lunes, 22 de abril de 2019

NOTRE DAME (3)


He sostenido en la columna anterior que las piedras no son inertes. Al leer la edición del domingo 22 de abril del diario católico “La Croix” me entero que el incendio de Notre Dame tuvo lugar el día de la misa crismal. Presidida por el obispo y concelebrada por los sacerdotes de la diócesis es la consagración de los santos óleos que serán utilizados en los bautizos y en la consagración de nuevas iglesias. Es bello pensar que estos aceites transforman una iglesia de piedras inertes en piedras vivas, en una comunidad de bautizados, en un pueblo, en una Iglesia.

Una catedral no es solo un bello edificio para honrar las celebraciones del culto. Es un signo sensible que nos pone en contacto con el cuerpo de Cristo resucitado. Quien habla de este modo es el hermano Philippe Markiewicz, monje benedictino de la abadía de Notre Dame de Ganagobie, arquitecto de formación, que sostiene además que el incendio de Notre Dame de Paris puede ser la ocasión de una experiencia espiritual, reforzada en el contexto de la Pascua de resurrección.

En  columnas anteriores me he referido a una pintura religiosa del Mulato Gil, en que retrata a un monje dominico que sostiene en una de sus manos el modelo reducido de una iglesia descansando sobre un ejemplar de las sagradas escrituras.

Es conocida mi afición a los largos y solitarios raids en bicicleta. En varias ocasiones hice el camino a Valparaíso, en las proximidades del 8 de diciembre. Fue así como desde lo alto de una colina asistí varias veces al dramático espectáculo que proporcionaba la vista de una fila interminable de caminantes. El drama es que siempre los vi como un ejército en retirada, con la derrota asignada en sus cuerpos. La estructura de la composición fotográfica de todas las derrotas era la causa de semejante asociación. 

Debía dejar en suspenso las bases de mi analiticidad para compartir la experiencia de los peregrinos. Fue entonces que no pude ocultar mi emoción al ver pasar a mi lado a un anciano, caminando firme, llevando en la espalda como una mochila,   una réplica de madera del santuario. Era, literalmente, llevar consigo el cuerpo de la Iglesia. El efecto estético del rito era más consistente que muchas manifestaciones locales de arte contemporáneo.

Caminé un rato a su lado, en silencio. Comprendí por qué andaba tanto en bicicleta, en solitario; porque deseaba mimar el gesto de los peregrinos. Era mi manera laica de orar. De rimar el esfuerzo mecánico de una repetición compulsiva y agonística. Cada día comencé a concentrarme más en la sombra de mi cuerpo sobre el pavimento. Dejé de pensar en otra cosa más que en las condiciones materiales (espirituales) del pedaleo, que asociaba a la soledad del corredor de fondo.

Frente al espectáculo desolador de Notre Dame, el hermano Mankiewicz expresa la comprensión física de su comunión con el cuerpo de Cristo, por todos los signos que constituyen una iglesia, incluyendo las piedras , incluyendo la carpintería de su corporalidad. El la lleva en su espalda, como el peregrino de Lo Vásquez. Esta es la base de su dolor. Señala, sin embargo, que no hay que quedarse en él, sino convertir esta emoción en una experiencia espiritual.  Los católicos, agrega, tienen la ocasión de tomar consciencia de que son la Iglesia y que ésta está incendiada. ¡Qué momento para leer de nuevo estas declaraciones: la iglesia escruta el signo de los tiempos!  La catedral es signo. Será el momento para comprender el dolor de nuestros amigos de comunidades católicas que enfrentan hoy día la dura tarea de recomponer el cuerpo de una iglesia herida.

Sin embargo, no conozco si en nuestro país se han comentado las palabras que el Papa dirigió al clero de la diócesis de Roma en el comienzo de la Cuaresma: “El Señor está purificando a su esposa (…) sorprendida en flagrante delito de adulterio”. Frases fuertes que traduzco de la entrevista y que no deja de abordar el comentario que está en boca de todos; a saber, que el techo de la catedral de Paris se desploma mientras tiene lugar un incendio en la propia Iglesia Católica.

Es entonces que el hermano benedictino declara que no se debe comparar este incendio con un fuego purificador, sino que “vivimos en nuestra propia carne algo como ésta herida de la que habla el papa a propósito del escándalo de las agresiones sexuales cometidas por sacerdotes”.

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