He sostenido en la columna anterior que las
piedras no son inertes. Al leer la edición del domingo 22 de abril del diario
católico “La Croix” me entero que el incendio de Notre Dame tuvo lugar el día
de la misa crismal. Presidida por el obispo y concelebrada por los sacerdotes
de la diócesis es la consagración de los santos óleos que serán utilizados en
los bautizos y en la consagración de nuevas iglesias. Es bello pensar que estos
aceites transforman una iglesia de piedras inertes en piedras vivas, en una
comunidad de bautizados, en un pueblo, en una Iglesia.
Una catedral no es solo un bello edificio para
honrar las celebraciones del culto. Es un signo sensible que nos pone en
contacto con el cuerpo de Cristo resucitado. Quien habla de este modo es el
hermano Philippe Markiewicz, monje benedictino de la abadía de Notre Dame de
Ganagobie, arquitecto de formación, que sostiene además que el incendio de
Notre Dame de Paris puede ser la ocasión de una experiencia espiritual,
reforzada en el contexto de la Pascua de resurrección.
En columnas anteriores me he referido a una
pintura religiosa del Mulato Gil, en que retrata a un monje dominico que
sostiene en una de sus manos el modelo reducido de una iglesia descansando
sobre un ejemplar de las sagradas escrituras.
Es conocida mi afición a los largos y solitarios
raids en bicicleta. En varias
ocasiones hice el camino a Valparaíso, en las proximidades del 8 de diciembre.
Fue así como desde lo alto de una colina asistí varias veces al dramático
espectáculo que proporcionaba la vista de una fila interminable de caminantes.
El drama es que siempre los vi como un ejército en retirada, con la derrota
asignada en sus cuerpos. La estructura de la composición fotográfica de todas
las derrotas era la causa de semejante asociación.
Debía dejar en suspenso las bases de mi
analiticidad para compartir la experiencia de los peregrinos. Fue entonces que
no pude ocultar mi emoción al ver pasar a mi lado a un anciano, caminando
firme, llevando en la espalda como una mochila, una réplica de madera del santuario. Era,
literalmente, llevar consigo el cuerpo de la Iglesia. El efecto estético del
rito era más consistente que muchas manifestaciones locales de arte
contemporáneo.
Caminé un rato a su lado, en silencio. Comprendí
por qué andaba tanto en bicicleta, en solitario; porque deseaba mimar el gesto
de los peregrinos. Era mi manera laica de orar. De rimar el esfuerzo mecánico de
una repetición compulsiva y agonística. Cada día comencé a concentrarme más en la
sombra de mi cuerpo sobre el pavimento. Dejé de pensar en otra cosa más que en
las condiciones materiales (espirituales) del pedaleo, que asociaba a la soledad del corredor de fondo.
Frente al espectáculo desolador de Notre Dame,
el hermano Mankiewicz expresa la comprensión física de su comunión con el
cuerpo de Cristo, por todos los signos que constituyen una iglesia, incluyendo
las piedras , incluyendo la carpintería de su corporalidad. El la lleva en su
espalda, como el peregrino de Lo Vásquez. Esta es la base de su dolor. Señala,
sin embargo, que no hay que quedarse en él, sino convertir esta emoción en una
experiencia espiritual. Los católicos,
agrega, tienen la ocasión de tomar consciencia de que son la Iglesia y que ésta
está incendiada. ¡Qué momento para leer de nuevo estas declaraciones: la
iglesia escruta el signo de los tiempos!
La catedral es signo. Será el momento para comprender el dolor de
nuestros amigos de comunidades católicas que enfrentan hoy día la dura tarea de
recomponer el cuerpo de una iglesia herida.
Sin embargo, no conozco si en nuestro país se
han comentado las palabras que el Papa dirigió al clero de la diócesis de Roma
en el comienzo de la Cuaresma: “El Señor está purificando a su esposa (…)
sorprendida en flagrante delito de adulterio”. Frases fuertes que traduzco de
la entrevista y que no deja de abordar el comentario que está en boca de todos;
a saber, que el techo de la catedral de Paris se desploma mientras tiene lugar
un incendio en la propia Iglesia Católica.
Es entonces que el hermano benedictino declara
que no se debe comparar este incendio con un fuego purificador, sino que
“vivimos en nuestra propia carne algo como ésta herida de la que habla el papa
a propósito del escándalo de las agresiones sexuales cometidas por sacerdotes”.
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