre la alegoría y el duelo. Cada palabra busca ser traducida
para seguir viviendo, dentro de una cierta infidelidad respecto del original y
de su posteridad acarreada.
La poesía chilena busca ser traducida, porque
nunca puede traducirse. ¡Ah! La novela vendría a ser más traducible que la
poesía, porque sigue un itinerario de previsibilidad económica donde la lógica
del negocio de la recepción la hace plausible. Toda traducción es tráfico,
transferencia, traición. Se traduce,
para “intervenir”; para espiar mejor, para engañar. Por eso, la traducción, a veces,
se acerca mucho al trabajo de contra-inteligencia. De hecho, grandes
traductores y escritores han estado ligado a servicios de inteligencia en
épocas de crisis.
La poesía, en cambio, goza de una ilusión ya
afincada de superioridad ontológica. Es una
broma. Por esa razón es una punta de lanza cuya eficacia depende que encontremos
un traductor que esté dispuesto a enfrentar lo intraducible. Solo una obra que
permanece intraducible puede ser, efectivamente, traducible. La tarea de la
traducción, como aman decir los nuevos especialistas, no es traducir, sino
permanecer fieles a la intraducibilidad de la obra. Traducir es hacerse extraño
en la lengua.
[1]
Consigno aquí la
existencia de la tesis escrita por Ivan Flóres sobre el estatuto del entre-dos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario