Esta columna debió haber sido publicada la
semana pasada. Sin embargo, el incendio de Notre- Dame ocupó el delante de la
escena. Las circunstancias me obligaron
a salir a la calle. Había estado concentrado en asuntos de escritorio.
Separación escénica entre calle y gabinete.
Hay quienes creen que la Historia tiene lugar en la “calle”. Lenin
escribía “cartas desde lejos” y estaba escondido. Pero Notre-Dame golpeó desarmando los
términos de las ensoñaciones que dominan la sacralidad en la vida pública. En
relación a esto, nada hay más “privado” que un motivo para señalar el curso de
las columnas.
Escribo sobre el documental de Nanni Moretti y
recojo el efecto amargo de su imaginalidad inicial, que es cuando hace referencia
traspuesta a los relatos sobre el “paraíso perdido” (Unidad Popular).
En 1974 Gallimard publica la novela de Alfredo
Gómez Morel, “Río Mapocho”. ¿Cómo habría que interpretar la decisión de
Gallimard de publicar a Gómez-Morel? Sobre todo, si años antes había hecho
esperar a Nicanor Parra, para luego hacerle una propuesta donde este debía
pagar la traducción. De todos modos, cualquier exponente de la oficialidad de
la novela chilena de ese entonces, desde Chile, hubiera estado sorprendido. De
hecho, nadie dijo prácticamente nada[1].
El Mercurio de Valparaiso publica una reseña, en
el 2002, en el marco de la producción de comentario sobre “Tinta roja” de Alberto Fuguet. La nota que
hace Pablo Neruda de “El río” como un “clásico de la miseria” hizo resonancia
con dos textos, que circulaban en el
Chile de “antes”: “En vez de la miseria” (1958) de Jorge Ahumada y “El punto de
vista de la miseria” (1965) de Juan Rivano. El tema era recurrente en política y cultura. Es el fondo semántico sobre el que se tejen
los sueños de los que hablan los entrevistados de Moretti.
En lo inmediato, baste con decir que en 1975 la
editorial Planeta publicó “Soñé que la nieve ardía” de Antonio Skarmeta. La traducción al francés es de 1979. Para tal
caso, era solo una novela balzaciana normal con algunas infracciones narrativas
propias del momento, en que la Unidad Popular pasaba a ser “el tema literario”,
bajo la presión formal del sacrificio de Laocoonte, antesala de una ejecución
en el relato con personajes destituidos por
el golpe de Estado, que solo acceden a la salvación por su capacidad de
construir unas fantasías que los desconectan de la realidad.
Al final, resulta
ser una novela positiva, donde la generosidad y la lucha por el bienestar
general valen más que las egoístas aspiraciones de los personajes arquetípicos
forjados al alero de la política económica de la dictadura. Todo esto tiene lugar sobre una trama en que los
sueños son destrozados por el golpe de Estado, aunque logran permanecer como
indicios que encauzan la resistencia que un día permitirá la marcha de los
caídos, como una fila de peregrinos camino a Lo Vásquez.
Encuentro una reseña de Soledad Bianchi publicada
en una revista mexicana en septiembre de 1978. Tampoco busqué mucho más. La
portada pensada por la editorial es un reflejo de época; una bandera chilena
con la imagen de un jugador de fútbol realizando una pirueta a media altura para
patear una pelota, sobre impresa en alto contraste sobre la zona blanca,
mientras en la roja un hombre parece caminar en medio de una foresta, en lo que
parece una extensión de gráfica cubana. No se dejará de mencionar en la
presentación de la editorial que el autor es un cuentista de renombre que ha
ganado el premio Casa de las Américas 1969.
Entonces, ¿como explicar que la primera novela
de Skarmeta haya sido inmediatamente publicada por Gallimard? Que no se vaya a leer con doble (baja)
intención. Es un punto crucial para los estudios literarios –y las relaciones
culturales- reconstruir las historias de
las traducciones.
[1]
"El río" no es exactamente un
libro, ni tampoco un río. Es una excrecencia de pus y dolor exudado, una
historia repugnante de la naturaleza inscrita en la carne humana, en la piel de
cualquier latinoamericano.
"Chile,
contra dificultades enormes y los ataques de muchos enemigos, está creando en
este continente un nuevo orden para contradecir el libro de Gómez".
Corría 1973 y la
cita anterior corresponde a algunas de las últimas palabras de Pablo Neruda
publicadas en vida. Están originalmente en francés y son parte del prólogo de
"Le Río Mapocho", novela del chileno Alfredo Gómez Morel, aparecida
ese año en la prestigiosa editorial Gallimard, que ya contaba entre sus autores
a nombres como James Joyce y Mario Vargas Llosa. La crítica gala comparó al
chileno con el gran narrador y dramaturgo Jean Genet. Y su libro, según lo
sostenido por nuestro poeta, venía a ser un "clásico de la miseria". (http://www.mercuriovalpo.cl/site/edic/20020818203110/pags/20020818223329.html)
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